martes, 21 de junio de 2022

PERSECUCIONES DEL DEMONIO QUE SUFRIÓ LA BEATA VERONICA DE JULIANIS.


 


NOTA: Cuando se escribió este libro (1812) la hoy “SANTA” todavía era beata.

 

   A si como el hombre tiene un ángel bueno asignado por Dios para que le guarde con solicitud, le ayude con amor, y le defiende con poder, como asegura San Gerónimo y otros padres de la Iglesia: asi también añade el angélico doctor Santo Tomás  tiene otro malo que le persigue con tentaciones para precipitarle en la culpa. Los asaltos de los demonios a los hombres tentándolos y persiguiéndolos, ya contra una, ya contra otra virtud que practican son efectos de su malicia, envidiosos de los aprovechamientos que con la tentación procuran impedir; pero el orden de esta impugnación es de Dios que sabe usar de los males en orden a los bienes, enseña el citado santo doctor: Por medio pues del demonio deja el Señor que sean sus siervos combatidos, permitiendo que sean más fuertes los asaltos que les dé cuanto es más poderosa la gracia con que los fortalece, y más copioso el aprovechamiento que quiere saquen a gloria suya de las tentaciones. La vida del hombre es un campo de batalla sobre la tierra, como explica el Santo Job; a todos asalta el enemigo que nunca duerme; a todos quiere devorar el fiero león que los rodea; pero a ningún combate con más furor, e intenta destrozar con más fiereza, que a los que le resisten armados con mayor paciencia, y velan con mayor solicitud para no dejarse sorprender.

   No se puede explicar con palabras la envidia de lucifer contra los hombres, ni se puede referir la maliciosa astucia y los falaces engaños con que su indignación los persigue para apartarlos de la cruz, arrastrarlos al pecado, y privarlos de la gloria que perdió por su soberbia. Veremos estas verdades en los asaltos envidiosos que formó contra su enemiga la Beata Verónica. Procuró rendirla con engañosas tentaciones, horrendas apariciones, y cruelísimos tormentos, sólo con el fin de apartarla del camino de la penitencia y manchar así la  gran pureza de su conciencia: pues así cómo Dios permitió en el gran apóstol de las gentes, San Pablo, como por contrapeso de sus altísimos raptos, los pesados insultos del ángel de las tinieblas, dió también licencia a satanás para que afligiera y atormentara a nuestra gloriosa Beata, porque casi todo el tiempo que fué religiosa tuvo que tolerar, sufrir y vencer con la gracia poderosa de Dios, los fuertes asaltos que contra todas las virtudes le ataco el demonio. Fueron fuertísimas, casi continua, y por mucho tiempo obstinadas las tentaciones de impureza, de blasfemias, de desesperación, contra la fe, contra la esperanza, y contra las demás virtudes cristianas con que la persiguió. Le presentó su malignidad con frecuentísimas apariciones de espíritus infernales que veía con los ojos del cuerpo: se le aparecía unas veces en figura de Jesús y de María Santísima para engañarla; otras en forma y aptitud deshonestísimas para seducirla; y muchísimas en representación de serpientes, dragones, y monstruos horribles y espantosos.

   Es el demonio dice San Juan Crisóstomo, como el ladrón que no asalta las casas de los pobres sino las de los ricos y poderosos para despojarles de sus riquezas. Es como el pirata que despreciando la navecilla rota da caza y aborda a la que va cargada de ricas y preciosas mercaderías: y como era el alma de la Beata Verónica casa y templo de Dios donde habitaba el Espíritu Santo llenándola de sus preciosos dones, nave hermosa y cargada de merecimientos que navegaba con viento favorable hacia el deseado puerto, eran tan empeñosos los esfuerzos con que permitiéndolo Dios intentaba el enemigo asaltarle para despojarla, si lo pudiera conseguir, de todas alguna parte de sus riquezas; pero era tan al contrario, que quedando vencido el demonio dejaba a la sierva de Dios con el nuevo mérito de haberle tolerado con paciencia, y haber triunfado de él y de sus maliciosas asechanzas. Todos estos asaltos dió el demonio a nuestra Beata queriendo Dios que, fuese combatida para confusión del enemigo y provecho suyo, y del prójimo, aprendiendo en las muchas, peligrosas y molestas tentaciones que padeció, a compadecerse de los tentados y alentarlos a la paciencia para vencer al tentador.

