Ciertamente, para
admitir lo que sigue hace falta tener mucha fe. Sin ella, no hay ninguna esperanza..., ninguna fuerza
tampoco.
José de Maistre hacía decir a unos de sus
personajes:
«No os atrevéis ya a nada y (ellos) se
atreven a todo contra vosotros»
No nos atrevemos ya a nada porque no
sabiendo ya mirarlo todo a la única luz de la fe, no podemos tener conciencia
de su fuerza.
¡Así, todo nos inquieta! ¡Nuestra indigencia
personal! ¡Nuestra pobreza! ¡Nuestro corto número!
¿Puede concebirse que la historia no haya
enseñado todavía a los católicos cuánto se complace Dios en confiar el éxito de
su causa a minúsculos batallones? El
mismo diablo lo sabe perfectamente, tanto que le decía rabiosamente al cura de
Ars: «Si hubiera tres como tú sobre la tierra, mi reino sería destruido. Me has
arrebatado más de 80.000 almas.»
Si la experiencia de nuestra miseria puede
prohibirnos el orgullo de esperar batir tales «récords», por lo menos podemos
hacer nuestras estas líneas del P. de la Gorce: «No digáis jamás: —Somos
minoría. Acordaos de aquella frase del Evangelio pronunciada por Jesús: «Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos». Ved cómo no ha hablado de mayoría. Si sois dos o tres, no os contéis;
comenzad con audacia.
No se puede uno imaginar de lo que es capaz,
para el bien o para el mal, un pequeño puñado de hombres, a condición de que
tengan unión, perseverancia, valentía. He visto una comarca transformada casi
súbitamente del mal al bien por la acción no de tres hombres, ni de dos
hombres, sino de uno solo, que sabía querer y sobre todo sabía atreverse.
No digáis jamás: —No hay nada que hacer.
Este es el lenguaje de los egoístas o, en todo caso, de los débiles. Es el
lenguaje dé aquellos que nunca ven la hora cercana.
No digáis jamás: —Seremos vencidos. En
primer lugar, ¿quién sabe? Las oportunidades son tan numerosas como
imprevistas. Entre la fe que mueve las montañas y la caridad que subsistirá
cuando todo haya perecido, existe la esperanza, magníficamente encuadrada por
sus dos hermanas divinas. Practicad esta hermosa virtud de la esperanza; que
sea como un viático que sostenga vuestro valor y os incite a la acción.
Cuando el católico combate por Dios, por Su
Iglesia y Su país, se está seguro de vencer. Amad vuestra causa lo bastante
para que la alegría de servirla sea, si es preciso, para vosotros una
recompensa suficiente.»
“PARA QUE ÉL REINE”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.