Muy sabia fue, según
esto, la respuesta de aquel buen solitario de que habla el
padre Rodríguez; maceraba tan extraordinariamente su cuerpo, que alguno
le preguntó por qué lo castigaba tanto, y él respondió: “Atormento
a quien me atormenta” y me quiera dar muerte. De igual modo respondió el
abad
Moisés cuando le reprendieron por su excesiva penitencia: “Que
aflojen las pasiones y aflojaré yo”; que deje la carne de molestarme y
dejaré yo de mortificarla.
Necesidad
de la penitencia
Si queremos, pues, salvarnos, y dar gusto a
Dios, hay que reformar los gustos; debemos apetecer lo que rechaza la carne, y
debemos rechazar lo que la carne apetece. Eso es lo que indicó un día el Señor
a San
Francisco de Asís: “Si
quieres poseerme, toma lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”.
No se objete, como hacen algunos, que la perfección
no consiste en mortificar el cuerpo, sino en contrariar la voluntad; a ésos les
responde el padre
Pinamonti: “Sin
duda que la valla de zarzas no es el fruto de la viña; pero ella es la que
guarda el fruto, y sin ella el fruto desaparecería”; como dice el Eclesiástico:
Donde
no hay cercado desaparecen los frutos.
San
Luis Gonzaga, aun siendo de quebrantada salud, tanta avidez tenía de
mortificar su cuerpo, que su única preocupación era buscar mortificaciones y penitencias,
y cuando alguien le dijo un día que no consistía en aquello la santidad, sino
en la abnegación de la voluntad, respondió muy sabiamente con el Evangelio:
Eso
hay que hacer, pero no hay que omitir lo otro (Mt. 36, 27); con lo cual
quería decir que,
siendo lo más necesario la mortificación de la propia
voluntad, no deja de ser necesaria la mortificación
del cuerpo, para tenerlo a raya y sujeto a la razón.
Por eso el
Apóstol decía: Castigo
mi cuerpo y Io trato como a un esclavo (1 Cor. 11,27). Si el cuerpo no está
castigado, difícilmente se somete a la ley; por
eso San
Juan de la Cruz, hablando de algunos que no
aman la mortificación, y, tomando aires de maestros
del espíritu, desprecian la mortificación externa y
disuaden de ella a los demás, escribió. “Si
en algún tiempo le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y
más alivio, no la crea ni la abrace, aunque se la confirme con milagros, sino
penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas”.
“SAN ALFONSO MARÍA DE
LIGORIO”
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