Los soberanos Pontífices han otorgado a San Nicolás de Tolentino dos
títulos tan gloriosos para él como consoladores para nosotros: el de protector de la Iglesia y el de protector
de las almas del Purgatorio; y, en verdad que el Taumaturgo cuya vida y
virtudes referimos, los tiene bien merecidos; por tanto, debemos invocarlo con
la más entera confianza, sea en favor de la Iglesia nuestra Madre, sea en favor
de las almas de los fieles difuntos detenidas en el fuego de la expiación. No es verdadero cristiano aquel que no
procura consolar a los seres queridos que Dios le ha arrebatado, y a los cuales
retiene en el Purgatorio por un efecto de su justicia infinita. No hay
persona sobre la Tierra que no haya
amado bastante a sus semejantes, para
compartir gustoso sus penas cuando
penetran en este lugar de tormentos. Nadie
hay entre los fieles que no procure aumentar
el número de los elegidos y procurar con
ello a nuestro Señor un aumento de gloria.
Para llegar a conseguirlo, la Iglesia nos ofrece
riquezas sin cuento: la limosna, las
indulgencias, la oración, las buenas obras, las penitencias, las comuniones; pero,
ante todo y sobro todo, el adorable sacrificio del Altar. Como si esto no
fuese todavía bastante, ella ha
querido elegir un Santo especial que se pudiese
invocar especialmente por las almas del
Purgatorio; un Santo al cual pudiese confiar cada uno, ya la sangre sacratísima del Salvador, ya el pobre mérito de sus propias obras, con la esperanza de que él las aplicará según la voluntad conocida por Dios a aquellos que sufren en las
llamas de la expiación; y este
Santo, verdaderamente limosnero y protector
del Purgatorio, es nuestro glorioso ermitaño
de San Agustín, San Nicolás de Tolentino.
Dos hechos milagrosos, acaecidos durante su vida, justifican plenamente
esta elección de la Iglesia y la devoción de los pueblos. Vamos a referirlos
para edificación del lector.
Tenía
Nicolás dos primos, uno de los
cuales se llamaba Gentil de Guidiani.
Este, que llevaba una vida culpable, fué muerto por un su rival en el castillo
de Aperana, y el siervo de Dios tuvo
de ello noticia estando en Recanati,
adonde había vuelto algún tiempo después de su ordenación. Traspasado Nicolás de profunda pena al pensar en
la conducta criminal del difunto, cayo de rodillas y, derramando abundantes
lágrimas, exclamó: “¡Ay, cuánto temo que
el desgraciado se haya perdido para siempre!” Luego, no contentándose con estériles
lamentos, aumentó sus penitencias, ya tan duras, y sus tan largas y multiplicadas
oraciones; ofreció por el difunto el santo sacrificio del altar, y no cesó
desde entonces, ni de día ni de noche, de rogar amorosamente a Dios Nuestro
Señor tuviese piedad de aquella alma pecadora, y le diese a entender si era
salva o condenada por toda la eternidad. (Hacía las más rígidas
penitencias y ofrecía por su alma el santo sacrificio de la Misa.)
Por espacio de dos semanas, Nicolás no cesó de solicitar esta doble
gracia con sus lágrimas, con sus plegarias y con sus sangrientas mortificaciones.
Más he aquí que a los quince días, a la hora de media noche (Levantábase de la oración por la noche
para encender la lámpara que ardía delante del Santísimo Sacramento) en el
momento en que se levantaba para atizar la lámpara que ardía delante del
Tabernáculo, oyó de repente una voz que decía: “Hermano mío, hermano mío (En Italia se dice generalmente fratello cugino,
que significa primo hermano) da gracias al Señor Jesús. Él ha mirado con ojos
de misericordia tus oraciones y tus lágrimas: yo debía de estar condenado, pero
me han salvado tus oraciones”.
Temiendo el Santo una ilusión del demonio, que con frecuencia se transforma en
ángel de luz, respondió: “¿Por qué me tientas, enemigo de todo bien?
Mi hermano ha muerto, y a Dios sólo le pertenece el salvarlo o el condenarlo. —
No tengas duda ninguna, hermano mío, replicó entonces la aparición: yo soy con toda
verdad tu primo Gentil. A tus oraciones debo yo el haber sido preservado del
Infierno por Nuestro Señor Jesucristo.” Y a continuación añadió el alma
estas notables palabras, que
manifiestan la elevada santidad del
piadoso ermitaño de San Agustín: “Tus obras ¡oh Nicolás! son tan agradables
a Dios, que Él te concederá todo lo que le pidieres en la vida presente, y
además de esto serás glorioso en esta vida, que es la mía en el Paraíso”. Y
desapareció la visión, dejando en el
alma del Santo favorecido con ella
una de esas alegrías inefables que hacen
olvidar todos los sufrimientos, consuelan
todas las amarguras y hacen al alma capaz de los más grandes sacrificios.
