Discípulo. —Padre, para comulgar bien, ¿se requiere algo más, aparte de no tener pecado mortal?
Maestro.
—Ya
lo creo, pues todos saben que para comulgar bien se requieren tres cosas. Primera: Estar en gracia de Dios. Segunda: Saber lo que se va a recibir y
pensar en ello. Tercera: Estar en ayunas. Lo que se ha dicho hasta aquí se
refiere a la primera condición; lo de la segunda y tercera te lo diré después.
D. —Entonces, ¿puede haber Comuniones mal
hechas por lo que se refiere a la segunda disposición?
M.
—Sí. Hay muchos cristianos que, por
Pascua o en otras solemnidades, se acercan a comulgar sin saber ni pensar en lo
que hacen o van a hacer. Cuántos son, particularmente mujeres, los que se
acostumbran a frecuentarla, y recibirla aun diariamente, solamente por hacer lo
que hacen los demás. Amigo mío, es conveniente sepas que no puede haber mayor
ignorancia que la que se refiere a la religión, particularmente en este aspecto
de la Comunión. Muchos, muchísimos son los cristianos de hoy día que, o no lo
han aprendido bien o tal vez no han llegado a saberlo aún, y de aquí la
ignorancia tremenda sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía; por
esto no es extraño vayan a comulgar como si se acercaran a besar una reliquia o
a recibir cualquier otro sacramental. Muchos, demasiados son los cristianos de
nuestros días que aún no han aprendido bien estas cosas y que, por tanto, no
saben nada con solidez sobre la esencia y sustancia de este Sacramento. También
son muchos los que ignoran los efectos admirables que produce la Sagrada
Comunión, y las disposiciones necesarias para recibirla. Si se les pregunta,
contestarán que reciben a Jesucristo, a Nuestro Señor, pero lo dicen como niños
que lo han aprendido de labios de sus madres, y nada más. Instruidos así sobre
la Sagrada Comunión, ¿será posible que comulguen bien?
D. —Creo que no.
M.
—Figúrate, pues, cuántas serán las Comuniones mal hechas.
D. — ¡Qué calamidad! ¡Estos tales deberían
dejar de comulgar!
M.
—Al revés: ni se abstienen ni se instruyen, en su interior creen saberlo todo y
que son tan dignos como los demás, sobre todo, como ya te dije, si son mujeres
y de las de pico largo.
D. —
¿Y entonces?
M.
—Entonces hay que predicar e instruir sobre este punto, y alzar la voz bien
alta contra los abusivos, y vigilar constantemente, examinándoles con cordura y
prudencia, pero con rigor.
D. —Esto está bien en cuanto a saber lo
que se va a recibir: pero ¿y en cuanto a pensar?
M.
—Dice el Catecismo que hay que pensar también en lo que se va a recibir; por
esto comulgan mal los que se acercan en forma indecorosa.
D. —Se
ven algunos, niños sobre todo, que ríen en la Iglesia, charlan y están
distraídos, y, llegado el momento de comulgar, se precipitan ante el altar o
ante el comulgatorio.
M.
—Hacen mal, muy mal. Y siendo aún niños tienen disculpa, pues Dios mirará la
edad y el poco criterio; pero los adultos que así proceden no tienen derecho a
compasión ni excusa de ninguna clase.
D. —¿Y
las muchachas y señoritas que se acercan a comulgar girando la vista a una
parte y otra, haciendo muecas, jactándose de sus gracias, haciendo ostentación
de vanidad y vestidas con poca modestia?
M.
—Hacen muy mal. Todas éstas comulgan mal.
D. —Entonces,
¿son cosas serias?
M.
—Muy serias, pues se trata nada menos que de pisotear el más augusto de los
Sacramentos. Son pobres desgraciadas, cristianas sin fe.
D. —
¿Y qué hacer para impedir tales abusos?
M.
—Vigilarlas, corregirlas, afear su conducta, y si esto no bastara, privarlas de
la Comunión.
D. —Pero
la gente ¿no lo extrañará?
M.
—Cuando se acostumbren a ver cómo se aparta de la Comunión a los indignos, y
nadie se extrañará, antes sentirán contento al ver respetado el Cuerpo adorable
de Nuestro Señor, y restablecido el decoro debido a tan augusto Sacramento.
D. —Y
con esto, ¿no habrá peligro de alejar a muchos de la Comunión?
M.
—No hay que temer; y hay que sentir más celo por el decoro debido al Sacramento
más augusto. Habrá bajas, ¿quién lo duda?, pero disminuirán los sacrilegios, y
los más aprenderán con esto a comulgar dignamente.
Este es un mal como los otros; si no se le
aplica el remedio, progresará siempre más. “Fuera
los perros”, gritaba San Agustín.
“Fuera los perros”, decimos también
nosotros, y procuremos echarlos fuera de verdad. Así, y únicamente así,
lograremos que Dios bendiga con más efusión las ciudades y los pueblos.
Pbro.
Luis José Chiavarino
COMULGAD
BIEN
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