Las
novicias del Monasterio de Lisieux, oyendo a Santa Teresita hablar siempre de
su pequeño camino de infancia espiritual, le preguntaron un día:
– ¿Qué
se necesita para tener el espíritu de la infancia? ¿Qué significa hacerse
pequeño, permanecer pequeño?
La santa respondió:
– Permanecer
pequeño es reconocer la propia insignificancia, esperarlo todo de Dios y no
angustiarse por las propias faltas, porque los niños pequeños, a menudo por ser
pequeños, se preocupan poco; es desapegarse de la riqueza y no preocuparse por
nada. Entre los pobres, el padre le da a su hijo, siendo aún pequeño, todo lo
que necesita, pero cuando crece, ya no quiere mantenerlo y le dice: «Ahora
puedes mantenerte con tu trabajo». Pues bien, para no oír esas palabras, no
quiero crecer, ¡para siempre considerarme incapaz de ganarme la vida eterna!
Permanecer pequeño es, además, no atribuir mérito a las virtudes practicadas,
sino reconocerlas como tomadas de un tesoro puesto por Dios en las manos de su
pequeña hija, para que las use cuando las necesite...
¡Cuánto simplifica esto la vida espiritual,
evitando las desesperadas complicaciones y angustias en las que luchan tantas
pobres almas, sedientas de perfección pero atemorizadas por el rigor de la
Justicia Eterna!
¿Acaso Nuestro Señor no nos manda hacernos
pequeños para entrar en el Reino de los Cielos? ¿Y puede un niño pequeño temer
a un Padre tan Misericordioso? ¡Ah! Dejemos atrás ese orgullo de creernos
siempre grandes, que, incluso en la práctica de la virtud, se infiltra
sutilmente, haciéndonos creer capaces de mucho, o ya avanzados, cuando en
realidad seguimos siendo tan pobres y miserables.
¡Hagámonos pequeños, verdaderamente como
niños pequeños, humildes, pobres, abandonados a la Divina Misericordia! ¡Es tan
bueno ser pequeños y humildes! ¡Cómo se inunda de paz el corazón cuando se vive
así, como un niño pequeño, en la vida espiritual!
Pensamientos
para cada día del año. Tomado del “Breviario de la Confianza” Monseñor Brandão,
Ascânio. Año 1936.
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