“No os dejaré huérfanos” (Juan, XIV, 18.)
La
Imitación de Cristo ha dicho: “Cuando Jesús está presente, todo anda bien; cuando está
ausente, es un infierno.”
¿Qué sería de nosotros si el Salvador se
hubiese contentado con vivir su vida mortal?
Esto hubiese sido ya, sin duda, una gran
misericordia, y hubiese bastado para merecernos la salvación y la gloria eterna;
pero esto no obsta para que fuésemos los más desgraciados de los hombres. Y ¿cómo esto? dirá alguno. Con la gracia,
la palabra de Jesús, sus ejemplos y los testimonios excesivos de su amor, ¿seriamos tan desdichados? Sí, así
sería en efecto.
I
He ahí una familia agrupada, unida alrededor
de su cariñoso padre: esa familia es feliz. Mas el jefe de ella ha sido arrebatado
de este mundo; las lágrimas ocupan el lugar de la alegría y la felicidad;
aquello no es ya una familia: falta el
padre.
Ahora
bien; Jesús vino al mundo a fundar una familia; sus hijos estarán contentos
—dice el Profeta— alrededor de su mesa como las nuevas plantas del olivo. Que
desaparezca nuestro jefe, y la familia se habrá dispersado.
Sin Nuestro Señor Jesucristo, nosotros nos
hallaríamos como los Apóstoles durante su Pasión, errantes y sin saber qué
hacer; y, sin embargo, ellos estaban cerca de Jesucristo; de Él lo habían
recibido todo; habían presenciado sus milagros; su vida se había deslizado ante
su vista: todo esto es verdad, pero faltaba el Padre; ellos no constituían ya
una familia, no eran ya hermanos: cada uno iba por su lado.
¿Qué sociedad puede subsistir sin jefe?
La
Eucaristía es, pues, el lazo de unión de la familia cristiana: quitadla y habrá
desaparecido la fraternidad.
Los
protestantes, que no poseen la Eucaristía, ¿han conservado acaso la fraternidad
cristiana? No, ellos son extranjeros los unos con respecto a los otros. Aun
cuando se hallan reunidos en sus templos, no forman una familia; cada uno es
libre para pensar y hablar lo que le parezca; sus templos no son sino grandes
salones: ¡Asi convidan al recogimiento, a la oración!
¿Los católicos que no frecuentan la Eucaristía son hermanos? No puede decirse que lo sean; y en las familias
en que el padre y los hermanos no comulgan, el espíritu de unión se aleja, la
madre es una mártir y las hermanas son perseguidas. No, no, sin la Eucaristía no hay familia
cristiana.
Más si Jesucristo reaparece, renace la
familia. Ved la gran familia de la Iglesia: en ella hay fiestas, y se comprende; fiestas en honor del padre de
familia, de la madre, de los santos, que son nuestros hermanos; estas fiestas
tienen su razón de ser.
¡Ah!
¡Jesús sabía bien que mientras dure la
familia cristiana, Él había de ser su padre, su centro, su alegría, su
felicidad!
Así que, cuando nosotros, nos encontramos,
podemos saludarnos fraternalmente; nos levantamos de la misma mesa; por esto
los Apóstoles llamaban instintivamente hermanos suyos a los primeros cristianos.
¡Ah! el demonio sabe muy
bien que alejando de la Eucaristía a las almas destruye la familia cristiana, y
nos hacemos egoístas; pues no hay más que dos amores: o el amor de Dios, o el
amor de sí mismo; preciso es entregarse al uno o al otro.
II
En la presencia de Jesucristo encontramos
además nuestra protección y salvaguardia. Jesús ha dicho: “Vosotros no os defendáis. Si se os insulta, perdonad; si se quiere vuestra
capa, dad también vuestra túnica.” Jesús parece que aquí en la tierra, no
nos da sino un derecho, el derecho a la persecución y a la maldición de los
hombres.
Y bien; si se nos quita la Eucaristía, ¿dónde iremos a tomar fuerza para seguir
tal doctrina?
La vida no sería ya soportable. Jesús nos
habría condenado a intolerables galeras. ¿Qué
Rey abandona a su pueblo, después de haberle empeñado en sangrienta guerra?
Tenemos, es cierto, la esperanza del cielo.
Pero ¡cuán lejos se halla esta
recompensa! ¡Cómo! ¿Tengo que vivir todavía veinte, treinta, cuarenta años en esta
tierra de miserias, y durante todo ese tiempo tendré que vivir sólo con una
esperanza tan remota?
Pero mi corazón tiene necesidad de consuelo;
necesita desahogarse en el seno de un amigo.
Aunque quiera no podré hallar este amigo en
el siglo: ¿A quién iré, pues? Quien
no tiene fe en la Eucaristía responde: Abandonaré
la religión, y tomaré otro camino que me deje libre. Esto es lógico: no es posible
vivir siempre entre penas y tormentos, sin gozar jamás de consuelo; es
imposible vivir sin Jesús.
Id,
pues, a buscarle en su Sacramento: Él es vuestro amigo, vuestro guía, vuestro
padre. El hijo que acaba de recibir un beso de su madre no es más feliz que el
alma fiel que ha conversado unos momentos con Jesús.
No
comprendo que los que sufren no tengan una gran devoción a la Eucaristía: sin
ella, caerán en la desesperación. Y no es extraño: San Pablo, aun dotado de
tantas gracias, encontraba la vida pesada y enojosa.
¡Oh, sí, sin la presencia de aquel que dice a
las pasiones: No subiréis más alto, no invadiréis la cabeza y el corazón de
este hombre, se cae en la locura!
¡Qué bueno ha sido Jesús perpetuándose en la
Eucaristía!
III
Su
sola presencia disminuye el poder de los demonios, y les impide dominar como
antes de la Encarnación; así que, desde la venida del Salvador, es escaso
relativamente el número de los posesos por Satanás; en los países infieles
abundan más que en los nuestros, y el reinado del demonio se acrecienta a
medida que disminuye la fe en la Eucaristía.
Y vuestras tentaciones, tan terribles y
furiosas algunas veces, ¿no se calman
con frecuencia cuando entráis en una iglesia y os ponéis en relación con Jesús
Sacramentado? Siempre es Él, sabedlo bien, quien manda a las tempestades y
es obedecido. Jesús está, pues, con
nosotros; y mientras tenga un adorador sobre la tierra, estará con él para
protegerle.
He aquí el secreto de la larga vida de la
Iglesia. ¿Se
teme a los enemigos de la Iglesia? Esto indica falta de fe.
Pero es necesario honrar y servir a Nuestro
Señor en su Sacramento. ¿Qué podría
hacer un padre de familia a quien se menospreciase e insultase? Se marcharía.
Guardemos
bien a Jesús, y nada habremos de temer.
Si amamos a Jesús en la Eucaristía, si nos arrepentimos de
nuestras faltas cuando nos hayamos desviado de su santa ley haciéndole sufrir,
Él no nos abandonará.
Lo esencial es que no le abandone yo
primero, a fin de que pueda siempre decir: Tengo uno en mi casa.
Y cuando el fuerte armado
ocupa su casa, la familia descansa en paz.
“LA
DIVINA EUCARISTÍA”
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