...Me dirás tú que temes
el porvenir, y que más vale ir despacio al principio, porque siempre es
sumamente enojoso tener que retroceder. ¿Y
por qué tendrías que retroceder? ¿Acaso dejarían de amar a Dios estos buenos y
piadosos niños? ¿No es, por ventura,
la mejor garantía para un porvenir verdaderamente cristiano una juventud
fervorosa? Si quieres, pues, que tu hijo se halle más tarde con fuerzas
suficientes para hacer frente y contrarrestar al mal, déjale que, de buen
principio, las tome con abundancia en el manantial de toda fuerza, y permítele que
se una muy íntimamente con el principio de toda fidelidad; y de este modo será
su piedad presente la prenda y salvaguardia de la del porvenir, igualmente que
la inocencia conservada será, tanto para tí como para él, la aurora de una pura
adolescencia.
Si, pues, a pesar de la sagrada Comunión acontece
las más de las veces que no pueden los niños evitar el caer en nuevas faltas,
¿qué sucedería si estuviesen privados de alimentarse del “Pan sagrado que engendra vírgenes” Pocos niños hay a quienes baste
comulgar una vez al mes; atrévome a afirmar que no hay casi uno que no pueda
sacar gran fruto de la Comunion semanal, y la considero necesaria para aquellos
que se hallan inclinados a las pasiones sensuales.
Confieso y creo, sin embargo, que muy pocos son
los que, hasta la edad de catorce o quince años, vienen bastante piadosamente
para comulgar más de una vez por semana; pero eso tampoco obsta para que
aquellos que aman de corazon a Jesucristo, ejercen sobre sí mismos una exquisita
vigilancia y no cometen deliberadamente ningún pecado, puedan hacerlo con gran
provecho dos o tres veces por semana.
En los primeros siglos del cristianismo admitíase
indistintamente a la Comunion diaria a los niños y a los adultos; de ella
procedía aquella vigorosa savia de la vida cristiana, aquel espirita de fe, de oración
y de fervor, que dió a la Iglesia tantos santos y mártires de diez, doce y quince
años, ¿Ha disminuido, acaso, el poder de Dios? Luego los mismos medios
producirán los mis efectos, en nuestro siglo, y la Iglesia verá brotar nuevos
santos de entre los fieles de la angelical infancia, si les damos a gustar el
Pan de los Ángeles.
“Tememos,
dicen finalmente algunos padres, que nuestro hijo llegue a ser demasiado
piadoso o devoto y que termina por quererse hacer sacerdote, y consagrarse
totalmente a Dios.” ¿De cuándo piedad
y vocación son dos palabras sinónimas? El tener miedo a la vocación es ya
de si una gran aberración por parte de algunos padres cristianos, porque el
consagrarse a Dios es sin duda es “la
mejor parte” y trae la bendición a toda una familia; pero el tener miedo a la
piedad es demostrar muy a las claras una falta completa de sentido común. La
piedad es el mejor de los bienes: es la verdadera felicidad, y, como dice la sagrada
Escritura, “es buena para todo, teniendo
las promesas de la vida futura y también las de la vida presenté” Nunca
seremos demasiado piadosos, porque es imposible que lleguemos a ser demasiado
buenos. ¡Pobres niños a quienes se
pierde tan lastimosamente con semejantes ilusiones!
Dejemos, pues, que los niños gocen de esta
libertad religiosa que por sí sola bastará para abrir sus corazones e
iniciarlos en la vida cristiana. Si no tenemos derecho para coartarla, mucho menos
nos asiste para violentarla, especialmente en lo que concierne a los santos
Sacramentos. Nuestro derecho y nuestro deber es instruirles, dirigirles y
procurar salvar su inexperiencia con todo nuestro afán; pero sobre todo que
nuestra dirección sea eminentemente católica, y que jamás pueda vislumbrarse en
ella el menor asomo de querer poner trabas de conciencia. Por este abuso de
autoridad se falsean las almas, y sin quererlo se contrarían los designios que
sobre ellas tiene Dios Nuestro Señor.
Por consiguiente, acérquense también los
niños a la sagrada Mesa, y de este modo tendremos generaciones grandes y
poderosas, que solo la Eucaristía hace cristianos.
¿Pero no es esto pedir un imposible? “Recargados
los sacerdotes con un trabajo ímprobo, casi no pueden, a pesar de su exquisito
celo, formarles para la piedad, y ponerles en estado de comulgar a menudo.”
Yo soy el primero en reconocerlo con sumo dolor. Creo, sin embargo, que si se
llegase a apreciar en su justo e incomparable valor esta parte del sagrado
ministerio tan a menudo descuidada, se podrían fácilmente tocar preciosos resultados;
y si no se pudiese iniciar a todos los niños en los verdaderos principios de
piedad, a lo menos habría siempre el tiempo suficiente para preparar a una
frecuente Comunión a aquellos que tanto por su clara y despejada inteligencia,
como por su buen corazón y felices disposiciones, diesen mejores esperanzas. Séame
permitido llamar sobre este punto muy seriamente la atención, tanto de los
sacerdotes como de los padres.
“LA
SAGRADA COMUNIÓN”
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