Lo primero considerarás
la providencia tan maravillosa que nuestro Padre celestial tiene de los hombres
en el repartimiento de las enfermedades, dando a uno muchas y a otro pocas; a
uno graves y a otro ligeras; a uno largas y a otro breves; a uno en una parte
del cuerpo y a otro en otra; ordenando todo esto para bien y provecho de sus
escogidos. Y en particular, que la que le ha cabido en suerte, es por esta
paternal providencia para bien y salvación de tu alma.
Para lo cual has de ponderar que este
soberano Dios es tan sabio que conoce clara y distintamente todas tus
enfermedades y dolores, por muy secretos que sean, y las raíces y causas de ellos,
y sus remedios, y las fuerzas que tienes para llevarlos, y las que él puede
añadirte con su gracia; de modo que nada se le encubre, ni por ignorancia te
dará lo que no te conviene, o te cargará más de lo que puedes llevar o te
dejará de curar cuando bien te estuviere.
También es tan poderoso, que puede
preservarte de todas las enfermedades para que no caigas en ellas; y si te
dejare caer, puede en un momento curarte con solo su palabra o con medicinas;
ora sean muchas, ora pocas, ora las más convenientes por su naturaleza, ora las
más contrarias, porque a su omnipotencia nada es imposible ni difícil.
Finalmente es tan bueno, tan santo y
amoroso, que ama a los suyos más que ellos pueden amarse; y cuanto ordena por
su providencia, es a fin de hacerles bien, y de que se salven, ordenando los
bienes y males del cuerpo para la perfección y salvación del alma; de donde
resultará mucho mayor bien al mismo cuerpo. En estas tres divinas perfecciones
estriba la suavidad, eficacia y alteza de la divina providencia para nuestro
provecho. Por lo cual la iglesia en una
colecta ora por todos los fieles de esta manera: Dios, cuya providencia en su
disposición no se engaña, humildemente te suplicamos, que apartes de nosotros
todas las cosas dañosas, y nos concedas las que han de ser provechosas.
Pues si esto es así, como en verdad lo es, ¿cómo no te alegrarás con tus enfermedades,
viniendo trazadas y ordenadas por la sabiduría, omnipotencia y bondad de tu
Padre celestial? Si él es el que las envía, y sabe quién eres tú a quien le
da ¿de qué temes? ¿De qué te congojas? ¿Temes engaño? No es posible, porque las trazó
su infinita sabiduría. ¿Temes flaqueza?
No hay de qué, porque asiste a todo su misma omnipotencia, ¿Temes malicia? No es creíble, porque toda nace de su inmensa
bondad y caridad. No mires la enfermedad desnuda por lo que parece por de
fuera, que te pondrá miedo y grima (amargura); mírala vestida con la sabiduría,
omnipotencia y bondad de Dios, y de esta manera te parecerá hermosa y muy
suave, y que te está diciendo: Negra
soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén; negra en el color propio, hermosa por el
color de mi vestido; si huís de mí por la negrura que tengo de mi cosecha,
abrazadme por la hermosura que me añade la divina providencia. Con estos
sentimientos has de tomar aquel admirable consejo
del Eclesiástico que dice: Todo lo que te fuere aplicado, recíbelo en tu dolor;
sufre, y en tu humillación ten paciencia, porque como la plata y el oro se purifican en el fuego, asi los hombres
que han de ser recibidos en el cielo son probados en el fuego de la
humillación. Si estás enfermo, y tras la enfermedad se te siguen otras
muchas amarguras e iluminaciones, recíbelas todas; porque Dios es el que te las
envía y aplica con su paternal providencia. ¿Quieres ser precioso y resplandeciente como la plata y el oro? No
rehúses pasar por el horno de la enfermedad donde has de ser purificado y
cobrar el resplandor que habías perdido. ¿Deseas
ser recibido en el cielo? Gusta del
trabajo que tienes estando enfermo, porque los que han de ser recibidos en los
eternos descansos, han de pasar por semejantes trabajos. Oye lo que dice el espíritu de este Padre celestial: Hijo mío, no
desprecies la disciplina del Señor, ni te acongojes cuando te corrige, porque
castiga al que ama, acota al hijo que
recibe. Si
quieres, dice San Agustín, ser contado en él
número de los hijos y ser uno de los que han de ser recibidos por herederos, no
rehúses ser del número de los castigados. Recibe el castigo de la enfermedad
para que te reciba Dios en el reino de su gloria.
Luego Las de considerar que este Dios
sapientísimo, como dispone, según dijo el Sabio, todas las cosas en número,
peso y medida, así dispone las enfermedades y dolores, guardando muy
cumplidamente estas tres cosas; porque con su providencia señala y cuenta el
número de las enfermedades que has de padecer, el número de los días que ha de
durar cada una y el número de las horas que ha de durar el frío, la calentura,
la sed y la adicción, y el número de todas las cosas penosas que han de
acompañarla, de tal manera, que ningún médico de la tierra, por ninguna
industria humana ni por ninguna violencia, con buena o mala intención, puede
alargar ni acortar este número; y si alguno acorta o alarga la enfermedad, todo
esto cae debajo de la divina providencia, que por aquel medio dispuso acortarla
o alargarla.
