La
oración mental primeramente es necesaria para tener luz en el
viaje que estamos haciendo a la eternidad. Las verdades eternas son asuntos
espirituales que no se perciben con la vista corporal, sino sólo con la
consideración de la mente. El que no hace oración no las columbra, y por esto
anda difícilmente por el camino de la salvación. Por otra parte, el que no hace
oración no conoce sus defectos ni los aborrece, como dice San
Bernardo. No concibe
tampoco los peligros en que se encuentra, y por tanto, no piensa en evitarlos. Pero
aquél que hace oración descubre al momento sus imperfecciones, advierte los peligros
que corre su salvación, y viéndolos procura remediarlos. San Bernardo, añade, que la meditación regula
los afectos, dirige las acciones y corrige los defectos.
En segundo lugar, sólo en la
oración podemos hallar fuerzas para resistir a las tentaciones y practicar la
virtud. Santa Teresa decía, que el
que descuida la oración no necesita demonios que lo lleven al infierno, porque
él mismo se mete en él. Esto nace porque que sin la oración mental no hay
petición. El Señor está siempre dispuesto
a concedernos sus gracias; pero dice San Gregorio, que para concederlas quiere que le
roguemos y casi que le obliguemos a dárnoslas por nuestras
súplicas perseverantes.
Pero sin estas no tendremos fuerza para
resistir a nuestros enemigos, y no podremos alcanzar la perseverancia. Palafox ha dicho: ¿Cómo nos ha de conceder el Señor la perseverancia, si no se la
pedimos? ¿Y cómo se la pediremos sin
la oración? Más los que se dedican a la oración son como el árbol plantado
junto a la corriente de un río.
La oración es la feliz hoguera en donde se
inflaman las almas en el amor divino. Santa Catalina
de Bolonia decía: La
oración es el lazo que estrecha el alma con Dios.
Introdújome
el rey en la cámara del vino y ordenó en mi la caridad. Esta cámara del vino
o bodega es la oración, en que de tal modo se embriaga el alma de amor divino que
casi llega a perder la sensibilidad para las cosas de este mundo. Ella no ve
entonces más que lo que agrada a su amado, no habla más que de su amado, ni
quiere oír hablar más que de su amado: cualquier otra conversación le causa
tedio y la aflige. El alma en la oración retirándose a hablar a solas con Dios,
se eleva sobre sí misma. Se sentará
solitario y callará, porque lo llevó sobre sí.
Dice Sedebit: el alma sentándose, esto es,
parándose a considerar en la oración cuán amable es Dios, y cuán grande el amor
que le tiene, tomará gusto a Dios, se le llenará la mente de santos
pensamientos, se despegará de los afectos terrenos, concebirá gran deseo de
hacerse santa, y, finalmente, tomará la resolución de darse toda a Dios,
¿Y no es la oración la que ha inspirado
a los Santos sus más generosas resoluciones, que los han levantado a un grado
sublime de perfección?
Oigamos lo que dice San Juan de la Cruz hablando
de la oración mental:
Allí
me dió su pecho,
Alli
me enseñó ciencia muy sabrosa:
Yo
le di de hecho
A
mi, sin dejar cosa:
Allí
le prometí de ser su esposa.
Pero San Luis
Gonzaga decía que jamás llegaría a
un alto grado de perfección, quien no llegue a tener mucha oración.
Dediquémonos pues a la oración, y no la abandonemos jamás por fatigosa que pueda
parecernos. Este tedio que suframos por Dios, ya nos lo pagará, El largamente.
Perdonad, Señor, mi pereza. ¡Cuántas gracias he perdido por haber descuidado
tantas veces la oración! En adelante dadme fuerza para seros fiel en
continuar acá hablando con vos, con quien espero conversar eternamente en el cielo.
No pretendo que me regaléis con vuestros consuelos: no los merezco, bástame que
me admitáis a estarme a vuestros pies para recomendaros a mi pobre alma, la
cual se encuentra tan pobre porque se ha alejado de vos Allí, ¡Oh Jesús crucificado! el solo recuerdo
de vuestra sagrada pasión me arrancará de la tierra y me unirá a vos. Virgen Santa María, socorredme en la
oración.
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