miércoles, 30 de agosto de 2017

DEL DESPRECIO DE TODA CRIATURA PARA PODER HALLAR AL CREADOR – Por el Beato Tomás de Kempis




   El discípulo. Señor, bien tengo necesidad de una gracia más eficaz todavía si he de alcanzar tan alto grado de perfección que ningún hombre, ni otra criatura alguna pueda quitarme la libertad. Pues mientras alguna cosa me retenga, no puedo volar libremente hacia ti.

   Quería volar libre hacia ti el que dijo: “¿Quién me dará alas como las de la paloma para volar y luego descansar?” (Sal 54, 7). ¿Quién más tranquilo que el hombre de intención pura? ¿Quién más libre que el hombre que no desea nada de las cosas de la tierra? Es, pues, necesario elevarse sobre todas las criaturas, renunciar enteramente a sí mismo y salir de sí mismo en arrobamiento de espíritu y mirar cómo el Creador del universo nada tiene en común con las criaturas.

   Y si no se desprende uno de todas las criaturas, no podrá entregarse libremente a las cosas de Dios. Pocos contemplativos se encuentran, porque pocos quieren desprenderse enteramente de lo creado y perecedero.

   Se requiere para eso una gracia tan poderosa, que eleve al alma, y sobre sí misma la arrebate.

   Poco vale cuanto sepa y tenga el hombre, si no está elevado en espíritu, desprendido de toda criatura y a Dios perfectamente unido.

   Será siempre niño y por la tierra se arrastrará quien grande considere lo que el inmenso, eterno y único bien no sea.

   Lo que no sea Dios, es nada, y en nada debe estimarse. Existe gran diferencia entre la sabiduría del varón iluminado y piadoso, y el saber del clérigo letrado y estudioso.

   Mucho más alta es la sabiduría que Dios de lo alto infunde, que la ciencia que el humano ingenio con el estudio adquiere.

   Hay muchos que quisieran ser contemplativos; pero lo que se requiere para serlo no lo quieren practicar.

   Mucho estorba para ser contemplativo la concentración de la piedad en prácticas exteriores, en cosas sensibles, haciendo poco caso de la mortificación perfecta.

   ¿Qué espíritu nos guía, qué intentamos, por qué será que nosotros, los que profesamos ser espirituales, tanto trabajamos y tanta solicitud de lo vil y perecedero tenemos, y de lo eterno tan poca, que en nuestra vida interior con recogimiento de los sentidos rara vez meditemos?

   ¡Ay, que tras breve recogimiento, luego nos precipitamos en la disipación sin sujetar nuestra vida a riguroso examen!

   No advertimos cuan viles son nuestros afectos, ni lamentamos cuan faltos estamos de pureza.

   “Porque toda carne corrompió su camino” (Gén 6, 12), el gran diluvio la anegó en sus aguas.

   Habiendo mucha corrupción en nuestros afectos íntimos, por fuerza la hay también en las acciones que de ellos se derivan, síntomas de la enfermedad del espíritu.

   El corazón puro da frutos de virtud.

   Se pregunta cuánto hizo alguno; pero no se considera con cuanta virtud lo hizo

   Se investiga si uno es valiente, rico, buen mozo, hábil, bueno para escribir, cantar o trabajar. Pero muchos callan sobre cuán pobre de espíritu sea, cuán apacible y sufrido, cuán espiritual y fervoroso.

   La naturaleza mira al exterior de hombre; la gracia al interior. Aquélla se engaña a menudo; ésta confía en Dios para no errar.



“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

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