El juego nació de la necesidad, se nutrió a
los pechos de la religión, se oreó en los brazos de la virtud, creció a la sombra
del placer y la ociosidad, y se enfermó por el vicio que le trajo mil achaques.
Su cuna fue Lydia, país del Asia, cuyos habitantes combatidos en tiempo de su Príncipe
Atys de la carestía y el hambre, para engañarla y entretenerla, inventaron,
según Heródoto, (550 años ante de Jesucristo) los juegos.
Es verdad que Platón atribuye algunos a los egipcios, y Sófocles a Palamedes, introducidos con el mismo fin de divertir el
hambre; pero los más, y probablemente los primeros, reconocen por autores a los
Lydios, por lo que los latinos los
llamaron Lydi cuya palabra deformo
en Ludi.
En seguida los adoptó la religión de los
pueblos, para solemnizar con ellos las festividades de sus dioses. Bajo este
aspecto tan sagrado los abrazaron gustosos los
hebreos y los egipcios, los griegos y los romanos, y éstos los propagaron a
las demás naciones, a proporción que con su imperio extendían su religión y sus
costumbres.
La virtud encontró en ellos un pábulo abundante
digno de su atención. El fomento de la sociedad, el ejercicio moderado, tan
conveniente para conservar la salud, ejercitar las fuerzas del cuerpo para
tenerlas prontas en defensa de la patria, instruirse y perfeccionarse en las
artes de la guerra, y demás necesarias a la vida, sobre todo, recrear el
espíritu fatigado del trabajo para emprender con nuevo vigor las ocupaciones
serias, son las conveniencias que aportaron los juegos, y otras tantas razones que
empeñaron a la virtud en fomentarlos y cultivarlos. Pero no fué este el
principio a que debieron sus mayores auges: nuestra propia constitución y
naturaleza fué su verdadero origen.
El hombre está casi siempre combatido de una
continua lucha entre la ociosidad, que le causa tedio, y el trabajo, que le
fatiga. Aquella sucesión interminable de diversos pensamientos e ideas, que no
puede faltar cuando está despierto, traen alterados su entendimiento y
fantasía, mientras no se fija a un objeto determinado; pero si éste es serio,
lo cansa y lo fastidia, porque lo arrastran sus inclinaciones al placer. Sólo
en el juego halla combinadas todas las circunstancias, que parecía imposible unirse
para calmar la pugna interior que lo agita. En él descubrió una ocupación, que
lo libra de la ociosidad, sin precisarlo al trabajo, y que divierte sus
pensamientos, sin abstraerlo del regocijo: razón porque nuestro idioma lo llamó
Juego, de la voz latina Yocus, que significa alegría, y que también suele
aplicarle aquel dialecto. A la sombra de estas utilidades era muy consiguiente
adquiriera notables creces.
Pero como nuestra propensión al mal, todo lo
vicia y lo corrompe, estragó también los juegos, llenándolos de tantas
dolencias y defectos que, a imitación de los Israelitas con los leprosos,
debemos arrojarlos de entre nosotros, como una peste contagiosa de cura
desesperada y de peores resultas.
Bien es que no fué igual en ellos la corrupción,
quedando unos más inficionados que otros, según sus mayores o menores
disposiciones, por lo que es preciso distinguirlos.
Todos, como líneas tiradas a un punto central,
convienen en el fin de agradar y entretener. O bien se use de las palabras,
como en los juegos escénicos o teatrales; o ya de las acciones, como en el
baile y carrera: o bien deleiten al oído, como el canto y música; o ya a la
vista, como los espectáculos: o bien se tome por instrumento a los animales,
como en las luchas y corridas: o ya a las cosas inanimadas, como los dados y
los naipes, siempre se dirigen como objeto a la diversión.
Unos son públicos, por celebrarse en los
anfiteatros en el concurso del pueblo, de los cuales usaban los paganos en sus
solemnidades; y otros privados, que se practican en las casas particulares. Los
primeros por sí mismos, y sin otro agregado, que los vicie, son inocentes. El daño consiste en los segundos,
especialmente en la baraja, que para diversión de Carlos VI, Rey de Francia,
inventó Nicolás Pepino, por lo que se observó mucho tiempo poner en una de las cartas,
las iniciales de su nombre y apellido N. y P., de donde se llamó Naipe: invento, que ha hecho más estragos en la
paz, que el de la pólvora en la guerra.
Estos mismos del segundo género, se dividen
en juegos de suerte y azar en que sólo deciden la fortuna y acaso, como los
dados y albures: juegos de industria, como el de damas y ajedrez: y mixtos de
uno y otro, como la Pretera, Malilla, y los demás de Baraja, que llaman
carteados. No
interviniendo apuesta, ningunos son nocivos; pero si la apuesta esta de por medio,
son prohibidos y dañosos los primeros,
permitidos los segundos, y tolerados los terceros, con tal que no sean de
envite, ni los estrague un excesivo interés: porque en este caso así ellos,
como los segundos y primeros, son perjudiciales a la República, y dañan a los
particulares.
NOTA: Esta obra es antigua, por lo que debemos
agregar todos los juegos que la tecnología aporta hoy en día, algunos son de
apuestas y otros no, donde algunos son inocentes y de mero recreo, pero otros
son altamente perniciosos, como los juegos de violencia, y otros donde el
dinero está de por medio, como los famosos tragamonedas. Quede claro que estos
casos sólo son ejemplos de los miles de tipos de juegos que existen en la
actualidad. Sin olvidar, como hasta juegos que nada tienen de juego son
practicados como tales, y son claramente satánicos como la TABLA OUIJA.
“POR
EL DOCTOR JOSÉ MIGUEL CURIDI Y ALCOCER.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.