   Mas aunque los demonios se vean vencidos, no cesan de tentar, afirma Santo Tomás, sino por algún tiempo y cuando nada consiguen con la guerra interior que hacen a los justos, rabiosos por vengarse de la resistencia que les ponen, y que tanto sienten, entonces exteriormente los maltratan, los persiguen, y permitiéndolo Dios les hacen como al Santo Job, el mal que pueden.

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN LUIS GONZAGA.

 



I. El joven santo fue víctima del amor de Dios; le sacrificó su fortuna, abandonando su marquesado para entrar en la Compañía de Jesús, a pesar de los obstáculos que oponía su padre a su piadoso designio. ¿Estás acaso, retenido en el mundo por lazos tan fuertes como los suyos? Dios bien merece que dejes todo lo que tienes, para seguir su llamado y ganar su paraíso; deja todo, si no materialmente, por lo menos por el espíritu y la voluntad.

II. Sacrificó Luis su cuerpo a Dios por el voto de virginidad, que renovó al entrar en religión. Émulo de la pureza de los Ángeles, llevó la modestia hasta no poner nunca sus ojos en una mujer. Además, mortificó su cuerpo con rigurosa y continua penitencia. ¿Quieres consagrar tu cuerpo a Jesucristo como hostia viva y santa? Custodia tus sentidos, mortifícalos. La vida de un cristiano debe ser continuo martirio.

III. Consagró el santo su libertad a Dios por el voto de obediencia. Los honores que ahora recibe, en el cielo y en la tierra, son el precio de su voluntario abatimiento. El camino más seguro para ir al cielo es el de la obediencia. Obedece a tus superiores fielmente, prontamente, sin murmurar; a Jesucristo es a quien obedeces, Él es quien te recompensará. En fin, recuerda que no sólo los religiosos, sino también los cristianos deben ser víctimas que se inmolan sin cesar a Dios. Los cuerpos de los fieles son hostias de Dios, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo (San Agustín).

 

Pedid la castidad. Orad por las órdenes religiosas.


viernes, 17 de junio de 2022

Satán en la ciudad (fragmento) – Por Marcel de la Bigne de Villeneuve.


 


   (…) Padre Multi: –Respecto a los que permanecen extraños a este orden de ideas tan elevado, también ellos necesitan enterarse algo de los procedimientos y astucias de la ingerencia demoniaca entre los hombres. Acostumbran a reírse de ella, y un poco de reflexión les haría comprender, tal vez, que harían mejor en llorar, pues si siempre es peligrosa, a menudo resulta funesta y, a veces, trágica. Es gran locura, y mayor tontería, el despreciarla, y suelo preguntarme qué manía nos lleva, hace mucho tiempo, a considerar al Demonio como un bufón ridículo que siempre acaba chasqueado y apaleado por los que cree que pueden ser víctimas suyas; o a representárnosle más amenazador que malvado, un pobre diablo, en el fondo, en vez de ver en él al insaciable verdugo, al espíritu del mal, al “Leo rugiens” de la Escritura, que en ningún caso proporciona materia de risa, y que trabaja sin descanso y encarnizadamente para perdernos–.

   Escéptico: –Hago ademán de responder, pero me lo impide con gesto imperioso, y continúa:

   Padre Multi: —Y en este absurdo juego, basado en una presunción y un orgullo bastante bajos, somos nosotros los engañados, y nos arrojamos entre sus garras en ocasiones en que creemos confundirle. Al Diablo no se le engaña fácilmente. Es un gran personaje, un alto arcángel que, a pesar de su decadencia, recuerda su antiguo esplendor, y no ha perdido toda la excelencia de su primera naturaleza, ni mucho menos. Este es un asunto que Bossuet subraya con insistencia en sus dos sermones sobre los demonios. “La nobleza de su ser es tal, escribe, que los teólogos apenas pueden comprender cómo ha podido encontrar sitio el pecado en una perfección tan eminente.” Por su poder, los llama Tertuliano magistratus saeculi, y San Pablo ve en ellos esencialmente “malignos espíritus”, lo cual supone claramente que sus fuerzas naturales no han variado, sino que las han convertido en maldad por su rabia desesperada.

   Cuando en el Evangelio se denomina a Lucifer el Príncipe de las Tinieblas o el Arconte de este mundo, no es una figura retórica solamente, sino un título que corresponde en realidad a un poder verdadero y temible, a una potencia que es tan peligrosa por su perversidad como por su fuerza. Cierto es que Lucifer no resulta invencible, y que, a pesar de la superioridad intrínseca de su esencia, puede ser derrotado por los hombres, pero esto sucede, solamente, con la ayuda de Dios.

