lunes, 14 de agosto de 2017

De los bienes de la enfermedad – Por el P. Luis de Lapuente.




   Pues por aquí verás la suave providencia de nuestro Dios, el cual, viendo ¿muchos de sus escogidos caídos en estas miserias, por la salud y fuerzas corporales que les ha dado, o habiendo penetrado mucho antes con su altísima sabiduría que caerían en ellas, si viviesen sanos y fuertes, determina de llevarlos por el camino de las enfermedades y dolores, para atajar todos estos daños y enriquecerlos con sus divinos dones.

   Porque las enfermedades doman los caballos desenfrenados de nuestros cuerpos y enfrenan la furia de sus pasiones, para que no prevalezcan contra el espíritu que no podía domeñarlas; porque, como dice San Gregorio, la carne que no es afligida con dolores, está desenfrenada en las tentaciones. Y ¿quién ignora que es mucho mejor arder con las llamas de las calenturas (fiebres) que con el fuego de los vicios? Y si te acuerdas de este fuego, no te quejarás de esta llama que te preserva de tal incendio; pues por esto dijo Dios a Job, cuando estaba enfermo: Acuérdate de la guerra, y no hables más palabra.

   Y si me dijeres que el caballo enflaquecido con la enfermedad parará en medio de la carrera, antes has de creer que dispone Dios la enfermedad para que le sirva de freno en la carrera que andaba de los vicios, y, por consiguiente, de espuela para que pase adelante en las virtudes. Acuérdate, dice San Gregorio, de aquel mal profeta Balaam, que caminaba en una burra para maldecir al pueblo de Dios; pero la burra impidió su camino, porque vio un ángel que le amenazaba con una espada: y aunque Balaam la hería con la vara, nunca quiso pasar adelante; antes le apretó el pie contra la pared, y después se echó sobre él, para que ni a pie pudiese proseguir su camino. Y entonces por la boca de la jumenta le habló el ángel, y le abrió los ojos para que viese el peligro en que estaba; y postrándose él en tierra, le adoró y se ofreció a ejecutar cuanto le mandase. Y ¿qué filé todo esto, sino avisarnos que la carne apretada con los dolores detiene los malos pasos del espíritu y corrige sus demasías, siendo ocasión de que abra los ojos para ver al invisible Dios que le castiga, y humillando su altivez se postra a los pies de su Criador y se ofrece a dejar sus malos pasos, para andar de nuevo otros mejores?

   Y ¿qué mejores pueden ser, que poner en orden los cuatro desórdenes que su prosperidad causaba? Porque la enfermedad quita al cuerpo el cetro que tenía, y tiénele rendido como siervo. Ella priva al necio de su hartura, haciéndole cuerdo con la pena; doma los bríos de la sensualidad briosa, para que tenga paz sujetándose a la razón. Y también quita a la carne la herencia que tenía, haciendo que como esclavo se contente con lo peor y más trabajoso de esta vida.
   Y por consiguiente, lo que hacen las disciplinas, ayunos y asperezas corporales en los sanos, eso obran también las enfermedades y dolores en los enfermos; y con un modo más seguro y perfecto, porque van limpios de voluntad propia y vanagloria, y mortifican el corazón en lo más vivo; y aunque en su raíz son necesarias, pero la divina gracia las hace voluntarias, convirtiendo la necesidad en materia de virtud, gustando tanto de padecer sus dolores, que a los forzosos añaden por su elección otros muchos, con que se hacen muy esclarecidos.

