El demonio es fuerte.
El Evangelio llama al demonio el fuerte armado: Fortis armatus. (Luc. XI. 21). ¿Tratáis
de indagar cuál es la naturaleza de este enemigo? Es un espíritu ¿Deseáis verle? Es invisible... ¿Queréis conocer su carácter? Es muy
malo y muy astuto ¿Su poder? Es,
dice San Pablo, el dueño y el gobernador del mundo, esto es, de los siglos: Mundi
rectores. (Efesios. VI. 12). Revestíos,
dice aquel gran apóstol, de toda la armadura de Dios para poder contrarrestar a
las asechanzas del diablo; porque no es nuestra pelea solamente contra hombres
de carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides
de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos en los
aires (Efesios VI 11- 12).
Notad
estas palabras: principados, potencias, príncipes, del mundo. Según los santos Padres, los demonios han conservado, después de su caída el mismo nombre jerárquico
que tenían en el cielo antes de
haber caído. Como en un ejército, unos mandan, otros obedecen y tienen señalado un puesto más bajo.
De ahí su fuerza inmensa. Los que son
llamados principados, potencias, príncipes, son jefes entre los demonios.
Si tenéis deseos de conocer el lugar que
ocupa el demonio, sabed que domina la tierra y cae sobre nosotros desde lo alto
de los aires… Si buscáis su morada, sabed que está en todas partes, noche y día…
Si preguntáis cuál es su inteligencia, sabed que es muy vasta y superior a la
de los hombres más sabios...
Hombres de gran fuerza, dice el Salmista
hablando de los demonios, arremeten contra mí: Irruerunt in me fortes. (LVIII.
4). ¿Cómo arrancar su presa a un hombre esforzado?
dice Isaías: ¿cómo recobrar aquellos que ha arrebatado
un varón valiente? (XLIX. 24).
Sí consideráis su naturaleza, el demonio es
un gigante, dice Orígenes. (Homil VII c. XII).
Espíritus inteligentes, activos, ágiles y
vigilando sin cesar, los demonios tienen un gran poder, triplicado todavía por
su audacia, su odio y crueldad. Cayendo, han conservado todas sus fuerzas. Los demonios son tan fuertes, que San Pablo
baste los llama dioses de este siglo: (II. Cor. IV. 4).
Semejantes expresiones nos prueban con
evidencia cuán fuerte y poderoso es el diablo...
Lo que obliga a decir con mucha razón a San Crisóstomo: Si los demonios están asi organizados en
ejércitos, si son espíritus, si son los amos del mundo, ¿cómo, decidme, os
entregáis al placer, y cómo los venceremos sin armas?
Añadid a la fuerza y al poder de los
demonios, su número prodigioso. Y toda esta espantosa multitud no cesa de
hacernos una guerra encarnizada...
De qué modo es fuerte el demonio y contra quien.
Oíd a San Agustín:
San Pablo, exclama, llama príncipes a
los demonios; pero, para que no creáis que son príncipes del cielo y de la tierra
los llama solamente príncipes del mundo, esto es, príncipes de los amantes del
mundo, del mundo lleno de tinieblas, del mundo de los impíos y de los malos,
del mundo del que se dice en el Evangelio que al presentarse Jesucristo en él,
este mundo no lo conoció. Son los príncipes de aquel mundo contra el cual el
Salvador lanzó el aterrador anatema: ¡Vae mundo! ¡Desgraciado mundo! Padre mío,
dice en otra parte, no ruego por el mundo: Non pro mundo rogo. (S. Aug., in Salmo.
LIV).
Los
demonios son los príncipes del mundo del que habla Jesucristo cuando dirigiéndose
a su Padre, le dice: Oh Padre justo, el mundo no te ha conocido: Pater juste, mundus
te non cognovit. (Juan. XVIII. 25); del mundo que el Rey Profeta llama tierra
de olvido: (LXXXVIII. 13); del mundo del que se dice en el Apocalipsis: ¡Ay,
ay, ay de los habitantes de la tierra! (VIII. 13). Los demonios son los príncipes de un mundo semejante al que el diluvio
cubrió con sus aguas; son los príncipes de los que llevan la señal o divisa de
la bestia, y adoran su imagen, como dice el Apocalípsis (XVI. 2).