   La Teología admite que el porvenir le es desconocido, y nos valemos de esa ignorancia para hacerle aparecer engañado y perseguido. Pero, ¿acaso conocemos nosotros lo futuro mejor que él? y ¿podemos jactarnos de manejarle o dominarle en ese terreno? ¡Cuánto más eficaces son sus armas que las nuestras! Espíritu celestial, inteligencia lúcida, luminosa, inmensa, Satanás penetra como jugando los secretas de la naturaleza que a nosotros tanto nos cuesta descubrir, y mientras creemos tenderle trampas ingeniosas, en nuestra ridícula soberbia, es él quien nos hace caer en las suyas.

      Escéptico: —Personalmente estoy completamente de acuerdo con su idea, respondí; pero mi joven contradictor de ayer, y otros muchos que se le parecen, ¿no le reprocharán a usted el dar vida a simples abstracciones y realizar hipótesis para comodidad de su discurso? Lucifer y los millones de diablos sobre los que él reina, ¿na serían, según ellos, la personificación de nuestros vicios y malas tendencias, sin otra existencia propia y distinta y otra voluntad perversa y malhechora más que las que nosotros les prestemos y...?

   Sin dejar terminar mi tímida objección, el señor Multi la barre con su índice vengador y toma otra vez la palabra.

Padre Multi: —Su joven contradictor y los que se le asemejan, dice tajante con su acostumbrado rigor, son unos ignorantes y unos imbéciles. Y al notar mi instintivo sobresalto, repitió:

   Sí; digo bien: ignorantes e imbéciles, pues por su falaz apetito de positivismo y de objetividad, como ellos dicen, no se dan cuenta de que responden con vaciedades a certezas ya establecidas; rompen irreflexivamente con creencias universales multiseculares— que ellos mismos profesan, a veces, en teoría—, y hacen infinitamente más difícil, si no imposible, de explicar la extensión gigantesca del mal en el mundo, lisonjeándose de volverla más clara y accesible.

   —Además, si su amigo es católico o, al menos, cristiano; no puede escoger. La Revelación no nos presenta a Lucifer como una hipótesis discutible, sino como una terrible realidad. Sea que se revele contra Dios o que arrastre a la desobediencia y al mal a nuestros primeros padres; que atormente a Job o reciba permiso para tentar al Salvador, el inspirado escritor nos le muestra siempre como un ser bien determinado, dotado de cualidades eminentes en grado sumo, encaminadas deliberadamente hacia el mal y furioso para hacer daño a los hombres.

   No podemos optar por la afirmación o la negación. Hay que aceptarlo o renegar de la fe. En la epístola a los efesios, en la que muestra a Satanás y a las potencias infernales trabajando en las personas de los hijos de la iniquidad, San Pablo previene a los fieles de que “no es nuestra lucha en esta vida solamente contra los hombres de carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades de ese mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que andan por los aires”.

   Y yo añado, continuó, que en estas afirmaciones no hay nada que resulte extravagante ni poco razonable, sino que están conformes con las tendencias inmemoriales del género humano que en todas las épocas ha creído en la existencia de poderes maléficos esparcidos por el mundo. Y algunos pueblos, hasta se han imaginado una especie de dios del mal, antagonista del Dios del bien, empeñado contra éste en una lucha en la que están equilibradas las fuerzas, aproximadamente. Esta es, por ejemplo, la idea central del mazdeísmo. Los judíos han admitido en todo tiempo, la acción de agentes maléficos intermediarios, inferiores a Dios, pero más poderosos que los hombres, que llaman schedim. La Biblia llama, expresamente, Satán al enemigo del género humana, al cual permite el Señor alguna vez probar a sus mejores servidores, y el Nuevo Testamento, así como la doctrina de la Iglesia, están de acuerdo completamente, como ya dije a usted, con esta tradición.

   Además, no son tan raras las manifestaciones personales del Demonio, y usted recordará, tal vez, que entre los siglos XIII y XVIII, particularmente en el XVI, hubo una verdadera epidemia de acción demoníaca, de la cual es un eco de los más curiosos la famosa Demonomanía dé Juan Bodín.

