Es tan grande el deseo
que Dios tiene de concedernos sus gracias que, como dice San
Agustín, más desea él dárnoslas que nosotros
recibirlas. Y la razón es, que la
bondad divina, como dicen los filósofos, es difusiva por naturaleza en
beneficio de los demás. Siendo, pues, Dios la bondad infinita, tiene deseo
'infinito de comunicarse a nosotros, criaturas suyas, y de darnos participación
de sus bienes.
De aquí nace la grande misericordia que el
Señor tiene de nuestras miserias. David dice
que la tierra está llena de la misericordia divina y no de la
justicia, porque Dios no ejerce
su justicia en castigar a los
malos, sino cuando conviene y
se ve casi forzado a ello; por
el contrario, es fácil y propenso a
ejercitar su misericordia con
todos y en todo tiempo, por
lo que dice Santiago: La misericordia
aventaja al juicio (Carta de Santiago II, 13).
Sí, la divina misericordia arranca a menudo
de las manos de la justicia los azotes preparados para los pecadores y les
alcanza el perdón. Por esto el Profeta
daba a Dios el nombre mismo de misericordia: Dios mío, misericordia mía (Salmo
LVIII, 13. Y añadía: Por tu nombre, Señor, perdonarás mi pecado (Salmo XXIV,
11) . Esto es: Señor, perdóname por tu nombre, ya que eres la misma
misericordia.
Isaías decía,
que el castigar no es según el corazón de Dios, sino ajeno y peregrino, como si
dijese, lejano de su inclinación (Isaías, XXIII, 21).
Su misericordia infinita le decidió a enviar a su Hijo hacerse hombre sobre la tierra, a Morir en
una cruz para librarnos de la muerte eterna. San
Zacarías exclama: Por las entrañas de misericordia de nuestro
Dios, con
que nos visitó de lo alto 5. Con las palabras entrañas de misericordia quiere indicarse una misericordia que procede del corazón de Dios, que prefirió ver morir a su Hijo hecho hombre a permitir la condenación del linaje humano.
Para
ver cuánta es la piedad que Dios tiene de nosotros y su deseo de hacernos bien,
basta leer estas palabras que nos dice en el Evangelio: Pedid y se os dará
(Mateo VII, 7). ¿Qué más pudiera uno decir a su amigo para probarle el amor
que: Pídeme lo que quieras y te lo daré? Pues esto es justamente lo que nos
dice Dios a cada uno de nosotros.
Nos
invita además a que recurramos a él en nuestras tribulaciones, y promete aliviarlas:
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os aliviare (Mateo
XI, 23). Quejábanse en cierta ocasión los Hebreos de Dios, y decían que no
volverían a pedirle gracia alguna. Entonces dijo Dios á Jeremías:
¿Por qué mi pueblo no quiere acudir a mí? ¿Por ventura he sido yo
para Israel un desierto, o tierra tardía? ¿Pues porque ha dicho mi pueblo: Nos hemos retirado, no vendremos más a
tí? (Jeremías II, 31). Reprendía el Señor por
estas palabras la conducta de
los hebreos que habían dudado de
su bondad, pronta siempre a
socorrer como lo dijo por Isaías. Tan pronto como te
oiga te responderá (Isaías XXI, 19).
Habéis pecado: ¿queréis ser perdonados? No temáis,
dice San Juan Crisóstomo, porque más impaciente está el Señor de
perdonarnos, que nosotros de recibir el perdón (Homilía 23 in Mateo) Si Dios
nos encuentra obstinados en el pecado, nos aguarda para ser indulgente con
nosotros (Isaías XXX, 18). Nos muestra entonces los castigos que nos
están preparados, para que nos arrepintamos (Salmo LIX, 6) Empieza llamando a la puerta de nuestro
corazón para que le abramos (Apocalipsis XXX, 20). Nos sigue después por
todas partes y nos dice: ¿Y por qué
moriréis, casa de Israel? (Ezequiel XVIII 31). Que es como si nos dijese: “Hijo mío, porque quieres perderte”
San Dionisio dice, que el Señor llega a rogarnos que no nos
perdamos. El Apóstol lo había ya
escrito, rogando en nombre de Cristo a los pecadores que se reconciliasen con
Dios (II Corintios V, 2). San Juan Crisóstomo
comenta así el referido pasaje: El mismo Jesucristo os ruega. ¿Y qué
os ruega? Que os reconciliéis con Dios.
Si después de todo eso los pecadores
persisten en su obstinación, ¿qué más ha
de hacer Dios? Todavía ofrece no rechazar a los que se llegaren a él
arrepentidos: Aquél que a mi viene, no
le echare fuera (Juan VI, 57).
Dice además que está pronto a abrazar a
todos los que se echan en sus brazos: Volveos
a mí, y yo me volveré, a vosotros (Zacarías I, 3) Promete perdonar al impío
luego que se arrepienta, y echar un velo sobre sus culpas pasadas: Mas si el impío hiciere penitencia...
vivirá... de todas sus maldades que él obró, no me acordaré yo (Ezequiel XVIII,
21) Y llega a decir: Venid y acusadme: si fueren vuestros pecados como la
grana, como nieve serán emblanquecidos (Isaías I, 18). Que es como si
dijese: Arrepentíos, y si yo no os acojo en mis brazos, acusadme de haber
faltado a mi palabra.
Pero
no: el Señor no aparta de si a un corazón arrepentido (Salmo L, 19). San Lucas describe la alegría del Señor al
encontrar la oveja extraviada (Lucas XV, 5), y con cuánto amor acogió al hijo
pródigo, cuando éste vino a echarse a sus pies (Lucas XV, 20). Dios mismo dice allí que hay más gozo en
los cielos por el arrepentimiento de un pecador, que por noventa y nueve justos
inocentes (XV, 7). San Gregorio nos da de ello
la razón, y consiste, según el Santo, en que los pecadores arrepentidos por lo
común suelen ser más fervorosos en amar a Dios que los inocentes tibios.
Jesús mío, ya que habéis sido tan paciente
esperando mi arrepentimiento, y tan amoroso en perdonarme, quiero amaros con
ardor; pero es necesario que vos mismo me deis ese amor: concededme esta gracia,
Señor. No sería glorioso para vos el ser débilmente amado por un pecador a
quien habéis colmado de tantos beneficios. Señor, ¿cuándo comenzaré yo a ser tan
agradecido con vos, como bondadoso habéis sido vos conmigo?
Hasta el presente en lugar de reconocimiento
no ha habido en mí más que ofensas y desprecios. ¿Habré de ser siempre así con vos, Señor, con vos que ningún medio
habéis omitido de granjearos mi amor? No, Salvador mío, quiero amaros de
todo corazón, y no quiero disgustaros más. Me ordenáis que os ame, y yo no
deseo más que amaros. Vos me buscáis a mí y yo no busco a otro que a vos. Dadme
vuestro auxilio, sin el cual yo nada puedo. ¡Oh Virgen María, Madre de misericordia, haced
que yo sea enteramente del Señor!
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