Se dice en el Apocalipsis que el dragón se
apostó en la arena del mar (XII. 17-18). ¿Qué significan estas palabras? ¿Por
qué el demonio, que es este dragón, se detuvo a orillas del mar en la arena? La
Escritura quiere decir con esto que el demonio no es fuerte y no prevalece sino
contra los hombres estériles en buenas obras, e inconstantes como la arena de
las orillas del mar; quiere decir también que Satanás no domina más que a los
que se exponen a los huracanes, a las tempestades, a las olas encrespadas y
furiosas de las pasiones; a aquellos, en una palabra, que se parecen a la arena
de las orillas del Océano, arena expuesta a todas las tempestades, y muchas
veces arrebatada, dispersada y sumergida. En las orillas del mar del mundo es
en donde está el dragón para atormentar y anegar a sus víctimas en las agitadas
olas de la concupiscencia, del vicio y del crimen...
Jesucristo ha venido, dice San Agustín,
y ha encadenado al demonio. Pero, me diréis: Si
está encadenado, ¿por qué es todavía tan
poderoso? Es
verdad, hermanos míos, que todavía es muy poderoso; pero no reina más que sobre
los tibios, los negligentes y los que no temen verdaderamente a Dios.
Satanás reina sobre lodos los hijos del orgullo,
dice Job (XLI. 25).
¿Contra quién es fuerte
el demonio? Contra los sordos, los ciegos, los mudos, los cojos, los paralíticos,
los muertos espirituales...
¿Contra quién es
fuerte? Contra los padres negligentes, escandalosos, que cierran los ojos para
no ver los vicios de sus hijos; contra los hijos desobedientes, sin amor y sin
respeto a aquellos que les han dado la vida.
¿Contra quién es fuerte
el demonio? Contra aquel joven que imita al hijo pródigo, contra aquella joven
que, faltando a las promesas de su bautismo, se despoja del sagrado vestido de
Jesucristo, se viste con el de Satanás, no recata ya sus sentidos, y arroja de su
corazon el amor de Dios, sustituyéndole por el amor corrompido del mundo y de
las pasiones de la carne...
¿Contra quién es fuerte
el demonio? Contra los avaros, los impúdicos y los que abandonan la oración, la
vigilancia y los Sacramentos, etc...
El demonio sólo es fuerte porque le
ayudamos.
Mientras
que los hombres dormían, dice Jesucristo, vino cierto enemigo suyo y sembró cizaña
en medio del trigo (Mateo. XIII. 25).
Jesucristo,
es verdad, ha encadenado al demonio con su cruz; le ha dicho como en otro
tiempo al Océano: Hasta este sitio llegarás, y de aquí no has de pasar; aquí se
estrellará el orgullo de tus olas.
Mirad a aquel león encadenado: ve una presa,
se lanza; pero se halla detenido: se lanza de nuevo con más furor, y muerde su
cadena de rabia: vanos esfuerzos, rabia inútil; su presa está demasiado lejos,
no puede alcanzarla: ella nada teme; pero si se acerca mucho el león,
lanzándose de nuevo la cogerá y devorará.
El
perro encadenado puede ladrar, pero no puede morder, dice San Agustín,
más que al imprudente que se pone A su alcance.
Cuán insensato es el que so deja devorar por
el león encadenado, o morder por el perro atado. A ellos os parecéis, pecadores
imprudentes. Como ellos, os dejáis morder y, devorar por el demonio.
Encadenado no puede alcanzaros para
desgarraros: puede rugir, ladrar, solicitaros; pero no puedo exterminar más que
al que lo quiere, añade San Agustín.
Porque el
demonio no daña violentando, sino persuadiendo: no nos arranca a viva fuerza
nuestro consentimiento; no puede más que pedirlo.
Los demonios no nos combaten porque hacemos
su voluntad, dice el abate Abraham; nuestras voluntades son las que se cambian en
demonios y nos atormentan.
Preguntado sobre la manera de que podían
valerse los demonios para cogernos, el abale Achille respondió: Con la ayuda de nuestra voluntad.
Y añadió: Nuestras almas son la leña, el
diablo es la segur, y el leñador es nuestra voluntad. Nuestras voluntades
perversas son pues las que hacen que seamos cortados y derribados.
He aquí porqué dice San Bernardo: Que cese la voluntad propia, y no habrá
infierno.
“Tesoros de Cornelio Á Lápide”
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