   Escéptico: Como yo no pongo cátedra de ninguna materia y no me entusiasma escuchar cursos ajenos, me pareció el momento muy oportuno para detener aquel desbordamiento de erudición que parecía prepararse, y con tono de ingenuidad procuré escamotear dos o tres siglos, diciendo:

   —Por desgracia, o felizmente quizá, esta acción es cada vez más rara en nuestros días. No descubro a usted nada nuevo con recordar que los fenómenos considerados antes como propios del demonio han desaparecido casi totalmente en las naciones civilizadas, especialmente en la nuestra, y me imagino...

   El abate, nervioso, me corta la palabra:

   Padre Multi: —No se imagine usted nada, pues en este asunto la imaginación resulta extremadamente peligrosa y engañadora. Dígame, más bien, qué conclusión saca usted de un hecho que, al menos por una parte, reconozco materialmente exacto.

      Escéptico: —Pues deduzco de ello, que muchas manifestaciones que se creían diabólicas, si no la totalidad, llevaran esa etiqueta por efecto de una ignorancia que los progresos de la ciencia, especialmente de la medicina nerviosa, disipa cada día más, y que acabarán por eliminar. La evolución parece evidente en ese aspecto.

   Padre Multi: —De una evidencia deslumbradora que ofusca los ojos, salta el señor Multi, con tono irritado. Sí, los ciega, porque impide la visión clara e imparcial de las cosas hasta en los observadores que se esfuerzan por permanecer imparciales, y rectos. Como usted es de éstos, por lo general, le hago esta pregunta con una franqueza que le parecerá casi brutal, por lo que le ruego me dispense, si es necesario: ¿finge usted ingenuidad esperando engañarme, o asume, sutilmente, el oficio de abogado del Diablo?

   Escéptico: Algo resentido, contestó con cierta amargura:

   —Si usted lo desea, optaremos por la hipótesis menos desagradable, pero al hablar como he hablado, creo hacerme intérprete de muchas personas que no son imbéciles y que me parecen de absoluta buena fe.

   Mi interlocutor se calma y responde con tranquilidad:

  Padre Multi: En ese caso, merecen que se les oriente. Hasta es posible que pequen, más que nada, por ignorancia, y entonces hay que recordarles como preámbulo algunas nociones elementales del problema, pero antes tengo que ordenarlas.

   — ¿Tiene usted inconveniente en que reanudemos mañana esta conversación? (…)

 

“SATÁN EN LA CIUDAD”

Año 1952

 

 


miércoles, 15 de junio de 2022

Los judíos y la Cruz – Por el P. REMIGIO VILARIÑO. S. J.


 


   Apenas hay en la historia ejemplo de una rabia más tenaz y de un empeño más rencoroso que el de los judíos por levantar la cruz de Jesucristo y verle clavado en ella. Y cuando satisfechos ya de su venganza le contemplaron crucificado, insultándole con escarnio le decían: “¡Vamos a ver! ¡A que no bajas de esa cruz! Eso que eres, según tú dices, Mesías e Hijo de Dios, y tienes poder del cielo para salvar a otros. Si bajas, creeremos todo cuanto aseguras”.

   ¡Infelices! ¡Qué lejos estaban de sospechar lo que hoy está pasando! Hoy sus nietos darían cualquiera cosa por desterrar de la tierra aquella cruz que entonces sus abuelos levantaron. Y ¡no pueden! y se la encuentran por todas partes, en todos los pueblos, en todas las calles, en todos los templos, en las coronas, en los edificios, en los caminos, en las escuelas, en los tribunales, en los corazones de infinita muchedumbre.

   Con la misma rabia con que sus padres levantaron la cruz el día de Viernes Santo, se empeñan ellos en el siglo actual en quitarla de todas partes. ¡Y no pueden lograrlo! ¡Eso que tampoco ahora les faltan ni Herodes, ni Pilatos en los gobiernos del mundo que los ayuden en su empresa! ¡Eso que cuentan con el apoyo de la masonería y con la influencia del oro!

   Ni es posible que lo logren. ¡Maravillosa historia! La piedra que aquellos deicidas desecharon es hoy la piedra angular del mundo. Todo ese cristianismo tan abominable a los judíos vive inmortal en aquel Cristo que ellos sacrificaron. Aquel árbol sobre el cual tan furiosos hachazos descargaron florece sin cesar preciosísimo por su flor que es Cristo, riquísimo en hojas que son sus gracias y fecundísimo en frutos que son sus santos; y puede muy bien decir la Iglesia todos los años:

   “Árbol noble entre todos: ninguna selva produce otro que se le iguale ni en hojas, ni en flor, ni en fruto”.

