Ponte tú primero en paz, y luego podrás
poner a los otros también. Quien vive en paz, de nadie
sospecha; al descontento e inquieto diversas sospechas lo perturban: ni él está
en paz, ni deja estar a los demás. Muchas veces dice lo que no debería, y no hace
lo que más le convendría, atento siempre al deber ajeno y descuidado del
propio.
Primero ten celo por ti; después podrás
tenerlo también por tu prójimo.
Tú sabes muy bien colorear y disculpar tus
faltas; mas las excusas de los otros no las quieres admitir.
Más justo sería que te acusaras a ti y
excusaras a tu hermano. ¿Quieres que los otros te aguanten? Aguántalos.
¡Mira qué lejos estás todavía de la verdadera
humildad y caridad!
Los
que tienen esas virtudes contra sí se indignan e irritan, no contra el prójimo.
No es de mucho mérito poder vivir con los buenos y de buen natural, porque eso
nos agrada naturalmente a todos, pues todos queremos vivir en paz, y por eso
sentimos más cariño por los que piensan como nosotros.
Mas el vivir en paz con
gente malcriada y perversa, o con personas relajadas, o con los que nos hacen
oposición, eso sí es cosa de varones, de gran mérito, que requiere gracia muy
eficaz.
Hay unos que viven en paz consigo y con los demás.
Hay otros que no están en paz consigo, ni
dejan estar a los demás.
Son pesados para los otros; pero más pesados aún para sí
mismos.
Y hay otros que están
en paz consigo, y procuran poner paz a los demás.
Nuestra paz en esta vida miserable consiste
más bien en sufrir con paciencia las adversidades, que en no sufrirlas.
Quien mejor sepa sufrir,
en más profunda paz vivirá. De sí mismo triunfará, amigo de Cristo, amo del
mundo y heredero será.
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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