PINTURA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS POR "CARAVAGGIO" |
Aclaración del blog:
Esta es la primera publicación de
lo que pretende ser una serie de publicaciones sobre “LA
VOCACIÓN RELIGIOSA”
NUESTRO JOVEN COLABORADOR BENITO JAVIER DE NURSIA. “Con la
ayuda de Dios quiere hacer tomar conciencia a nuestros jóvenes, que se
encuentran perdidos en cuanto al estado que van a elegir, y que decidirá el
destino no sólo de su vida sino también de su eterna salvación o perdición”
De más está decir que recomendamos encarecidamente sigan estas publicaciones.
Quien sabe, si de estas lecturas salga alguna Vocación Religiosa.
La carta de usted me da a entender que desde
hace algún tiempo se siente inspirado por Dios
a abrazar la vida religiosa. A la vez me dice que se han despertado algunas
dudas en su espíritu, y especialmente aquélla de que si podrá santificarse en
el siglo sin hacerse religioso.
Le responderé brevemente; porque si usted
desea más larga respuesta, puede leer con provecho el librito que con el
título: Avisos sobre la vocación religiosa
he publicado.
Aquí solamente le diré en pocas palabras que
el negocio de la elección de estado es de capital importancia, por depender de
él la salvación eterna. El que abraza el
estado a que Dios lo llama, fácilmente se salvará; pero el que desoye la voz
del Señor, será difícil, mejor diré, será moralmente imposible que se salve.
La mayor parte de los réprobos están en el infierno por no haber correspondido
al llamamiento de Dios.
Por tanto, si usted quiere elegir aquel
género de vida en el cual asegure mejor su salvación, que es lo único que nos
debe importar, considere que su alma es inmortal, y que Dios lo ha puesto en el mundo, no a buen seguro para atesorar
riquezas, ni conquistar honores, ni llevar vida cómoda y regalada, sino
únicamente para alcanzar la vida eterna por medio de la práctica de la virtud. Tenéis por fin, dice San Pablo a los romanos, la vida eterna. En el día del juicio de
nada le servirá el haber puesto en buen pie su casa y haberse aventajado sobre
los demás en el mundo; lo único que entonces le aprovechará será el haber
servido y amado a Jesucristo, que lo ha de juzgar.
Cree usted que permaneciendo en el siglo
podrá también santificarse. Sin duda que lo podrá, señor mío, pero con no poca
dificultad. Pero si Dios lo llama a
usted a la vida religiosa y quiere permanecer en el mundo, su santificación,
como he dicho, será moralmente imposible; porque en el siglo se verá privado de
las luces y auxilios que Dios le dispensará en la religión y sin unos y otros
no logrará usted salvarse.
Para alcanzar la santidad hay que emplear
los medios que a ella le conducen, como son la huida de las ocasiones
peligrosas, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la unión con Dios y la vida de recogimiento. Además,
para no cansarse en el camino emprendido, debe frecuentar los sacramentos,
hacer todos los días oración mental, leer algún libro piadoso y ejercitarse en
otras prácticas devotas, sin las cuales no es fácil conservar el fervor. Ahora
bien, ejercitarse en todas estas obras de piedad en medio del bullicio y
tráfago del mundo es harto difícil, por no decir imposible. Los cuidados de la
familia, las necesidades de la casa, los lamentos y quejas de los parientes,
los pleitos, las persecuciones de que está lleno el mundo, tendrán su ánimo tan
preocupado y tan cargado de temores, que apenas le será posible encomendarse a Dios por la noche, y esto en medio de
mil distracciones. Bien quisiera usted hacer oración, y leer un libro
espiritual, y comulgar con frecuencia y visitar todos los días el Santísimo
Sacramento, pero tan buenos propósitos se los estorbarán los negocios del
mundo, y lo poco que haga será con mucha imperfección, por tenerlo que hacer
entre sinnúmero de ocupaciones y con el espíritu disipado. De suerte que su
vida será muy desasosegada, y su muerte también muy turbada e inquieta.
Los amigos del mundo, por
su parte, no tendrán reparo en
inspirarle temor a la vida religiosa, pintándosela
como insoportable y llena de sinsabores. Por otra parte, el mundo le brindará con sus riquezas, placeres y
diversiones: piénselo bien y no se deje engañar, porque el mundo es un traidor,
que sabe prometer, pero no sabe cumplir. Le ofrece bienes de la tierra; y
aunque le diese todo lo que ofrece,
¿serían poderosos todos ellos para calmar las ansias de su alma? No, porque
sólo Dios puede darle la paz
verdadera. El alma ha sido creada únicamente para Dios, para amarlo en esta vida y después gozarlo en la eterna, y
por esto sólo Él puede satisfacer los deseos de su corazón. Todos los placeres
y riquezas del mundo no son poderosos para damos la verdadera paz; al
contrario, el que mayor caudal de estos bienes posee en el mundo, anda más
turbado y afligido, como confiesa Salomón,
quien después de haber gozado tanto, exclama: Todo es vanidad y aflicción de espíritu.
