La misericordia de Dios para con nosotros
llega hasta el extremo, pero quiere que
esperemos los efectos de su misericordia, y que le imploremos excitados por la más
viva confianza en los méritos de Jesucristo y en sus promesas. Por esto nos
encarga San Pablo el conservar siempre esta confianza, la
cual obtiene de Dios gran recompensa: No queráis perder vuestra confianza, que tiene un crecido galardón (Hebreos X, 35).
Cuando, pues, el terror que nos infunde el
juicio de Dios parezca que disminuye en nosotros esta confianza, hemos de
expulsar este terror de nuestro corazón, y decirnos a nosotros mismos lo que se
decía David en el Salmo 42,
¿Quare tristis es anima mea? (¿Por qué estas
triste alma mía?)
¿Pero tú esperar no sabes?
¿Palpitas, corazón mío?
Destierra el temor, no des
Tan presurosos latidos.
¿Para qué quieres turbarte?
Espera en tu Señor, Dios,
Que algún día sus favores
Cantaremos
con amor.
Jesucristo reveló a Santa Gertrudis que puede tanto en
su corazón nuestra confianza, que consigue de él todo cuanto le pedimos. San Juan Clímaco dice
lo mismo. Toda oración hecha con confianza casi hace fuerza al Señor, pero esta
violencia le es agradable.
San Bernardo dice que la misericordia divina es
como una fuente inmensa de la cual el que va con un vaso mayor de confianza, se
lleva mayor caudal de gracias. Es lo que David dice: Hágase,
Señor, tu misericordia sobre nosotros, de la manera que en ti hemos esperado
(Psal. XXXII, 22). Dios nos ha declarado, que él es protector y salva a todos
los que esperan en Él. (Psal. XVII, 31- XVI,)
Alégrense pues, decía David, todos
los que esperan en ti, Dios mío, porque serán eternamente felices, y tú
habitarás en ellos para siempre. El mismo profeta ha
dicho: El que en el Señor espera se verá
rodeado de su misericordia, protegido por ella, y a cubierto de todo peligro de
perderse (Psal. XXXI, 10)
¿Qué
grandes promesas no hacen las Santas Escrituras a todos los que esperan en
Dios? ¿Nuestros pecados nos han conducido al borde de la condenación? El
remedio es fácil: corramos con confianza
a abrazar los pies de Jesucristo, dice el Apóstol, y conseguiremos el perdón de
ellos. (Hebreo, IV 16). No aguardemos,
para acudir Jesucristo, a que esté sentado en el trono de la justicia, ahora es tiempo de acudir, ahora que está sentado en el trono de la gracia. San Juan Crisóstomo dice que nuestro Salvador tiene más deseo
de perdonarnos que nosotros de ser perdonados.
Pero, dirá un pecador: yo no merezco ser
atendido si pido perdón. Yo le respondo; que si le faltan merecimientos, su
confianza en la divina misericordia le obtendrá la gracia; porque este perdón
no se funda en el mérito del pecador, sino en la promesa que Dios ha hecho de
perdonar todos los que se arrepienten; por esto ha dicho Jesucristo:
Todo aquél que pide, recibe (Lucas XI,
10). Un comentador del Evangelio explica la palabra Omnis, diciendo: sea justo,
sea pecador, con tal que ruegue con confianza. Oigamos de la boca del mismo Jesucristo cuánto hace la confianza: Todo cuanto pidiéreis orando, creed que os será concedido y os acontecerá (Marcos.
XI, 24).
Los que por debilidad temen volver a caer en
sus antiguos pecados, tengan confianza en Dios y no volverán a cometerlos. Como
lo afirma el profeta: No será culpado
ninguno de los que esperan en él (Psal XXXIII, 23). Isaías dice que
los que esperan en Dios hallarán nueva fuerza (Isaías XL, 31). Seamos,
pues, firmes en nuestra confianza, como dice San Pablo, porque Dios ha prometido proteger a todos los
que esperan en él. Así, pues, cuando tengamos que vencer algún obstáculo muy
superior a nuestras fuerzas, digamos: Todo
lo puedo en aquél que me conforta (Phil. IV, 13.) ¿Quién ha esperado en Dios y se ha perdido? (Ecle, II, 11).
Pero no busquemos, no exijamos siempre
aquella confianza sensible que quisiéramos sentir, basta tener la voluntad de
confiar en Dios. La verdadera confianza es querer confiar porque Dios es bueno
y quiere ayudarnos; porque es omnipotente y puede ayudarnos; porque es fiel y
lo ha prometido; y sobre todo aseguremos nuestra confianza en la promesa hecha
por Jesucristo: En verdad, en verdad os
digo, que os dará el Padre todo lo que le pidiéreis en mi nombre (Juan. XVI,
23). Pidamos pues a Dios las gracias
por los méritos de Jesucristo, y obtendremos cuanto le pidamos.
¡Oh!
eterno Dios: yo ya sé que soy pobre de
todo; nada puedo y nada tengo que no me haya venido de vuestras manos. Así,
pues, únicamente os digo: Señor, tened piedad de mí. Lo peor es que a mi
pobreza he añadido el demérito de corresponder a vuestras gracias con las ofensas
que contra vos he cometido; pero esto no obstante, espero de vuestra bondad
esta doble misericordia, primero que perdonaréis mis pecados, y después que me
concederéis la santa perseverancia con vuestro amor y con la gracia de pediros
siempre que me ayudéis hasta la muerte. Yo solicito y espero todas estas
gracias por los méritos de vuestro Hijo y de la bienaventurada Virgen María.
¡Oh Virgen María! mi protectora, socorredme con vuestros ruegos.
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