   Creían los que crucificaron a Cristo que con crucificarle estaba todo concluido, y ha sucedido lo contrario. Ellos pensaban que si moría Jesucristo en la cruz nadie podría creer que era el Mesías, y el mundo cree que es el Mesías porque murió en la cruz. Pensaban que si moría el Maestro en la cruz todos sus discípulos perderían la esperanza que tenían en él, y el mundo religioso no encuentra otra esperanza segura de salvación sino en el que murió en la cruz. Pensaban que nadie adoraría ni amaría a un ajusticiado en la cruz, y todo el orbe católico está postrado al pie de la cruz.

   ¡Qué desengaño para los judíos! ¡Qué rabia! ¡Qué desesperación! ¡No poder, aun capitaneando a toda la masonería del mundo, suprimir al Crucificado y encontrárselo todavía al cabo de veinte siglos como el signo de contradicción, como lo había profetizado su anciano Simeón!

   Pero para los cristianos ¡qué seguridad, qué consuelo, qué esperanza, ver que nunca se abate nuestro lábaro de victoria, que nunca baja Cristo de la cruz!

   La devoción a Jesucristo crucificado es la primera de las devociones de la Iglesia, y como la fuente de vida de los cristianos. Porque, en efecto, la vida sobrenatural cristiana no es otra cosa que fe, esperanza y caridad. Ahora bien; nada más apto para excitar estas virtudes que la devoción a Jesucristo crucificado, en el cual se encuentra la clave de la fe católica, la fuerza de la esperanza cristiana y la plenitud de la caridad divina.

   Por lo cual hoy que en el mundo se combate tanto a nuestra fe, a nuestra confianza y a nuestra caridad para con Dios, es preciso que fijemos más y más nuestra atención en ese crucifijo adorándolo como a nuestra única esperanza: O crux ave spes unica.

 

 

“EL CRUCIFIJO”

Año 1903.

 

 



viernes, 10 de junio de 2022

Carolina Feltri y Victorio Orione – Padres de San Luis Orione – Por Juan Carlos Moreno. (Primera parte).


 


   La madre de Luis Orione, a pesar de ser analfabeta, era una mujer excepcional. Se parecía extraordinariamente a Margarita Occhiena, la madre de Don Bosco, como asimismo se asemejaron los hijos en sus vidas y en sus obras. Era agraciada, hacendosa, humilde, de profunda fe religiosa, y bien podía ser reputada como “la mujer fuerte de la Biblia”.

   Sus padres eran extremadamente pobres, aunque honrados y muy piadosos, estimados por su laboriosidad y su generosidad. Carolina Feltri nació el 11 de diciembre de 1833. A los quince años estaba al servicio de una hostería de Tortona, donde conoció a Victorio Orione, soldado garibaldino, de paso con otros camaradas.

   Al ver a la graciosa y grave joven le lanzó un piropo, y Carolina, por respuesta, le dio una bofetada. El soldado, corrido, la dejó en paz y, en lugar de enfadarse, la admiró más aún. Al año siguiente visitó a Carolina, y la pidió en matrimonio.

   (…)

   Carolina concurría frecuentemente a las funciones parroquiales. Lo que pedía prestado lo devolvía enseguida. Era severa y justa. Una muchacha robó leña en casa de una vecina y ella avisó a la madre. Cierta vez un médico joven, la trató de tú; y elIa, sin mayor cumplimiento, le dijo:

   —Excúseme, señor doctor; pero yo de tú no trato sino a mis hijos, y mis hijos me tratan de usted. Yo podría ser su madre.

   Admirado, el médico la llamaba en lo sucesivo “señora Carolina”.

   Cuando eran encargados de la villa del ministro Ratazzi, en ocasión en que Carolina llevaba en el brazo derecho a su hijo menor, el magistrado le hizo una caricia al pasar. Doña Carolina, indignada, cambió de brazo al pequeñuelo y asestó una bofetada al ministro. Después se fue a casa de su madre. Ratazzi explicó luego a Victorio que el suyo había sido un gesto inocente y le rogó que no permitiera correr ningún rumor. Victorio habló con su mujer, persuadiéndola que tornara a la villa.

   Ratazzi conservó desde entonces alta estimación por Carolina, y un día le dijo a Victorio:

   —Si tu mujer llevara pantalones y supiera leer y escribir, podría ser ministro de Estado.

   Cuando más tarde Don Orione recordaba a su madre, solía nombrarla: “Aquella de las bofetadas”.

