domingo, 7 de septiembre de 2025

FUERZA DE LOS POCOS – Por Jean Ousset.

 



   Ciertamente, para admitir lo que sigue hace falta tener mucha fe. Sin ella,  no hay ninguna esperanza..., ninguna fuerza tampoco.

 

    José de Maistre hacía decir a unos de sus personajes:

 

   «No os atrevéis ya a nada y (ellos) se atreven a todo contra vosotros»

 

   No nos atrevemos ya a nada porque no sabiendo ya mirarlo todo a la única luz de la fe, no podemos tener conciencia de su fuerza.

 

   ¡Así, todo nos inquieta! ¡Nuestra indigencia personal! ¡Nuestra pobreza! ¡Nuestro corto número!

 

   ¿Puede concebirse que la historia no haya enseñado todavía a los católicos cuánto se complace Dios en confiar el éxito de su causa a minúsculos batallones?  El mismo diablo lo sabe perfectamente, tanto que le decía rabiosamente al cura de Ars: «Si hubiera tres como tú sobre la tierra, mi reino sería destruido. Me has arrebatado más de 80.000 almas.»

 

   Si la experiencia de nuestra miseria puede prohibirnos el orgullo de esperar batir tales «récords», por lo menos podemos hacer nuestras estas líneas del P. de la Gorce: «No digáis jamás: —Somos minoría. Acordaos de aquella frase del Evangelio pronunciada por Jesús: «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». Ved cómo no ha hablado de mayoría. Si sois dos o tres, no os contéis; comenzad con audacia.

 

   No se puede uno imaginar de lo que es capaz, para el bien o para el mal, un pequeño puñado de hombres, a condición de que tengan unión, perseverancia, valentía. He visto una comarca transformada casi súbitamente del mal al bien por la acción no de tres hombres, ni de dos hombres, sino de uno solo, que sabía querer y sobre todo sabía atreverse.

 

   No digáis jamás: —No hay nada que hacer. Este es el lenguaje de los egoístas o, en todo caso, de los débiles. Es el lenguaje dé aquellos que nunca ven la hora cercana.

 

   No digáis jamás: —Seremos vencidos. En primer lugar, ¿quién sabe? Las oportunidades son tan numerosas como imprevistas. Entre la fe que mueve las montañas y la caridad que subsistirá cuando todo haya perecido, existe la esperanza, magníficamente encuadrada por sus dos hermanas divinas. Practicad esta hermosa virtud de la esperanza; que sea como un viático que sostenga vuestro valor y os incite a la acción.

 

   Cuando el católico combate por Dios, por Su Iglesia y Su país, se está seguro de vencer. Amad vuestra causa lo bastante para que la alegría de servirla sea, si es preciso, para vosotros una recompensa suficiente.»

 

“PARA QUE ÉL REINE”

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