Si el mundo con todos sus tesoros pudiera
llenar los senos del corazón humano, los ricos, los grandes, los reyes, que
nadan en la abundancia, que gozan de placeres, que son por todos honrados,
serían plenamente felices; pero la experiencia nos enseña lo contrario; nos
enseña que mientras más encumbrados y enaltecidos están, tanto mayores son las
angustias, los pesares y las aflicciones que experimentan. Un pobre lego
capuchino, vestido con burdo sayal y ceñido con ceñidor de cuerda, que come
pobremente y duerme sobre la paja en celda estrecha, vive más feliz y contento
que un príncipe que viste telas recamadas de oro y posee tesoros sin cuento. Se
sentará todos los días a opípara mesa, dormirá en mullido lecho bajo ricos
pabellones, pero los cuidados y las angustias de espíritu ahuyentarán el sueño
de sus párpados. “¡Cuán loco es, exclama
San Felipe Neri, el que por amar al mundo no ama a
Dios!"
Pero si los
mundanos llevan una vida de sobresaltos y congojas, mayores los experimentarán
en la hora de la muerte, cuando el Sacerdote que los asista les intime la orden
de partir de esta vida, diciéndoles: “Alma cristiana, sal de este mundo”, abrázate con el crucifijo, porque el mundo ya se acabó
para ti. El mal está en que los mundanos apenas si piensan en Dios ni en la
otra vida, donde han de vivir por toda la eternidad. Casi todos sus
pensamientos van a parar en las cosas de la tierra, y por eso llevan vida
desgraciada y mueren con muertes desastrosas.
Por tanto, si usted quiere acertar en la elección
de estado, procure que no se le caiga de la consideración la hora de la muerte,
y, puesto en aquel duro trance, mire bien el género de vida que hubiera querido
llevar. Entonces ya no podrá corregir el yerro, si tiene ahora la mala fortuna
de equivocarse, menospreciando el divino llamamiento por seguir su libertad y
sus caprichos. Considere que todo lo de este mundo pasa y desaparece, como dice
San Pablo por estas palabras: La escena de este mundo pasa en un momento.
Todo se acaba, y la muerte nos sale al encuentro, de suerte que a cada paso que
damos nos acercamos a ella y nos aproximamos a la eternidad, para la cual hemos
nacido. Porque escrito está: Irá el
hombre a la casa de su eternidad. Cuando estemos más descuidados nos
sorprenderá la muerte, y en aquel duro lance todos los bienes del mundo nos
parecerán vana ilusión, mentira, engaño, vanidad. ¿De qué le aprovechará entonces al hombre
—pregunta Jesucristo— haber ganado todo el mundo, si pierde su alma? Sólo servirá para acabar con muerte
desgraciada una vida infeliz.
Por el contrario, un joven que ha abandonado el mundo
para seguir las huellas de Cristo, vivirá feliz y contento, pasando sus días en
una celda solitaria, lejos del bullicio del mundo y de los frecuentes peligros
que se corren en él de perder a Dios. Verdad es que en el monasterio no tendrá
ni conciertos, ni bailes, ni comedias, ni otras mundanas diversiones, pero
tendrá a Dios, que lo recreará con mil regalos y le dará a gustar aquella paz
que se puede gozar en este valle de lágrimas, lugar de trabajos y
padecimientos, donde hemos sido puestos para conquistar, a fuerza de paciencia,
aquella otra verdadera y cumplida paz que Dios nos tiene deparada en la gloria.
Cuando se vive alejado de las diversiones del mundo, una amorosa mirada
dirigida de cuando en cuando al crucifijo, un Dios mío y todas las cosas,
pronunciado con fervor, un Dios mío, que se escapa del corazón, proporciona al
alma más consuelo que todos los pasatiempos y banquetes del mundo, que después de
gustados traen en pos de sí no pocos dejos de amargura.
