Necesidad de instrucción
…¡Cuán comunes y fundados son, por
desgracia, estos lamentos de que existe hoy un crecido número de personas, en
el pueblo cristiano, que viven en suma ignorancia de las cosas que se han de
conocer para conseguir la salvación eterna! –Al decir “pueblo cristiano”, no Nos referimos solamente a la plebe, esto es, a aquellos hombres
de las clases inferiores a quienes excusa con frecuencia el hecho de hallarse
sometidos a dueños exigentes, y que apenas si pueden ocuparse de sí mismos y de
su descanso; sino que también y, principalmente, hablamos de aquellos a quienes
no falta entendimiento ni cultura y
hasta se hallan adornados de una gran erudición profana, pero que, en lo
tocante a la religión, viven temeraria e imprudentemente. ¡Difícil sería ponderar lo espeso de las tinieblas que con frecuencia
los envuelven y –lo que es más triste la tranquilidad con que permanecen en
ellas! De Dios, soberano autor y moderador de todas las cosas, y de la
sabiduría de la fe cristiana para nada se preocupan; y así nada saben de la Encarnación del
Verbo de Dios, ni de la redención por El llevada a cabo; nada saben de la
gracia, el principal medio para la eterna salvación; nada del sacrificio
augusto ni de los sacramentos, por los cuales conseguimos y conservamos la
gracia. En cuanto al pecado, ni conocen su malicia ni su fealdad, de suerte que
no ponen el menor cuidado en evitarlo, ni en lograr su perdón; y así llegan a
los últimos momentos de su vida, en que el sacerdote –por no perder la
esperanza de su salvación– les enseña sumariamente la religión, en vez de
emplearlos principalmente, según convendría, en moverles a actos de caridad; y
esto, si no ocurre –por desgracia, con harta frecuencia– que el moribundo sea
de tan culpable ignorancia que tenga por inútil el auxilio del sacerdote y
juzgue que pueda traspasar tranquilamente los umbrales de la eternidad sin
haber satisfecho a Dios por sus pecados.
Por lo cual Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: Afirmamos que la mayor parte de los condenados a las
penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe,
que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos.
(Instit. 27, 18.)
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