viernes, 15 de abril de 2022

CORTO ES EL NÚMERO DE LOS QUE AMAN LA CRUZ DE CRISTO


 


Tiene ahora Jesús muchos que quieren poseer su reino de los cielos, pero pocos qne quieran llevar su cruz.

Halla muchos amigos de su consolación; pocos, de su tribulación.

Halla muchos compañeros de su mesa; pocos, de su ayuno.

Todos quisieran gozar con Él; pocos quieren padecer algo por Él.

Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan; pocos, hasta beber el cáliz de la pasión.

Muchos admiran sus milagros; pocos siguen la ignominia de la cruz. Muchos aman a Jesús mientras ninguna adversidad les sucede. Muchos le bendicen y alaban cuando de Él reciben consuelos.

Pero si se les esconde o por corto tiempo los abandona, luego se quejan o caen en grande abatimiento.

 

Más los que aman a Jesús por Jesús mismo, no por los consuelos que les da, le bendicen igualmente en las angustias y tribulaciones de espíritu, por terribles que sean, como en las más dulces consolaciones.

Y si nunca les diera consuelos, no por eso dejarían de darle gracias y alabarle continuamente.

 

¡Oh, qué poderoso es el amor de Jesús cuando es puro y sin mezcla de amor propio y de interés personal!

¿No deben llamarse mercenarios cuantos andan siempre buscando consuelos? ¿No es claro que quienes viven pensando en su bienestar e interés a sí mismos se aman más que a Cristo?

¿Dónde se hallará a alguien que quiera servir a Dios de balde? Rara vez se halla a alguien tan espiritual que esté desprendido de todo.

¿Quién hallará un verdadero pobre de espíritu; uno que se haya desnudado enteramente del afecto a las criaturas? «Tal persona vale mas que rubíes» (Prov 31, 10).

Si diera el hombre todas sus riquezas, no sería nada todavía. Si áspera penitencia hiciera, sería nada todavía.

Si abarcara toda la ciencia, aún estaría lejos.

Si fuera muy virtuoso, piadoso y fervoroso le faltaría mucho todavía: una sola cosa, pero absolutamente necesaria.

Y ¿cuál es esa cosa? Que, abandonadas todas las cosas, también se abandone a sí mismo y se salga de sí mismo sin llevarse nada del amor propio; y que, una vez hecho cuanto sepa que debe hacer, sienta que aún no ha hecho nada.

 

Que no crea grande lo que grande pudiera creerse; sino que con toda sinceridad se llame siervo inútil, como dice la Verdad: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: siervos inútiles somos» (Lc 17, 10).

Entonces podrá ser de veras pobre de espíritu y desnudo, y decir con el profeta: «Estoy solo y desvalido» (Sal 24, 16).

Sin embargo, no habrá nadie más rico, poderoso y libre que quien haya sabido abandonar todas las criaturas, y aun a sí mismo, y ponerse en el último lugar.

 

 

“LA IMITACIÓN DE CRISTO”


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