   Por un sueño que tuvo en 1873, doña Carolina supo que Ratazzi había muerto. En su hijo Luis habrían de manifestarse más tarde, por ciertos sueños, anuncios celestiales. A partir de entonces el matrimonio Orione fue a vivir a casa de la viuda marquesa de Ratazzi.

   Las costumbres eran sencillas y puras, y la gente, aunque ignorante, era moralmente sana. Tenía reuniones en invierno. Carolina trabajaba en el horno, hacía calcetas, tejía, cosía, y, mientras conversaban, rezaban el rosario

   Doña Carolina deseaba siempre saber dónde estaban sus hijos. Se aseguraba si habían ido adonde se proponían, y no se acostaba hasta que no estuviesen en sus lechos. Cuando espigaba, solía llevarse consigo a Luis, el más pequeño, y si éste sentía sueño, extendía su delantal en la tierra, lo ponía encima y el chico se dormía dulcemente.

   La madre los ejercitaba en combatir la indolencia y la poltronería, los habituaba a levantarse temprano y a lavarse enseguida, aun en invierno. A la hora de dormir Doña Carolina no permitía que sus hijos permanecieran ociosos, pues debían madrugar al día siguiente. Cuando el padre llevaba a Luis, éste le ayudaba a cargar piedras. Ya estaba acostumbrado a vencer la repugnancia del agua fría y a dominar la fatiga.

   Doña Carolina tampoco permitía la discordia entre los hermanos. Aborrecía la murmuración, y aconsejaba a sus hijos:

   —Tirad siempre agua sobre el fuego; no arrojéis leña. Si sentís un acceso de furor, extinguidlo. No aticéis el fuego. Poned siempre el pie encima. Cuando habléis, guardaos de hacerlo como la avispa, que con su aguijón punza siempre.

   Los objetos viejos los sabía combinar, y así triunfaba de su pobreza honesta. Se ingeniaba para arreglar los vestidos del hijo mayor, de modo que pudieran servir a los otros. Cuando Luis tuvo 13 años y se disponía a ir al convento de Voghera, le puso la misma ropa que antes habían usado Benito y Alberto. A pesar de su pobreza, pudo dejar después algún dinero para los huérfanos de la Divina Providencia.

   La pobre mujer se levantaba a las tres de la mañana y tras de despachar las tareas del hogar, salía a trabajar. Se amañaba en todo y hacía las veces de varón cuando el marido estaba ausente. Batía la hoz para cortar la hierba, y la afilaba; hacía la tela con el cáñamo hilado por ella y repartía a sus hijos la sábana y la hermosa ropa blanca.

   Mientras Victorio estaba ausente, Dona Carolina atendía el hogar, servía en la villa de Ratazzi, juntaba leña, y hierbas comestibles, y trabajaba en la cosecha por ocho soldi diarios. Haciendo un comentario de este salario, Don Orione decía más tarde: “El patrón de que habla el Evangelio conviene en dar un denario por día a los obreros. Os diré: ¡Es poco!... Mi madre trabajaba por día; empezaba a las 6 y volvía a la noche, y cuando iba a la granja le daban ocho soldi. ¿Sabéis cuánto es un soldi? Le daban, pues, 40 centavos al día”.

   A pesar de su humildad y de su pobreza, doña Carolina educó a sus hijos como un rey pudiera hacerlo con los príncipes.

 

“VIDA DE DON ORIONE”


jueves, 9 de junio de 2022

ASISTENCIA ESPIRITUAL A LOS ENFERMOS. (Afectos que se han de sugerir al enfermo: De deseo del cielo – Al dar a besar el Crucifijo)


 


DE DESEO DEL CIELO

 

   ¡Dios mío! ¿Cuándo llegará la hora en que contemple vuestra hermosura infinita y pueda veros cara a cara?

   Yo os amaré siempre en el cielo. Vos también siempre me amaréis, y de este modo nos amaremos mutuamente por toda la eternidad.

   ¡Oh Dios mío, amor mío y mi todo!

   ¡Jesús mío! ¿Cuándo podré besar las llagas, que por mí os abrieron en vuestra dolorosa pasión?

   ¡Oh María! ¿Cuándo llegaré a verme a vuestros pies, para no separarme más de-vuestra compañía?

   Ea, pues, Señora, abogada nuestra, volved hacia mí vuestros ojos misericordiosos.

