No es, pues, cierto que
todos quieren ser dichosos, pues los que no quieren gozar de Vos, que sois la
única vida dichosa, cierto es que no quieren la vida dichosa. ¿O es que todos lo quieren, mas como la carne
apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne, de suerte que no
hacen lo que quieren (Gal., 5, 17), caen sobre lo que pueden, y con ello se
contentan, porque lo que no pueden, no lo quieren con tanta eficacia cuanta es
menester para que puedan? Porque pregunto a todos qué prefieren: gozar de
la verdad, o de la falsedad; tan no dudan decir que prefieren gozar de la
verdad, como no dudan decir que quieren ser felices. Porque la vida feliz es
gozo de la verdad; pues éste es gozo de Vos, que sois la Verdad, ¡oh Dios, luz mía, salud de mi rostro, Dios
mío! Esta vida bienaventurada todos la quieren; esta vida, que es la única
bienaventurada, todos la apetecen; el gozo de la verdad todos lo quieren. Muchos he tratado que querían engañar, más
ninguno que quisiera ser engañado.
¿Dónde, pues, conocieron esta vida
bienaventurada, sino allí donde también conocieron la verdad?
Porque también ellos aman la verdad, pues no quieren ser engañados. Y cuando
aman la vida bienaventurada, que no es otra cosa sino gozo de la verdad, sin
duda aman también la verdad; y no la amarían si no tuviesen alguna noticia de
ella. ¿Por qué, pues, no gozan de ella?
¿Por qué no son dichosos? Porque con mayor ahínco se ocupan en otras cosas
más poderosas a hacerles desventurados, que felices aquello que débilmente
recuerdan. Porque todavía un poco, está la luz en los hombres: ¡anden, anden; no les tome la noche! (Jn.,
12, 35).
Mas
¿por qué la verdad engendra odio (Terencio) y se tiene por enemigo al siervo vuestro que predica la verdad, siendo
así que se ama la vida bienaventurada, que no es sino gozo de la verdad, sino
porque de tal modo se ama la verdad, que todos los que aman otra cosa, quieren
que lo que ellos aman sea la verdad; y como no querrían engañarse, no quieren
se les convenza de que están engañados? Odian,
pues, la verdad, por razón de la cosa que aman como si fuese la verdad. Amanla
cuando resplandece; ódianla cuando reprende. Pues como no quieren engañarse y
quieren engañar, ámanla cuando ella misma se descubre, y ódianla cuando los
deja al descubierto. Por eso les dará en pago, que pues no quieren que ella
los descubra, los pondrá, mal que les pese, en descubierto, y ella no quedará
para ellos descubierta.
Así, así, también así el alma humana,
también así, ciega y enferma, torpe y repugnante, quiere ocultarse, y no quiere
que nada se le oculte. Mas sucede al contrario, que ella no se oculta a la
Verdad y la Verdad queda oculta para ella. Pero aun así, miserable como es,
prefiere gozar de cosas verdaderas, que de falsas. Bienaventurada, pues, será, si libre de toda molestia, gozare de sola
aquella misma Verdad, por la cual son verdaderas todas las cosas.
“CONFESIONES
DE SAN AGUSTÍN”
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