SAN FRANCISCO DE SALES.
IV
1. Los más santos no son los menos imperfectos,
sino los más valerosos. — Nada más consolador que estos consejos para las almas
seriamente enamoradas del deseo de agradar sin reservas a su Dios y ligadas a
su servicio por comunicaciones más íntimas. Se juzgan con facilidad más
inexcusables que otras en las infidelidades que se les escapan, y sus caídas
parecen que deben asombrarlas más. No es este el parecer de los maestros de la
vida espiritual. “Frecuentemente— dice el Padre Grou—, las caídas que uno da proceden de la rapidez de la carrera
y de que el ardor que nos impulsa no nos permite tomar ciertas precauciones. Las
almas tímidas y cautelosas que quieren ver siempre dónde ponen el pie, que dan
rodeos a cada momento para evitar los malos pasos, que temen tanto mancharse, no
adelantan tanto como las otras y la muerte las sorprende casi siempre en la
mitad del camino. No son los que cometen menos faltas los más santos, sino aquellos
que tienen más valor, más generosidad y más amor, los que hacen más esfuerzos
sobre sí mismos, los que no temen tropezar, ni aun caer y mancharse un poco,
con tal de que avancen.”
San Juan Crisóstomo decía
lo mismo en otros términos: “Mientras un soldado está en el combate, aunque se
deje herir, aunque retroceda un poco a veces, nadie es bastante duro, o tan
ignorante de las cosas de la guerra, que se lo impute como un gran crimen. Sólo
los que nunca combaten no son jamás heridos. Los que se lanzan con ardor contra
el enemigo son los que resultan con más frecuencia heridos.”
2. Una caída, aun grave, no debe asombrarnos.
—¿Habrá que aplicar también al pecado mortal las reflexiones que son objeto de este
capítulo, y recomendar a las almas gravemente culpables que no se asombren de
las caídas que les privan de la amistad de Dios? ¿Se atrevería San Francisco de
Sales a usar el mismo lenguaje que emplea con los corazones generosos, a
los que se ha dirigido hasta aquí? Escuchemos: “Querido Teótimo: los Cielos se pasmarían,
sus puertas se estremecerían de terror y los ángeles de paz se desvanecerían de
asombro ante esta miseria de corazón humano, que abandona un bien tan amable
para adherirse a cosas tan deleznables. Pero ¿habéis visto esta pequeña
maravilla que todos conocen y de la que nadie se da cuenta? Cuando se perfora
un tonel muy lleno, no se saldrá el vino como no le entre el aire por encima;
lo que no sucede a los toneles en los que hay ya un vacío, pues apenas son
perforados, el vino se sale de ellos. Ciertamente,
en esta vida mortal, aunque nuestras almas abunden en amor celestial, no están
tan llenas de él que no pueda salir de ellas el amor por la tentación;
pero allá en lo alto, en el Cielo, cuando las suavidades de la hermosura de
Dios ocupan todo nuestro entendimiento, y las delicias de su bondad absorben toda
nuestra voluntad, de suerte que no haya nada en ellos que la plenitud de su
amor no llene, ningún objeto, aunque penetre hasta nuestros corazones, podrá jamás
sacar, ni hacer salir, una sola gota del precioso licor de su amor celestial; y
pensar que penetre el viento por encima, esto es, engañar o sorprender al
entendimiento, no será ya posible, pues será inconmovible en la apreciación de
la verdad soberana” Tratado del Amor de Dios, lib. IV, cap. I.
Ya lo hemos oído;
una caída en el pecado, y aun en pecado grave, no podrá provocar asombro más
que en el Cielo, allí donde esa caída es imposible.
Aquí abajo no hay más motivo para sorprenderse de ello que el que habría al ver
escaparse un líquido de un recipiente descubierto.
EL
ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R.
P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.
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