Tal era, pues, la ternura y amor de Dios para
con su siervo, que por sus oraciones cerró las puertas del abismo eterno a un
pecador tan culpable, otorgándole, por un secreto resorte de la predestinación,
gracias extraordinarias que en un solo instante, en el postrer momento de la
existencia hacen del más grande pecador un justo llamado al Reino divino; justo
que, tan pronto haya pasado el tiempo de su purificación y prueba en el
Purgatorio, tomará asiento entre los elegidos por un efecto de la Misericordia
infinita.
El otro prodigio debió suceder, según San Antonino, arzobispo de Florencia,
en una ermita del convento de Valmanente, cerca de Pésaro. En él se ve, no
menos que en el pasado, el amor del Señor para con su servidor, y el poder del
servidor en el corazón de su Señor para inclinar la justicia divina en favor de
las almas del Purgatorio.
Había sido Nicolás designado para cantar una
semana entera la Misa conventual, como es costumbre en los monasterios
agustinianos, debiendo comenzar su cometido el domingo. La noche, pues, del
sábado, mientras el bienaventurado ermitaño dormía, fué despertado por una voz
triste y suplicante que lo llamaba. “Hermano
Nicolás, decía: hombre de Dios, mírame.”
El Santo, lleno de admiración, esforzóse por
ver quién le hablaba de aquel modo; mas, no viendo a nadie, preguntó a la
aparición quién era. “Yo soy, respondió
la misma voz, el alma de Fray Peregrino de Osimo, uno de vuestros amigos
durante la vida, y ahora atormentado en las llamas. Dios, por su misericordia, me
ha condenado a penas temporales, aunque yo, por mis pecados, había merecido las
eternas. Yo, pues, te suplico humildísimamente celebres hoy por mí la santa
Misa, a fin de que yo me vea libre de este fuego. — Oh, hermano mío, replicó
Nicolás: que el Salvador, cuya sangre nos ha redimido, venga en tu ayuda. En
cuanto a mí, estoy designado para cantar la Misa conventual, y en este día del
Domingo no me es permitido cambiar el Oficio, ni puedo, por tanto, cantar la
Misa de Difuntos. — Venid, pues, conmigo, continuó la aparición; venid, ¡oh
venerable Padre!, y vos veréis si debéis condescender con mi petición, y si os es
posible negaros a consolar a una muchedumbre de desgraciados que me han
suplicado implore vuestra misericordia.” Y el alma condujo al siervo de
Dios a otra parte de la ermita, donde, mostrándole la hermosa explanada de
Pésaro, y en esta explanada una multitud innumerable de almas, volvió a
decirle: “Tened piedad de estos
infortunados, que aguardan vuestros socorros: si vos os dignáis celebrar la
Misa por nosotros, casi todos seremos libertados de nuestros dolorosos
tormentos”.
Vuelto en sí Nicolás, hallóse vivamente impresionado por esta visión, y,
profundamente movido a piedad, dejó correr sus lágrimas en abundancia y se
abismó en una ferviente oración en favor de los desgraciados que acababa de
ver, Tan pronto como llegó el día, fué en busca de su Prior y, prosternándose ante
él, le contó la aparición, sólo en cuanto aquello que le pareció necesario, sin
que sufriese su humildad, suplicándole le permitiese celebrar el santo
sacrificio de los Difuntos durante la semana entera.
Consintió éste en la justa demanda de
Nicolás, y reemplazó al siervo de Dios por otro religioso que celebrase la Misa
conventual. Durante siete días renovó
San Nicolás el sacrificio del Calvario, y atrajo sobre el altar la Víctima
divina, a fin de obtener la libertad de tantas afligidas almas, añadiendo a su
ardiente súplica abundantes lágrimas y mortificaciones de todo género, tales
como podían ser inspiradas por su generosidad heroica y compasiva ternura.
