SAN FRANCISCO DE SALES.
V
1. Después
de una caída no debemos permanecer asombrados, sino levantarnos prontamente. — ¡Oh—digámoslo
de pasada—, qué indulgencia tendría uno con sus hermanos si se meditasen bien estés
pensamientos! ¡Cómo se identificaría uno con la inefable paciencia de Aquel que
antes de investir a sus Apóstoles del poder de remitir los pecados, les
recomendó perdonar no siete veces, sino setenta veces siete veces! Sin
duda, esta indulgencia, aplicada a nuestras propias faltas como a las de otro,
no debe llegar hasta mirarlas con ojo indiferente. Pero una cosa es no asombrarse de ellas y
otra no detestarlas y repararlas. El labrador no se asombra de ver a
las malas hierbas causar estragos en su campo; pero ¿es por eso menos diligente para arrancarlas? Por eso, después de
haber dicho, sin hacer excepción de los pecados mortales: “cuando cometáis faltas, no os asombréis”; después de haber hecho
notar que “si supiésemos bien lo que
somos, en vez de quedar pasmados al mirarnos en tierra, nos asombraríamos de
poder permanecer en pie”, San Francisco de Sales nos
recomienda vivamente que no nos acostemos ni nos revolquemos donde hemos caído,
y se apresura a añadir: “que si la fuerza de la tempestad nos altera
algunas veces el estómago y nos hace perder un poco la cabeza, no nos
asombremos; pero tan pronto como podamos, recobremos aliento y nos animemos a soportarla
mejor”.
“Levantad, pues,
vuestro corazón cuando caiga, con toda suavidad, humillándoos mucho delante de
Dios con el conocimiento de vuestra miseria, sin asombraros en modo alguno de
vuestra caída, porque no es cosa admirable que la enfermedad sea enferma, y la
debilidad, débil, y la miseria, mezquina. Detestad, sin embargo, con todas
vuestras fuerzas la ofensa que Dios ha recibido de vos, y con gran valor y
confianza en la misericordia de Aquel, volved al camino de la virtud, que
habíais abandonado.”
Este último texto
insinúa bastante qué disposición, soberanamente saludable, debe tomar el lugar
de la extrañeza después de nuestras caídas; este es, el conocimiento de nuestra
abyección, primer grado de la humildad. De esto hablaremos en la segunda parte
de esta obra. Por el momento, después de haber dejado sentado que la vista de
nuestras faltas no debe admirarnos, demostremos que menos todavía debe turbarnos.
EL
ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R.
P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.
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