Cristo.
Hijo, no te entristezcas de ver que alaben y honren a otros, y a ti te humillen
y desprecien.
Eleva tu corazón al cielo y a mí, y no te
contristará el desprecio de los hombres en este mundo.
El
discípulo. Estamos ciegos, Señor, y la vanidad nos seduce
fácilmente.
Si bien me considero,
nunca he recibido injuria de ninguna criatura. Por lo cual tampoco puedo, con
justicia, quejarme de ti.
Merecidamente, todas las criaturas se arman
contra mí, porque tantas veces y tan gravemente pequé contra ti.
Por eso merezco yo desprecios y
humillaciones; tú, alabanzas, honor y gloria. Y si no me preparo a querer
sufrir desprecios y ser abandonado de toda criatura, y a parecer pura nada, no
podré gozar de firme y durable paz del corazón, ni ser espiritualmente
iluminado, ni unirme a ti perfectamente.
“LA
IMITACIÓN DE CRISTO”
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