“He aquí
la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). Esta
contestación de María Santísima al
anuncio del Arcángel San Gabriel encierra toda la perfección y sabiduría
humana, la absoluta conformación de la voluntad con la de Dios. Nada más a
propósito para los tiempos actuales, tan llenos de “cristianismo adulto” y de “autonomías”
que meditar estas palabras. Nuestra Señora, que es la Inmaculada, la que nuca
tuvo pecado alguno, dijo en verdad ––pues
de su boca no podía salir mentira–– que era la esclava del Señor, es decir,
éste era el estado que le correspondía. No pretendió hablar como la más
perfecta de las criaturas, ni alegar méritos, si no tan sólo cumplir la
voluntad del Altísimo. Por eso mereció ser llamada Bienaventurada por todas las
generaciones, ser Madre del Redentor, Mediadora de todas las gracias y Reina de
todo lo creado, lo que significa Señora en el sentido más estricto de la
palabra, es decir a la que todo está sujeto en los cielos y tierra. Ella es un
ejemplo viviente de la palabra de Cristo: “Cualquiera
que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado” (Lucas 14,
11).
Para santificarse es necesario hacer la
voluntad de Dios. Hasta la mortificación, la pobreza y las obras, si se hacen
contra su voluntad, no sólo no sirven un ápice para la salvación si no que son nefastos, pues el hombre ha sido creado para
conocer, amar y servir a Dios y después gozarlo eternamente y no para realizar
tal o cual acto heroico y vanagloriarse
de él.
No es con la constante afirmación de unos
pretendidos derechos
humanos que se eleva el hombre
sino siguiendo el camino de la Cruz. Jesucristo
no dijo: reclama derechos, sino: “si
alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo y cargue su cruz y sígame”
(Marcos 8, 34). No predicó el orgullo ni la rebelión, sino la humildad y la
pureza, virtudes de María, contra las
cuales mueve Satanás la guerra religiosa de la revolución anticristiana,
utilizando profundas transformaciones sociales para crear un mundo ateo en que
esas virtudes serían borradas de la faz de la tierra.
Todas las épocas cristianas han sido
marianas, más la actual debe serlo actualmente Dios lo quiere de un modo manifiesto.
¿Si es, como vivimos más arriba
condición indispensable para cualquier progreso espiritual cumplir con la
voluntad de Dios, cómo podemos imaginarnos que sea posible conseguir algún bien
oponiéndose al deseo de Nuestro Señor que hizo bailar al sol delante de
cincuenta mil personas para confirmarnos que quiere establecer en el mundo la
devoción al Inmaculado Corazón de María, al que puso como piedra fundamental de
la historia contemporánea? Para conseguir la paz tan ansiada por las naciones,
necesitamos de poderosa intercesión. No sólo en FÁTIMA se ha visto el poder de Dios desplegarse para mostrarnos el
único camino sino la Virgen ––que
siempre hace la voluntad del Señor–– ha hablado en muchas oportunidades en
los tiempos modernos desde su aparición en la rue du Bac a Santa Catalina
Labouré. El mismo desarrollo dentro de la Iglesia del culto mariano,
que tantos frutos excelentes ha dado, se debe atribuir a la acción del Espíritu Santo.
Recordar esto es más
actual que nunca, en especial ahora en
el cincuentenario de FÁTIMA, (NOTA: este año
2017 se cumplen los cien años de la aparición de Fátima) donde la
grandeza de Dios se puso de
manifiesto en alabanza de María, mostrándonos,
por medio de Ella, el único camino para construir la ciudad católica ––oración
y penitencia.
En
el año 1917 se produjeron los dos acontecimientos de mayor significación
histórica de nuestro siglo: el mensaje
del cielo que nos infunde esperanza en
el caos y la decadencia actual, y la tentativa del
infierno ––por medio de la revolución de octubre–– de edificar una sociedad
comunista, tentativa condenada al fracaso, por más éxitos temporales que se
coseche, pues nadie puede vencer a Cristo Rey, quien en estos tiempos
reservó a su Madre la misión de triunfar sobre los enemigos.
Por eso los locos ––sí, locos, no dudamos subrayarlo y
repetirlo otra vez–– y también instrumentos del Demonio, los que minimizan
al cuto mariano y desalientan a la devoción popular, poniendo obstáculos en
el camino de la solución de la crisis iniciada por la Reforma, cuya última es consecuencia es el comunismo que nos amenaza tanto desde afuera como desde adentro,
infiltrado en todas nuestras instituciones, sien la toma de conciencia de
esa civilización moderna con la cual, como lo señala el Syllabus, es imposible la reconciliación para la Iglesia.
La solución única e irremplazable es Nuestra Señora. Por eso la devoción
mariana es tan actual y es una necesidad absoluta. Esto lo siente el pueblo
fiel al resistirse de abandonarla a pesar de tantos profetas que andan por el
mundo combatiéndola. La Virgen Santísima aplastará los errores modernos, para
que se haga realidad lo anunciado hace cincuenta años (Nota: ya fue aclarado
arriba el tema de las fechas):
“AL FIN MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ”
(“Roma”, n° 2,
noviembre de 1967)
“PROGRAMA
PARA LA TRADICIÓN”
Editorial
ICTION. Año 1981. Bs. As. Argentina.
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