martes, 26 de septiembre de 2017

¿QUIÉN HA VUELTO DEL OTRO MUNDO? - CAPÍTULO VIII Y FIN DE ESTA PUBLICACIÓN - (Diálogo entre dos amigos, Francisco que si cree en el infierno y Adolfo que no)




Observa los mandamientos, confiésate bien y... creerás en el infierno.

ADOLFO: Veo Francisco, que nos vamos acercando al término de nuestro viaje, y antes de despedirnos quiero descubrirte la lucha que experimenta mi pecho. Desde el sermón de ayer noche quedó herido mi corazón con la consideración de las eternas penas, que tan vivamente nos pintó el buen predicador en la iglesia del Corazón de Jesús. De esto debieran tratar a menudo los predicadores, porque es verdad importantísima. Y ahora, con las razones y argumentos que tú me acabas de exponer sobre la misma materia, estoy que no sé lo que me pasa.

FRANCISCO: —Algo he advertido en tu semblante, imagen de tu lucha interior...
ADOLFO: —Por una parte, brotan en mi alma vivos deseos de asegurar, cueste lo que cueste, mi salvación eterna como el negocio más importante de la vida; porque me digo en mis adentros: si me salvo, he sacado la lotería, está ganado el premio gordo; si me condeno, todo está perdido y para siempre jamás. Mas por otra parte me abruman otras mil dudas que quisiera ver desvanecidas, y el terrible temor de lo que dirán mis amigos, de las dificultades que me opondrán, y de sus sarcasmos y cuchufletas; en fin, me encuentro ahogado en un mar sin fondo, perdido en un laberinto sin salida.
FRANCISCO:¿Quieres seguir mi consejo, amigo?
ADOLFO: —En esto estoy, pues vivo convencido de la gran bondad de tu corazón.
FRANCISCO: —Pues proporción tienes en Tarragona de hallar luz en tus dudas y consuelo  en tu aflicción. Vete a la catedral o a otra iglesia, confiésate, y desaparecerán todas tus vacilaciones y temores.
ADOLFO:¿Confesarme yo?
FRANCISCO: —Sí, Adolfo; confesarte. Y ya que tan poco tiempo nos resta de estar juntos, quiero que medites el hecho histórico que te voy a referir por despedida.

   A principios del protestantismo, recorría algunos lugares de Alemania inficionados por la herejía el celoso beato Pedro Fabro, compañero de San Ignacio. En uno de los pueblos de sus apostólicas excursiones visitóle un cura contagiado del virus protestante, y le encontró que estaba rezando el Oficio divino. Con Todo, interrumpiendo su rezo, preguntó al señor cura:

   ¿Qué se le ofrece a Ud., señor mío?
—Padre Fabro, —le dijo— venía a proponer a Ud. gravísimas dificultades, que me oprimen contra la religión católica y a favor de las nuevas doctrinas.
—Tenga Ud. la bondad—le contestó el Padre, —de aguardar unos momentos a que concluya mi Oficio, y luego estaré a las órdenes de Ud.




   Sentóse el sacerdote para que el Padre diera fin a su ocupación sagrada, y el Padre, tan presto como concluyó su rezo, se dirigió al señor cura y le dijo:
— Estoy a sus órdenes., señor cura; pero le confieso que me parece inspiración de Dios lo que voy a proponerle antes que entablemos discusión para disipar sus dudas.
— ¿Qué inspiración es, Padre mío?
—Que antes se confiese Ud., —le contestó el santo varón.
—Pero, hombre de Dios, —repuso el sacerdote— si no venía para ello, ni tampoco estoy preparado.
—No importa—replicó el Padre—basta la buena voluntad, y Dios suplirá lo que falte.

   Tanto hizo, tanto dijo y tanto suplicó el P. Fabro, que al fin recabó del señor cura que, arrodillado a sus pies, confesara humildemente sus culpas. Aquel apostólico y santo varón, penetrando las llagas de su penitente, consiguió con gran dulzura que le abriera toda su alma y concibiera eficaz propósito de mudar de vida. Terminóse la confesión con gran consuelo de su ministro y no poca satisfacción del penitente.

   Entonces invitó el P. Fabro al señor cura a que le propusiera todas sus dudas y dificultades, a lo cual contestó el otro:
—Padre mío, todas se me han desvanecido; gracias a Dios, veo clarísimo todo lo que antes me parecía obscuro; creo que la verdad sólo e íntegramente se encuentra en la Iglesia católica; fuera de ella no hay salvación.

ADOLFO: —Conque, Francisco, ¿quieres decirme con eso que con sólo confesarme bien también quedará ilustrado mi entendimiento para resolver las dificultades que me objeten mis compañeros?

FRANCISCO: —Tal vez sí; y en caso de que no consiguieras don tan precioso, por lo menos te hallarías mejor dispuesto para comprender la verdad; porque nada hay que obscurezca tanto el entendimiento y más lo extravíe del sendero del bien como el pecado y las pasiones.

¡Cuántos ejemplos pudiera referirte en confirmación de mi aserto!


Tomado de una publicación de “APOSTOLADO DE LA PRENSA” Año 1892.




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