II
1. De la paciencia, recomendada a las almas
que caen en imperfecciones.
Y
he ahí por qué el buen Santo multiplica sus consejos, a fin de comunicar a los
demás la “muy deseable paz, que es la muy
querida, la muy fiel y perpetua huésped de su corazón”. He ahí por qué recomienda
con vivas instancias la calma, la paciencia, en primer lugar, consigo mismo.
“No nos turbemos por nuestras
imperfecciones. Guardaos de los apresuramientos e inquietudes, pues nada hay
que más nos impida caminar en la perfección”
¿Qué es lo que hace que los pájaros y otros
animales permanezcan cogidos en las redes, sino que al haber entrado en ellas luchan
y se mueven sin concierto para salir más pronto, y por obrar así se enredan y
envuelven en ellas más? Cuando caigamos en las redes de
alguna imperfección, no saldremos de ellas por la inquietud; al contrario, ésta
hará que nos enredemos más y más.
Hay que sufrir con paciencia la tardanza de
nuestra perfección, haciendo siempre lo que podamos para nuestro adelantamiento,
y con buen ánimo.
Esperémosle con paciencia, y en vez de
inquietarnos por haber hecho tan poco en lo pasado, procuremos con diligencia hacer
más en lo por venir.
No nos inquietemos al vernos siempre novicios
en el ejercicio de las virtudes, pues en el monasterio de la Vida Devota cada
uno se considera siempre como novicio, y toda la vida la dedica en él a la probación,
y teme, no solamente la marca de novicio, sino la de digno de expulsión y
reprobación, más bien que la de profeso.
Pues según la regla de esta Orden, no la solemnidad, sino el cumplimiento de
los votos, convierten los novicios en profesos. Pero los votos no están nunca
cumplidos mientras queda algo que hacer para la observancia de aquéllos, y la obligación de servir a Dios y hacer
progresos en su amor dura siempre, hasta la muerte.
Pero ved, me dirá
alguno, si yo conozco que por mi culpa se retardan mis progresos en la virtud, ¿cómo podré impedir el entristecerme e
inquietarme?
Ya he dicho esto en la Introducción a la
Vida devota, pero lo repito con gusto, porque nunca puede decirse bastante: Hay
que entristecerse por las faltas cometidas, con un arrepentimiento fuerte, pleno,
constante y tranquilo; pero no turbulento, no inquieto, no desalentador.
2. De la calma que
deben tener los que caen en el pecado. —Se
ve por las citas que preceden, y se verá mejor aún por las que siguen: la
calma, la paciencia consigo mismo, no la recomienda sólo el santo Doctor a las
almas justas e inocentes, sino aun, y sobre todo, a las que han tenido la
desgracia de cometer faltas.
“Si os ocurre algunas veces impacientaros, no
os turbéis, sino reponeos pronto y recobrad la dulzura”
“Haréis demasiadas reflexiones sobre las
salidas de vuestro amor propio, que son, sin duda, frecuentes, pero que nunca serán
peligrosas mientras que tranquilamente, sin incomodaros por su importancia ni
asombraros por su número, vos digáis: ¡No! Caminad
sencillamente, no deseéis tanto el reposo del espíritu, y tendréis lo demás”
“Tened paciencia con todos, pero
principalmente con vosotros mismos; quiero decir, que no os turbéis por
vuestras imperfecciones, y que tengáis siempre valor para levantaros de ellas.
Me complace que recomencéis todos los días; no hay mejor medio para acabar bien
la vida espiritual que recomenzar siempre y no pensar jamás que se ha hecho
bastante”
“Se puede mortificar la carne, pero no tan
perfectamente que no haya en ella alguna rebelión. Nuestra atención se verá con
frecuencia interrumpida por distracciones, y así en lo demás. ¿Hay que inquietarse,
turbarse, ni afligirse por esto? No, ciertamente.”
EL
ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R.
P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.
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