Aparecióse de nuevo a Nicolás el último día el hermano
Peregrino, al fin de la Misa o durante la misma Misa, según varios autores,
y, dándole gracias por su caridad y eficacia, mostróle cerca de él a la mayor
parte de aquellos por quienes había rogado, anunciándole que la Justicia divina
les acababa de abrir las puertas del Cielo. Y todas aquellas almas, libertadas
por los méritos y oraciones de su bienhechor, se elevaron delante de él hacia
la Patria celestial, repitiendo aquellas, palabras del salmo: ¡Hemos sido libradas de los que nos
afligían, y nuestros enemigos han sido confundidos! “¡Oh hombre inefable, exclama a este propósito San Antonino; hombre inefable
que ha llevado siempre una vida tan santa, y cuyos méritos han comenzado a hacerse
conocer en su más tierna juventud hasta en el Purgatorio!”.
De este prodigio tomó origen el Septenario de
San Nicolás, y a él se debe el que la
Cristiandad otorgase a Nicolás el título glorioso de Protector de este lugar de
expiación y de tormentos. El fué la causa de la institución en Tolentino de la Pía Unión del Sufragio, que existe hoy
todavía en la mayor parte de los monasterios de la Orden Agustiniana. Los Priores generales, que tienen la facultad de
conceder las indulgencias del altar privilegiado en alguna de sus iglesias,
eligen siempre para eso los altares dedicados al gran Taumaturgo de Tolentino.
Terminaremos refiriendo otro prodigio obtenido por el
glorioso Nicolás. Por este prodigio
manifestó el Señor cuán agradable le sea y cuán poderosa sobre su corazón la
devoción por las almas del Purgatorio, colocada bajo el patronato de su siervo.
Hacia el año 1555, escribe el P. Benincasa en
su Vida de san Nicolás, se construyó en honor del Apóstol de Tolentino una
magnífica y suntuosa capilla en Leco, plaza fuerte situada no lejos del lago de
Corne, y acordóse un decreto por los habitantes de esta villa para elevar la
fiesta del glorioso Santo al rango de las fiestas más solemnes. He aquí la
razón de eso: Habiendo puesto sitio Juan
de Médicis, general de los venecianos, a la plaza de Leco, la tuvo largo tiempo encerrada por su ejército, sin poder
hacerse dueño de ella; mas el cansancio, el hambre y el aislamiento redujeron a
los defensores de la fortaleza a un tal estado de debilidad y desaliento, que, enterado
de ello el enemigo, resolvió tentar un asalto general. A semejante noticia,
comprendiendo los sitiados que estaban completamente perdidos, entregáronse a
la más profunda tristeza. En tan extremada situación quisieron, sin embargo,
invocar a San Nicolás, del cual
eran particularmente devotos, y, en la mañana misma del día en que debía realizarse
el asalto decisivo, todos los sacerdotes
de la ciudad aplicaron la Misa en sufragio de las almas del Purgatorio,
uniéndose a ellos el pueblo entero con gran confianza. “El Santo, decían ellos, que en otra ocasión ha librado por su
Septenario de Misas a una muchedumbre de difuntos, él se servirá de tantas
Misas para salvarnos del peligro y para concedernos la victoria y la salud”.
Dios manifestó que estos sentimientos le eran
agradables, y que su siervo glorioso le había rogado por la villa puesta en
tamaño peligro. En el momento de comenzar el asalto divisó Juan de Médicis, con profunda sorpresa, sobre las murallas de la
ciudad sitiada un ejército muy numeroso de gente vestida de blanco. Como él
preguntase con inquietud qué significaba aquel espectáculo extraordinario, y de
dónde venían aquellos ejércitos extranjeros, oyó voces misteriosas que,
respondiendo a su pensamiento, decían: “A
causa de las Misas que los habitantes de Leco han hecho celebrar esta misma
mañana, las almas libertadas del Purgatorio por estas oraciones han sido
enviadas por Dios para defenderlos”.
Vivamente amedrentado el General, hizo al
instante cesar todos los preparativos del combate, y se alejó tan
precipitadamente, que parecía que su ejército se retiraba huyendo.
Este maravilloso acontecimiento probó a los
sitiados la eficacia de los sacrificios y oraciones por las almas del Purgatorio
cuando uno las ofrece con fe y confianza por la intercesión de su poderoso y
caritativo abogado San Nicolás de Tolentino.
“SAN
NICOLÁS DE TOLENTINO”
De
la orden de San Agustín
PROTECTOR
DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Y
ABOGADO
DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
Escrita
en francés por el
P.
ANTONINO M. TONNA - BARTHET
de
la misma orden
y
traducida al castellano por el
P.
PEDRO CORRO DEL ROSARIO.
Agustino
Recoleto.
Año
1901
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