I. Nada
hay más frágil que el hombre; abandonado a su debilidad, es capaz de cometer
los mayores crímenes. San Pedro prometió al
Salvador que habría de morir antes que abandonarlo y, por unas palabras de una
sirvienta, por tres veces renegó de su divino Maestro. ¿Qué más apto para hacernos temblar y para inspirarnos una saludable
desconfianza en nosotros mismos? ¿Si han caído las columnas de la Iglesia, qué
no nos sucederá a nosotros, que somos débiles como cañas? Señor, he caído
por mi propia flaqueza; sólo por vuestra bondad me he levantado (San Agustín).
II. Si has caído en alguna falta, aunque
fuese el más horrible de todos los crímenes, no te desanimes por ello; la
bondad de Dios sobrepuja infinitamente a tu malicia. Vuelve a tu Padre; Él te espera, te llama y está preparado para
recibirte; antes te cansarías de ofenderle que Él de perdonarte.
III. ¿Quieres
corregirte de tus faltas? Prevé y huye de las ocasiones en las cuales has
sucumbido; si no lo haces, las mismas causas producirán los mismos efectos.
Examina tu vida y verás que las ocasiones y las compañías peligrosas son las
que, todos los días, te hacen recaer en los mismos pecados. Un piloto no se
acerca sino temblando al escollo donde antes naufragó; un convaleciente no se
atreve siquiera a tocar el fruto que lo enfermó; solamente el pecador busca las
ocasiones en las que se perdió. ¿Qué necesidad hay de ir a tal parte, donde cada día es
preciso vencer o perecer? (San Jerónimo).
La desconfianza en uno mismo. Orad por el Papa.
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