La extática y gloriosa
virgen Santa Catalina de Ricci nació en la ciudad de Florencia de la noble
familia de Ricci. Pusiéronle en el bautismo el nombre de Alejandra, que después
mudó en el de Catalina cuando se hizo religiosa. Así que llegó la santa niña a
la edad de diez años, la confió su padre a la dirección de una tía suya
paterna, religiosa del monasterio de San Pedro de Monticelli, situado en los
arrabales de Florencia, donde se aficionó tanto a la oración, que aún en el
tiempo en que las otras niñas se recreaban, ella tenía todo su placer en
estarse arrodillada delante de una imagen de Cristo crucificado, con admirables
deseos de participar del amargo cáliz de su Pasión. Trece años tenía, cuando
vistió el hábito religioso de Santo Domingo en el monasterio de San Vicente de
Prato, donde satisfizo sus deseos de padecer por su divino Esposo clavado en la
cruz: porque fué acometida de una gravísima enfermedad, con calentura cotidiana
y con agudos dolores que padecía en todo el cuerpo, cuya dolencia degeneró en
una hidropesía, y en mal de piedra, acompañado de asma. Sufrió la santa con
perfectísima resignación este conjunto de males, sin recibir ningún alivio de
las medicinas que le recetaban los médicos; y al cabo de dos años se le
agravaron de suerte, que estuvo muchas semanas sin poder dormir un solo
momento. En este estado, se le apareció en la vigilia de la Santísima Trinidad
un santo de la Orden de santo Domingo, todo resplandeciente, el cual la hizo la
señal de la cruz sobre el estómago, y la dejó repentinamente sana y curada de
todos sus males; pudiendo desde aquel día practicar los más arduos ejercicios
de caridad y de penitencia, y llevar sobre sus desnudas carnes una cadena de
hierro y un áspero cilicio. Favorecióla el Señor con muchas visiones celestiales,
éxtasis y raptos tan estupendos, que a veces quedaba totalmente elevada de la
tierra y suspendida en el aire por largo tiempo. Fué también enriquecida del don
de profecía, de discreción de espíritus y de milagros; por lo que su nombre y
su santidad fué conocida y celebrada con universal aplauso, no sólo en Toscana,
sino también en toda Italia y en otras regiones. Finalmente, a los sesenta y
ocho años de su vida maravillosa, de los cuales empleó cuarenta y dos en el
gobierno de su monasterio, entregó su alma purísima al celestial Esposo el día
2 de febrero, en que se celebra la fiesta de la Purificación de la Virgen
nuestra Señora; y el Señor acreditó la santidad de su sierva con grandes y
manifiestos prodigios.
Reflexión:
Mucho
padeció y mucho gozó la preciosa virgen santa Catalina abrazada siempre con la
cruz de Cristo. Desde que el Hijo de Dios murió por nuestro amor en la cruz, la
mayor prueba de amor que podemos darle, es padecer por su amor. Pero tiene
también el árbol de la cruz frutos sabrosísimos, y de mayor suavidad y dulzura que
todos los gustos y regalos del mundo. Son gustos espirituales, de los cuales el
mundo no tiene noticia: son placeres soberanos y sabores del paraíso, con que
Dios suele regalar a sus escogidos, y hacerles aun en esta vida los hombres más
felices de la tierra.
Oración:
¡Oh Jesucristo Señor nuestro! que inflamando en tu amor a la bienaventurada virgen
Catalina, la hiciste ilustre por la
contemplación de tu Pasión y muerte; concédenos por su intercesión que haciendo
piadosa memoria de los misterios de tu Pasión, merezcamos alcanzar los frutos de
ella. Amén.
FLOS SACTORVM
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