Y si por haber abrazado
el estado religioso vivirá contento durante la vida, mayor contento experimentará
en la hora de la muerte. ¡Qué consuelos
no experimentará entonces al recordar que ha gastado su vida en la oración, la
lectura espiritual, la mortificación y otros ejercicios devotos, y
especialmente si en la religión ha empleado sus mejores años, salvando almas
por medio del ministerio de la predicación y confesión! Todo esto aumentará
a la hora de la muerte la confianza que tiene puesta en Jesucristo, el cual, como muy agradecido, sabe premiar con largueza
a los que han trabajado por aumentar su gloria.
Pero vengamos ya a
tratar más de propósito la elección que debe usted hacer. Ya que el Señor lo
mueve a dejar el mundo para darse todo a Él en la religión, tiene sobrados
motivos para alegrarse y temblar a la vez. Alégrese, pues,
y dé gracias a Dios, porque el ser llamado a una vida más perfecta, es una gracia
especialísima que el Señor no dispensa a todos. No ha hecho otro
tanto —dice el salmista— con las
demás naciones. Pero a la vez tiemble, porque si no obedece a la voz
divina, pone en gran peligro su eterna salvación. No puedo detenerme a
referirle aquí los muchos ejemplos de jóvenes, que por no haber hecho caso de
la vocación divina, han llevado vida desgraciada, acabándola con muerte
desastrosa. Tenga por cierto que si, a pesar de la inspiración que usted siente
de abrazar la vida religiosa, permanece en el mundo, llevará una vida sin paz
ni sosiego, preludio de la muerte inquieta que lo aguarda, pues en aquel trance
se sentirá despedazado por los remordimientos, a causa de haber desoído la voz
de Dios, que lo llamaba al claustro.
Al fin de su carta me pregunta usted que, si
en el caso de no tener bastante ánimo para entrar en religión, sería mejor
casarse, como quieren sus padres, o hacerse sacerdote secular.
A lo primero le diré que no puedo aconsejarle
que abrace el estado del matrimonio,
porque San Pablo tampoco lo aconseja a nadie,
a no ser en el caso de remediar una habitual incontinencia, y cierto estoy que
usted no se halla en semejante caso.
En cuanto a hacerse sacerdote secular, advierta que el
sacerdote en el siglo tiene todas las cargas del sacerdocio, y además las
distracciones y peligros de los seglares, puesto que, viviendo en medio del
mundo, no puede evitar los tropiezos y dificultades que le causan los negocios
de su casa o de sus parientes, ni puede verse libre de los peligros que rodean
su alma. Lo cercarán las tentaciones en su propia casa, puesto que no podrá
impedir que entren en ella mujeres, ya sean de la familia, ya sean criadas, ya
otras mujeres extrañas. Debería usted vivir en una habitación retirada, para no
pensar más que en las cosas del
divino servicio; mas este género de vida es
muy difícil en la práctica, y por lo mismo son muy contados los sacerdotes que,
viviendo en su propia casa, aspiran a la perfección.
Por
el contrario, si usted entra en un Instituto religioso donde reina la
observancia regular, se verá libre de los cuidados que ocasiona el pensar en la
comida y en el vestido, porque de todo le proveerá la religión; allí vivirá
lejos de los parientes, que de continuo lo molestarían con los negocios y
asuntos de la casa; allí no encontrará mujeres que puedan turbar su espíritu;
allí, alejado del ruido del mundo, nada le impedirá vivir recogido y dedicado a
la oración.
Le hablo de una
religión donde “reine la observancia
regular”; porque si usted quisiera entrar en un Instituto del cual ha
desaparecido el fervor, mejor sería que permaneciera en su casa, cuidando como
mejor pudiera de la salvación de su alma; puesto que dando su nombre a un
Instituto que ha caído en la relajación, se expone al peligro de condenarse;
pues dado caso que entrase resuelto a dedicarse a la oración y a no pensar más
que en Dios, arrastrado, sin
embargo, por los malos ejemplos de los compañeros, y ridiculizado por ellos y
tal vez hasta perseguido, por no querer llevar su manera de vida, acabaría por
abandonar todas sus devociones y seguir los derroteros que le señalaren los
demás, como lo prueba la experiencia.
En
fin, si Dios se digna concederle la gracia de la vocación, esfuércese por
conservarla, encomendándose sin descanso a Jesús y a María en sus oraciones, y
no olvide que, si se determina a entregarse totalmente a Dios, el demonio se esforzará cada día más por hacerlo caer
en pecado, y sobre todo para hacerle perder la vocación.
Termino
ofreciéndole todos mis respetos y pidiendo al Señor lo haga todo suyo.
“LA
VOCACIÓN RELIGIOSA”
“Editorial
ICTION” Bs. As. Argentina. Año 1981.
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