Asimismo, este Señor dispone con peso la
enfermedad, tasando la gravedad y vehemencia de ella, de modo qne no sea más
pesada de lo qne pueden soportar las fuerzas del enfermo, según el caudal que
tiene; los médicos no pueden quitar de este peso con su arte, y cuando le
quitan y dan alivio, es por providencia del Señor que lo dispuso. Y aunque dijo
San Pablo, contando sus trabajos: Fuimos
gravados y cargados sobre toda manera, y sobre nuestras fuerzas, de modo que
tuvimos tedio de la vida; pero esto mismo lo ordenó la divina providencia,
añadiéndole nuevas fuerzas, para que llevase la carga que excedía a las
antiguas.
Finalmente, este Señor tasa la medida del
cáliz que has de beber en la enfermedad, sin que sea posible echarte una gota
más, mas no dejarás de beber una gota menos. Y si el cáliz es grande o pequeño,
o si es puro o mezclado, todo viene por la tasa de este Señor, que, como dice
David, da la bebida de lágrimas con medida.
Pues ¿de qué te congojas, hombrecillo, cuando te ves apretado
con las enfermedades, si tienes fe viva del número, peso y medida que Dios ha
señalado para ellas? Si te aflige
el número de los días por ser largo, o el peso por ser grave, o la medida por
ser grande, mira que quien tasa todo esto, es tu padre y tu médico, tu criador
y tu redentor; y toda esta tasa es necesaria para purgar tu alma y sanarla, y
para que alcance el fin de su bienaventuranza eterna. Si la plata y el oro han
de ser purificados enteramente, es menester que algún tiempo estén en el
crisol, y con la clase de fuego que juzgare el platero, porque no basta
cualquier fuego, ni cualquier tiempo: ¿cuánto
más será menester que estés en el crisol de la enfermedad el tiempo que Dios te
señalare, con la intensión del fuego que él quisiere, para salir tan acendrado
y resplandeciente como te conviene? Pensabas que el número de tus días era
largo, y visítate con la enfermedad, para que veas que es incierto y quizá muy corto.
Levantávaste en alto con soberbia, llevado del viento de la vanagloria, y
púsote el peso de la enfermedad aquel Señor que pone peso a los vientos para
humillar a los soberbios. Derramábaste sin medida en los deleites de esta
miserable vida, y el Señor, que puso medida a las aguas del mar, te dió una
medida de amarguras con que enfrenases tus carnales concupiscencias. Sujétate a
su amorosa providencia en el número, peso y medida de las penas, y experimentarás
muy en breve el número, peso y medida do las coronas.
De aquí has de pasar más adelante, considerando
que también caen debajo de la divina providencia los yerros que se cometen
acerca de las enfermedades por ignorancia o descuido de los médicos o
enfermeros, y de otras cualesquier personas; y aunque ellos les hiciesen con
malicia, no se encubren a Dios que los permite, y podrá y querrá sacar de ellos
aciertos para el fin que pretende en su alta providencia; porque muchas veces
lo que el médico hizo por ignorancia o descuido, es lo que te importaba para
tener salud; y si hiciera lo que él pensaba o había de ordenar según su arte,
fuera causa de tu muerte; y Dios lo dispuso asi para estorbarla. Como también
sucede permitir que se engañe y yerre, porque así conviene para bien del alma,
dando fin a esta triste vida; y cuando se te ofrecieren semejantes sucesos, no
mires al yerro, porque no te aflijas, sino al Señor, que lo permitió, para que
le consueles. Como aquel santo viejo, de
quien cuenta San Doroteo que, estando enfermo, el enfermero que le
guisaba la comida, por echar miel en ella le echó aceite de linaza. Y como el
enfermero se afligiese cuando vió su descuido, el buen abad le consoló
diciendo: No te aflijas, hijo, que si Dios quisiera que echaras miel en la
comida, él lo dispusiera con su providencia, y estorbara que no echaras el
aceite de linaza; y pues no quiso hacerlo, razón es que yo y tú nos alegremos
con el orden de su divina providencia, de la cual procede todo nuestro bien y
nuestro consuelo y alegría. Y si por esta causa la enfermedad se dilatare, este
yerro será acierto, en cuanto llena el número y el peso de ella que Dios tiene
señalado para tu provecho. Toma, pues, otro admirable consejo del mismo
Eclesiástico, que dice: Humilla tu
corazón y sufre, y no te apresures en él tiempo del aprieto, sino sufre las
cargas de Dios y sus dilaciones, aunque te parezcan grandes. Júntate con él por
amor, fiándote de su amorosa providencia, y sufre para que en el fin crezca tu
vida y medres en la eterna. Tres veces le dice que sufra los aprietos de la
enfermedad y aflicción; porque ha de sufrir el número y el peso y la medida,
sin darse prisa demasiada por abreviar el número, o quitar algo del peso, o
acortar la medida; porque la priesa aumenta la congoja, y por mucha prisa que te des, has de ir al paso de Dios,
aunque sea muy lento; porque cuando caminan el esclavo y el señor, el esclavo
ha de ir al paso de su señor, y no el señor al paso del esclavo. Y el vil
gusanillo del hombre ha de seguir el paso de su Criador, sin querer traer al
Criador a que se apresure y siga el suyo, porque no le digan lo que dijo Judith
a los de Bethulia: ¿Quiénes sois
vosotros para tentar a Dios? Habéis señalado tiempo a la misericordia del
Señor, y ponéis en vuestro albedrío el día en que os ha de favorecer.
“LA
PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”
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