Después de Ferrara, Antonio se volvió nuevamente a Bolonia, y de aquí a
Florencia, si bien esta ciudad no pertenecía a la Provincia que le estaba
confiada.
Allí sucedió el milagro, que narra San Buenaventura, del usurero que fué hallado sin
corazón.
Antonio,
lo mismo en Florencia, como también en otras partes; y particularmente en Padua,
atacó el vicio de la usura.
Florencia
y Padua tenían la primacía en este pecado. Los ricos banqueros de estas
ciudades se habían hecho tan poderosos, que prestaban dinero, no sólo a los
particulares, sino también a las casas reinantes, que, por sus continuas
guerras, tenían necesidad de dinero. Los
pequeños banqueros se contentaban con consumir al pobre pueblo poniendo una
tasa que en ciertas determinadas circunstancias alcanzaba casi el cincuenta por
ciento. Añádase a esto los abusos que el acreedor podía cometer con el
deudor cuando éste no podía satisfacer sus compromisos y se comprenderá bien el
motivo de las grandes alabanzas que merecen las invectivas del Santo contra los
usureros, y las buenas disposiciones legislativas que algunas veces obtuvo a
favor de los deudores insolventes.
He aquí algunos de los fragmentos de los
discursos del Santo sobre esta materia: “La
maldita raza de los usureros se ha extendido por toda la redondez de la tierra,
y sus dientes son voraces como los de los leones; con ellos mastican el dinero,
cenagoso alimento; trituran y devoran continuamente los bienes de los pobres,
de las viudas y de los huerfanitos.”
“Los hay de tres clases. Algunos practican
la usura en privado. Son como las serpientes, que se arrastran escondidas, y
son innumerables. Otros ejercen la usura abiertamente, contentándose con una
compensación menor, con lo que se engañan como si hiciesen una obra de misericordia.
Y hay, por fin, una tercera parte, que es la peor, compuesta de pérfidos,
desesperados, enfurecidos usureros, que cobran públicamente el tráfico de su
oficio. Son estos los animales grandes de que habla el Salmo, porque son más
feroces que los otros. Son presa más segura del gran cazador de las almas, que
es el demonio. Y son pasto más abundante de la eterna ruina, si no restituyen
todo aquello de que ilícitamente se han apoderado y no hacen la conveniente
penitencia. Para incitarlos a esto surcan su mar los cazadores de las verdades
eternas, y lo surcan con sus naves, y siembran la buena palabra en sus
corazones. Más, por justo castigo de Dios, las espinas de las riquezas cobijan
a los feroces animales de la usura, y viene a ser sofocada la palabra de Dios,
que con tanto cuidado ha sido sembrada; y por esto es por lo que su penitencia
resulta infructuosa.”
“Recordad bien, usureros, que os habéis
convertido en presa fácil del demonio: él os posee. Se ha apoderado de vuestras
manos, empleándolas para la rapiña, haciéndolas reacias para la beneficencia.
Se ha apoderado de vuestro corazón, siempre abrasado de un atormentador anhelo
de poseer y negado para todo bien. Se ha adueñado de vuestra lengua, dispuesta
a la mentira, al fraude y al engaño, y que ni siquiera puede disponerse para
orar al Señor o formular palabras honestas. Las serpientes venenosas quieren
con ansia la sangre, y lo mismo hacéis vosotros cuando os mostráis ávidos de
los bienes ajenos. Vosotros sois un pueblo desmembrado, oh pueblo de usureros.
Como las aves de rapiña y las bestias feroces despedazan los cadáveres, así el
demonio de la avaricia despedaza vuestro corazón y lo destroza.”
“Vosotros sois una ciudad de sangre. Así como la
circulación de ésta es la señal de vida, así el pobre vive de sus pequeñas
posesiones. Quitad la sangre al cuerpo vivo, y el cuerpo muere. Quitad sus
pequeñas posesiones al miserable, y también muere éste. ¡Oh rapaces, oh
usureros que robáis lo ajeno, yo os repito: vosotros sois una ciudad de sangre!”
En Florencia, la ciudad de los poderosos
banqueros medioevales, un milagro vino a corroborar la exactitud de su
doctrina.
Había muerto en aquella ciudad un rico
usurero, un avaro que a fuerza de usuras había acumulado inmensos tesoros, los
que conservaba con celoso cuidado en sus cofres, cuando no los prestaba de
nuevo con la más descarada usura. Un día en que el Santo había predicado sobre
el maldito vicio, pasando por una plaza se encontró con un cortejo fúnebre. Era
el que acompañaba al avaro a la última morada, y estaba precisamente entonces a
punto de entrar en una iglesia para hacerle la acostumbrada absolución.
Conociendo que aquel difunto estaba condenado, sintió inflamarse su celo por el
amor de Dios y quiso sacar partido del suceso para una saludable y cristiana
enseñanza.
EL
ESPANTOSO SUCESO DEL CORAZÓN DE USURERO
“¿Qué
es lo que hacéis? —Dijo, dirigiéndose a los que lo conducían— ¿Cómo es posible
que queráis enterrar en lugar sagrado aquel cuya alma está ya sepultada en el
infierno? ¿No creéis por ventura lo que os digo? Pues bien: abrid con un
cuchillo su pecho, y hallareis que le falta el corazón, porque su corazón, aún
material, está en el lugar donde está su tesoro. Su corazón esta está en su caja de caudales, junto a sus
monedas de oro y plata, y al lado de sus letras de cambio y pólizas de préstamos,
en las cuales reposa siempre toda su esperanza y felicidad.”
La muchedumbre, que estaba ya entusiasmada
con el Santo, corrió efectivamente a casa del avaro, exigió tumultuosamente que
se abriesen los cofres, y en uno de
éstos fué hallado su corazón, caliente aún y palpitante, la única parte
viviente, como si dijéramos, de un cuerpo ya muerto. Se abrió también el
cadáver y efectivamente fué hallado sin corazón, permitiéndolo así el Señor
para saludable enseñanza y arrepentimiento de tantos avaros de aquella ciudad.
El sentimiento de veneración del pueblo
hacia Antonio no tuvo ya límites después de tan estupendo prodigio, y todos le
aclamaban por las iglesias y por las calles, doquier tenían ocasión de
encontrarle, hasta el punto de que, para huir de tantas aclamaciones, se salió
con todo cuidado, juntamente con el compañero con quien había llegado a aquella
ciudad.
“SAN
ANTONIO DE PADUA”
Ediciones
Paulinas - año 1952
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