   ¡Oh Madre mía! mostradme, después de este destierro a Jesús.

 

AL DAR A BESAR EL CRUCIFIJO

   ¡Oh Jesús mío! no miréis mis pecados, sino lo que habéis padecido por mí.

   ¡Padre mío y Pastor divino de mi alma! acordaos de que yo soy una de vuestras ovejas, por la que sufristeis la muerte.

   Acepto, Jesús mío, el padecer y morir por Vos, que habéis padecido y muerto por mí.

   Vos os disteis todo a mí, yo me doy todo a Vos.

   Vos, Señor, tan inocente y santo, padecisteis por mí mucho más de lo que padezco yo, miserable pecador.

   Amado Redentor mío, me abrazo a vuestros pies, como la Magdalena: hacedme conocer, que me habéis perdonado.

   Padre Eterno, Vos me disteis a vuestro Hijo por mi Redentor, y yo os ofrezco mi vida y mi muerte.

   Dios mío, perdonadme por amor de Jesucristo.

   Jesús mío, es verdad que he merecido mil veces el infierno, pero Vos perdonadme por vuestra infinita misericordia.

   Señor y Padre mío, Vos, que no os apartasteis de mí cuando huía de Vos, no me abandonéis ahora, que os busco.

   Jesús dulcísimo, no permitáis, que me separe de Vos.

 

ASISTENCIA ESPIRITUAL

— A —

LOS ENFERMOS

Con licencia eclesiástica.

SOCIEDAD SAN MIGUEL PROPAGACIÓN DE BUENOS LIBROS

Buenos Aires - Sarmiento 1949 — AÑO 1928 —


MEDITACIÓN SOBRE TRES CLASES DE TEMOR

 




I. El temor de Dios, es el principio de la sabiduría. Teme a Dios, porque es omnipotente, ve todo y es soberanamente justo. Te juzgará con justicia; y habrá de castigarte inapelablemente si incurriste en pecado. Temes a los hombres, no te atreverías a cometer un crimen en su presencia. ¡Cuán ciego eres! ¿No ves que a Dios, es a quien ha de temerse? El temor es la base de la salvación (Tertuliano).

 

II. Teme el infierno, y no digas que este temor conviene a los grandes pecadores, puesto que Jesucristo te lo propone como medio de excitarte a la virtud, y los santos, estimulados por él, han avanzado rápidamente, en el camino de la salvación. El temor del infierno es el que los desapegó del mundo y los condujo a la soledad. ¡Oh infierno, si a menudo se pensase en ti, cuán rápido poblaríase el paraíso! Después de todo, por santo que seas al presente, puedes caer en el pecado. Teme siempre hasta que estés en el cielo.

 

III. Teme el pecado, puesto que él te hace enemigo de Dios y víctima del infierno. Los santos habrían más bien elegido la pérdida de sus bienes, de la vida y hasta el infierno, si ello fuera posible, antes que el pecado. Es que aun el menor pecado es un mal más grande que los más espantosos entre todos los tormentos, puesto que esa falta leve ofende a un Dios infinito. ¿Posees estos sentimientos? Vuelve tu temor para el lado de Dios; todo temor que no tiene a Dios por objeto es temor malo (San Bernardo).

 

La fidelidad a Dios. Orad por la conversión de los pecadores.

 


lunes, 6 de junio de 2022

“SOBRE EL APLAZAMIENTO DE LA CONVERSIÓN” Un ejemplo terrible.


 


   Refiérese en la historia que cierto extranjero, pasando por Donzenac (ese extranjero se llamaba Lorrain y era librero de profesión), se dirigió a un sacerdote para que le oyera en confesión; más el sacerdote, no sé porque causa, lo rechazó.

 De allí se fue a una ciudad llamada Brives. Se presentó al procurador del rey y le dijo, os ruego que me encarceléis, Lorrain dijo al procurador que desde hace algún tiempo se había dado al demonio; le ruego que me encarceléis, y he oído decir siempre que no hay poder que valga contra los que están en manos de la justicia. Le responde el procurador: –no sabes lo que es estar en manos de la justicia, una vez en su poder no se sale de cualquier manera. –No importa, señor, encarceladme. El procurador imaginó que aquel hombre estaría loco, por lo cual encarcelándole, y hasta conversando con él por más tiempo, se exponía a las burlas del público.

