“No
os alegráis (Dios) de las desgracias con que nos agobiáis…” (Тоbías; III, 22.)
Señor,
decía Tobías
(Tob., III, 21), el que os sirve tiene la certeza de que después de la prueba
alcanzará la corona, y que después de la tribulación de esta vida quedará libre
de la pena que había merecido. (Tob; III, 21-22.)
Después de las tempestades y de los infortunios
nos concedéis la calma, y después de los llantos nos enviáis la paz y la
alegría. Digámosle, pues, y no cesemos de repetir: No nos envía Dios las desdichas
de esta vida para nuestra ruina, sino para nuestro bien; es decir, a fin de que
dejemos el pecado, y que, recobrando la gracia, podamos escapar de los castigos
eternos.
Dice
el Señor que derrama el temor en nuestros corazones para que no nos hagamos
esclavos de las delicias de la Tierra, y que para poseerlas no pensemos jamás
en ser ingratos y en abandonarle. (Jerem., XXXII, 40.) ¿Qué hace el Señor para
llamar a su gracia a los pecadores que le han abandonado? Muéstrese indignado,
y les amenaza con castigos en esta vida. (Ps., LV, 8.) Cólmales Dios de
tribulaciones, a fin de que la aflicción misma les impela a abandonar el pecado
y a recurrir a Él. ¿Qué hace una madre que quiere destetar a su hijo? Pone hiel
en su pecho. Esto mismo hace el Señor para atraer a él las almas, y despegarlas
de los placeres de la Tierra, que les hacen olvidar la eterna salud; derrama
amargura en sus placeres, en sus fiestas, en una palabra, sobre todo cuanto
poseen, a fin de que, no hallando ya paz en las cosas terrestres, recurran a
Dios, único que puede contentarles. (Os; VI, 1.)
Si permito, dice el
Señor, que los pecadores no dejen de deleitarse en el pecado, no cesarán de
dormir en él: necesario es, pues, que les aflija para despertarles de
su letargo y volverlos a Mí. Guando
se vean afligidos exclamarán: ¿Qué
hacemos? Si no abandonamos el vicio, Dios no se aplacará, y continuará, con
justicia, castigándonos. Valor, pues, volemos a sus plantas, que Él nos curará
de nuestras dolencias. Si nos ha afligido con sus castigos, nos consolará por
su misericordia.
En el
tiempo de mis aflicciones, decía David, he buscado al Señor y no he quedado
burlado en mi esperanza, porque Él me ha consolado. (Ps; XXVI, 3.)
Así
que el profeta le daba gracias de haberle humillado después que pecó, pues por
este medio le había enseñado a observar la divina ley. (Salmo; CXVIII, 71.) La
aflicción del pecado es a un mismo tiempo un castigo y una gracia, dice San Agustín. Es un castigo, con respeto a al pecado;
pero es una gracia, porque libra de la pena eterna, y le da la seguridad de que
Dios quiere ser misericordioso con tal que se corrija, y que acepte reconocido
esta tribulación que le hace abrir los ojos y le vuelve a llamar a la vía de
salud.
Dice San Bernardo que
es imposible pasar de los placeres de la Tierra a los del Cielo. (Salmo; XXXVI,
7.) Así dice el Señor (Dan; IV, 22):
No envidies, hijo mío, al pecador que
prospera en el vicio; prospera, es verdad, pero en su camino, no en el camino
de Dios.
Prospera a veces el pecador, a pesar de su
mala conducta, mientras tú, que caminas por las sendas del Señor, te ves afligido.
Más se ha de aguardar el fin: el pecador será feliz en este mundo y desgraciado
en la eternidad; tú, al contrario, serás afligido en la Tierra y feliz en el Cielo.
Regocíjate, pues, pecador, y da gracias
al Señor cuando te castiga en esta vida, porque es una señal que quiere en el
otro ser misericordioso contigo.
El
Señor dice a Nabuco: quiero que por espacio de siete años te alimentes de
heno como los brutos, para darte a entender que yo soy el árbitro supremo, que
doy y quito a mi placer los reinos a los hombres, y para que renuncies a tu
orgullo. Así fué: este rey orgulloso se corrigió, dio gracias a su Dios, y el
Señor le devolvió el reino porque había mudado de conducta.
¡Ay de nosotros cuando
Dios no nos castiga en la Tierra de los pecados que cometemos! Señal es que nos
reserva para el castigo eterno.
¿Qué se
ha de decir cuando el médico ve podridos los miembros de un enfermo y no los
corta? ¿No se habrá de decir que
abandona a aquel enfermo a la muerte? ¡Ay
de aquellos pecadores a quienes el Señor ya no habla ni muestra su indignación!
¡Vendrá un día, dice el Señor, en que
conoceréis quién soy Yo; entonces os acordaréis de las gracias que os habré
hecho, y veréis, con grande confusión, cuan enorme es vuestra ingratitud¡ ¡Ay, pues, del
pecador que no deja el vicio, y a quien permite el Señor, para castigarle, que alcance
el objeto de sus deseos criminales! (Salmo; LXXX). Señal es ésta que Dios quiere pagarle en
esta vida un poco de bien que ha hecho, reservándose castigarle en la eternidad
por todos los pecados que ha cometido. (Is; XXXVI; 10.) Porque el día de la venganza llegará; los
pecadores serán rechazados del Paraíso y precipitados en el Infierno.
