jueves, 16 de noviembre de 2017

Con verdad un hombre desengañado escribía en un cráneo humano: “Cogitanti vilescunt omnia... Al que en esto piensa todo le parece vil...”




   Quien medita en la muerte no puede amar la tierra... ¿Por qué hay tanto desdichado amador del mundo? Porque no piensan en la muerte... ¡Míseros hijos de Adán!, nos dice el Espíritu Santo (Salmo 4, 3),

   “¿Por qué no desterráis del corazón los afectos terrenos, en los cuales amáis la vanidad y la mentira?” Lo que sucedió a vuestros antepasados os acaecerá también a vosotros; en vuestro mismo palacio vivieron, en vuestro lecho reposaron; ya no están allí, y lo propio os ha de suceder.

   Entrégate, pues, a Dios, hermano mío, antes que llegue la muerte. No dejes para mañana lo que hoy puede hacer (Eclesiastés, 9, 10); porque este día de hoy pasa y no vuelve; y en el de mañana pudiera la muerte presentársete, y ya nada te permitiría hacer.

   Procura sin demora deshacerte de lo que te aleja o pueda alejarte de Dios. Dejemos pronto con el afecto estos bienes de la tierra, antes que la muerte por fuerza nos los arrebate. ¡Bienaventurados los que al morir están ya muertos a los afectos terrenales! (Apocalipsis, 14, 13). No temen éstos la muerte, antes bien, la desean y abrazan con alegría, porque en vez de apartarlos de los bienes que aman, los une al Sumo Bien, único digno de amor, que les hará para siempre felices.


“PREPARACIÓN PARA LA MUERTE”

San Alfonso María de Ligorio

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