   En aquel momento vio pasar por la calle a un sacerdote conocido, que era confesor de las Ursulinas; le llamó y le dijo: “Padre, tomad la bondad de tomar este hombre bajo vuestros cuidados”. Y dirigiéndose a aquel hombre: “Amigo mío, le dijo, seguid a este sacerdote y haced lo que él os diga. Dicho sacerdote, después de hablar un rato con el infeliz, pensó como el procurador del rey, que tenía enajenadas las facultades mentales; y le rogó que se dirigiese a otra parte, ya que él no podía encargarse de su conducta.

   Aquel pobre desagraciado, no sabiendo ya dónde acudir, se fue a dos distintas comunidades a pedir un sacerdote que le confesase. En una se le dijo que los padres estaban descansando, pues debían levantarse a la media noche; en la otra pudo hablar con un padre que le despidió para que volviese al día siguiente. Más aquel pobre infeliz, se echó a llorar, exclamando: ¡Oh! Padre mío, si no tiene piedad de mí estoy perdido; dijo que se había entregado al demonio; y el plazo termina esta noche. “Idos, amigo mío, –le respondió el padre–, y encomendaos a la Santísima Virgen. Le entregó un Rosario y le despidió.

LA VIDA DE UNIÓN CON EL ESPÍRITU SANTO – Por San Pedro Julián Eymard.

 



“Si vivimos del Espíritu, caminemos también en el Espíritu”. (Gálatas., V, 15.)

 

   El principio de nuestra santidad es el Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, este espíritu divino que Jesús ha venido a traer al mundo. La vida interior no es otra cosa que estar el alma unida con el Espíritu Santo y obedecer sus mociones. Estudiemos estas operaciones en nosotros mismos.

 

   Notad ante todo que el Espíritu Santo es quien nos comunica a cada uno en particular los frutos de la Encarnación y de la Redención. EI Padre nos ha dado a su Hijo, y el Verbo se da a nosotros y nos redime en la cruz: estos son los efectos generales de su amor. ¿Quién sino el Espíritu Santo nos comunica estos divinos efectos? EI Espíritu Santo forma a Jesucristo en nosotros y le completa. Este es, pues, el tiempo de la venida del Espíritu Santo, así como el que siguió a la Ascensión del Señor. Esta verdad nos la mostró el Salvador cuando dijo: “Os conviene que yo me vaya para que venga el Espíritu Santo.”

 

   Jesús nos ha adquirido las gracias, ha reunido el tesoro, ha puesto en la Iglesia el germen de la santidad: la misión del Espíritu Santo es cultivar este germen y conducirlo hasta su término; acaba y perfecciona la obra del Salvador; asi decía Nuestro Señor: “Yo os enviaré mi Espíritu, y este Espíritu os enseñará todas las cosas; os explicará y os dará a entender todas las palabras que yo os he dicho; si no viniera, seríais débiles e ignorantes.” En el principio el Espíritu se extendía sobre las aguas para fecundarlas. Esto mismo hace con las gracias que nos ha dejado Jesucristo: las fecunda y nos las aplica, porque habita en nosotros y en nosotros obra. El alma justa es mansión y templo del Espíritu Santo; Él habita en ella, no solamente por Su gracia, sino por sí mismo; su adorable Persona mora en nosotros, y cuanto más pura es nuestra alma, más lugar halla en ella el Espíritu Santo y mayor es en ella su poder.

 

   Este divino Espíritu no puede obrar ni morar allí donde hay pecado, porque el pecador está muerto, porque sus miembros están paralíticos y no pueden cooperar a su acción; cooperación que siempre es necesaria. Cuando nuestra voluntad es perezosa o son desordenados nuestros afectos, puede, es verdad, morar en nosotros, pero no puede obrar. El Espíritu Santo es una llama que siempre sube y quiere hacernos subir consigo. Si queremos ponerle obstáculos, se extingue esta llama, o más bien el Espíritu Santo acaba por alejarse de nuestras almas paraliticas y adheridas a la tierra, porque no tardamos en caer en pecado mortal. La pureza es, pues, condición necesaria para que el Espíritu Santo habite en nosotros. “No consentirá que ni siquiera haya una paja en el corazón El posee, y si la hay la quemará, dice San Bernardo

 

   La misión del Espíritu Santo es formar a Jesús en nosotros. Es cierto que su misión general en la Iglesia consiste en dirigirla y guardar su infalibilidad; pero su misión especial en las almas es formar a Jesucristo. Esta nueva creación, esta transformación la hace mediante tres operaciones, en las cuales es absolutamente necesaria nuestra asidua cooperación.