Alejad
de mí, Señor, esta terrible misericordia. Si os he ofendido, ruégoos me
castiguéis en esta vida; pues que, si no queréis castigarme acá en la tierra, seré
castigado eternamente en la otra vida. Tal es la oración que San Agustín dirigía
al Señor: castigadme ¡oh Dios mío! aquí en el mundo; cortad, romped, a fin de
que no hayáis de castigarme en la eternidad.
Jonás,
cuando huía de Dios, dormía en el navío. Más, viendo Dios que el desgraciado
profeta estaba a punto de ser herido con la muerte temporal, le hizo llamar por
el piloto.
Esto es lo que hace con vos el Señor en este
momento; vos os habíais dormido en el pecado; vos os habíais privado de la
gracia divina; en una palabra, estabais condenados al Infierno; llegó la calamidad,
y esta calamidad es la voz de Dios que os dice: despiértate, pecador; tiempo es
ya de pensar en lo que debes a ti y a tu alma; abre los ojos, ve el Infierno
abierto a tus pies. ¡Cuántos desdichados
fueron a él condenados por muchos menos pecados de los que tú has cometido, y
tú duermes, y ni piensas siquiera en confesarte, ni en librarte de la muerte
eterna! Date prisa en salir de este lazo infernal en que te has metido;
ruega, a Dios que te perdone; ruégale, a lo menos, si no estás resuelto a
corregirte, que te dé luz para ilustrarte y para hacerte conocer el infeliz
estado en que te hállas. Haced uso del
aviso del Señor.
Jeremías vio primero una vara, después un vaso puesto en el
fuego. San Ambrosio dice a este propósito, que, quien
no se corrige por el azote temporal, será precipitado en el fuego eterno del Infierno.
Pecadores, ya veis que el Señor, por medio de este azote, os habla al corazón y
os llama a la penitencia. Decidme: ¿qué le respondéis? El hijo pródigo no pensó en su padre en tanto que pudo vivir en las
delicias; más cuando se vio reducido
a la más espantosa miseria, cuando
se vio abandonado de todo el mundo,
y que, forzado a guardar cerdos, no
podía ni aun alimentarse de su
alimento, se arrepintió de sus
faltas, y dijo en su corazón: ¡Cuántos
domésticos están bien alimentados en la casa de mi padre, en tanto que yo muero
aquí de hambre! Me levantaré y
volaré a encontrar a mi padre. Así
lo hizo, y fué acogido por su padre
con la mayor ternura.
Ved lo que debéis practicar también. Ved qué
vida tan desdichada se lleva cuando, se vive alejado de Dios. Es una vida llena
de hiel, de espinas y de amargura. Ni puede ser de otro modo, porque os hallabais
en la enemistad del Señor; único que
puede haceros feliz. Ved cuan dichosa es
la vida de los servidores de Dios, quienes disfrutan de una paz continua, es
decir, disfrutan de la paz del Señor, que, según el Apóstol, supera a todos los
placeres de los sentidos. (Philip., V, 7.) ¿Qué hacéis, pues? ¿No consideráis
que sufrís y sufriréis dos infiernos, el uno en esta vida y el otro en la otra?
Ánimo, pues; decid también: Iré a mi Padre;
salir quiero de este letargo mortal en que vivo sumergido y en estado de
condenación; quiero volver a mi Padre Celestial. Verdad es que mucho le tengo
ofendido, alejándome de El con sumo disgusto suyo; mas Él es mi Padre todavía,
Pero ¿qué diréis a vuestro Padre cuando a
Él volváis? Decidle lo que el hijo pródigo decía a su padre: Padre mío,
confieso mi falta; he obrado mal dejando a un padre que tanto me amaba; conozco
que no soy digno de que me llaméis hijo vuestro; perdonadme y recibidme a lo
menos en calidad de servidor, y castigadme después como os plazca.
¡Qué feliz seréis si habláis y obráis así!
Os sucederá lo que al hijo pródigo, cuando el padre le vio a sus pies pidiendo perdón
de su crimen; que, lejos de desecharle, le recibió en su casa, le estrechó
entre sus brazos y le abrazó como hijo suyo. Le hizo después vestir con un traje
precioso, lo cual significa que, si le imitamos, quedaremos revestidos de la
gracia. Hizo celebrar una gran fiesta para expresar de un modo solemne la
alegría que inundaba su alma por haber vuelto a encontrar este hijo perdido, a
quien creía ya muerto.
Ánimo, pues; verdad es que Dios está irritado,
mas no por esto ha dejado de ser nuestro padre. Volvamos arrepentidos a sus
pies; no tardará en aplacarse, y nos librará de las penas que hemos merecido.
María ruega por nosotros y nos invita a unir
nuestras súplicas con las suyas. Hijos míos, dice esta Madre de misericordia,
pobres hijos míos, dirigíos a Mí y tendréis lugar para esperar. Mi Hijo me
concede todo cuanto le pido. Vosotros estabais muertos a causa del pecado:
venid a Mí, dirigíos a Mí y volveréis a encontrar la vida, esto es, la gracia
divina, que recobraréis por mi intercesión. (ACTO DE DOLOR)
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