   Grande loa ganó el santo Job con la vida ejemplar que llevaba cuando estaba rico y sano; pero el demonio, como pondera San Juan Crisóstomo, no hacía caso de esta su virtud, porque peleaba vestido de grandes riquezas; y aunque después, cuando se las quitó, dio grandes muestras de su santidad, tampoco se dio Satanás por satisfecho de ello, porque peleaba con cuerpo sano; más cuando Dios le dió licencia de tocarle con enfermedades, hiriéndole de pies a cabeza con llagas y dolores, y vio que todavía descubría más heroicas virtudes, enmudeció dándose por vencido del que corría tan ligeramente con lo adverso, como había corrido en lo próspero. Pero ¿cómo corrió en sus enfermedades y dolores? La misma Escritura lo declara, cuando dice: Que raía la podre con una teja. Poco caso hacía de sus dolores, quien limpiaba sus llagas, no con lienzo blando, sino con una dura teja que los aumentaba; y con este espíritu decía: ¡Oh, quién me diese que el que ha comenzado a afligirme con dolores me desmenuzara con ellos, soltara su mano, y si fuese menester me cortara por medio! ¡Oh, heroica paciencia! ¡Oh, resignación magnánima! ¡Oh, dichosa enfermedad, que así hace subir de punto la virtud!

   Ya no me espanto de que San Timoteo padezca grandes enfermedades y continuo dolor de estómago, y con todo eso beba agua, con que le acrecienta. Ya no me admiro de que Dios no quiera quitar a San Pablo el estímulo de su carne, que, como dice San Agustín, ora una enfermedad, o dolor corporal muy grave, pues le dice: Virtus in infirmitate perficitur, la virtud se perfecciona en la enfermedad; y en no nombrar una virtud particular, da a entender que se perfeccionan todas. Perfecciónase la caridad con Dios, mortificando el amor propio; la misericordia con el prójimo, |aprendiendo de la propia miseria a compadecerse de la ajena; la obediencia, conformando su voluntad con la divina en todo lo que da pena; la prudencia, en aceptar el tormento del cuerpo con alegría del espíritu; y las demás virtudes morales, cuando pasan por este crisol, salen como el oro, más resplandecientes, por la ocasión que tienen de vencer mayores dificultades y ejercitar sus actos más heroicos.

   Pues ¿qué diré de la eficacia que tienen las enfermedades para purificar el alma, en esta vida, de lo que impide la entrada en la gloria? Porque como Lázaro el pobre, por la heroica paciencia que tuvo en sus dolores, luego que murió fué llevado por los ángeles al descanso, así tus largas enfermedades te servirán de purgatorio para que, purificado por ellas, puedas muriendo entrar luego en el cielo: más si nuestro Señor quisiere restituirte la salud, las enfermedades habrán servido para enseñarte el modo como has de usar de ella, siguiendo el consejo que Cristo nuestro Señor dio a aquel enfermo a quien dijo: Toma tu litera a cuestas, y anda. Tu cuerpo, dice San Ambrosio, es lecho y litera del alma; y cuando ella está enferma con vicios y pecados, el cuerpo la lleva arrastrando con el ímpetu furioso de sus pasiones; más cuando ella sana de sus enfermedades espirituales, comienza a llevar sobre sí al cuerpo a donde quiere, y él se deja llevar y le está muy sujeto. Pues ¿qué es decir Cristo, toma tu litera y anda, sino: ya que has padecido tantas enfermedades y trabajos con paciencia, yo te restituyo la salud del cuerpo y del alma con entero señorío del alma sobre el cuerpo, para que los dos a una caminen de virtud en virtud hasta llegar a la cumbre y perfección de todas? Pero en tal caso no te tengas por seguro, pues de la misma salud que Dios te da, aunque sea por el sacramento y por milagro, puedes usar mal, acordándote de lo que el Labrador dijo al mismo enfermo: Mira que estás ya sano, no quieras pecar, porque no tornes a perder la salud con mucho mayor daño. Oye lo que te avisa el Sabio, como divinamente declara San Gregorio: No entregues tu honra a los extraños y tus años al cruel; porque no gocen ellos de tus fuerzas, y tus trabajos pasen a la casa ajena, y llores al fin de la vida por haber consumido tus carnes y tu cuerpo sin provecho; como si dijera: No degeneres de la nobleza de hombre, ni gastes tus años en servir a tus enemigos y  Satanás, capitán de ellos; no es razón que lleven el fruto de las fuerzas que Dios te dio, y que tus trabajos no sean para enriquecer la casa de tu alma, sino para llenar con ellos la casa ajena, que es el infierno, perdiendo la salud y fuerzas sin remedio, por haber usado de ellas con pecado.



“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”

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