I.
La primera caridad que debemos al prójimo, es el alimento y el vestido.
Quien tiene bienes de este mundo, y viendo a su hermano en necesidad cierra las
entrañas, ¿cómo
es posible que resida en él el amor de Dios? ¿Haces tú caridad según tus
medios? ¿O imitas, acaso, al rico epulón que daba espléndidos festines mientras
Lázaro a su puerta se moría de hambre? ¡Cuán
terrible será oír: Tuve hambre y no me diste de comer, estuve desnudo y no me
vestiste!
II.
La
segunda caridad que debemos a nuestros hermanos, es el pan de la inteligencia,
la verdad religiosa. Instruyendo a los ignorantes continuamos la obra de
Jesucristo. Una de las señales que da Él de la venida del Mesías, es que los
pobres son evangelizados. Esta obligación se hace obligación de justicia si se
trata de nuestros hijos. Recordad,
padres y madres, que no sólo habéis engendrado para esta vida perecedera a
vuestros hijos, sino para la vida eterna; y la vida eterna consiste en
conoceros a Vos, que sois el solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Vos
habéis enviado. (Evangelio
de San Juan).
III.
Después
de haber ilustrado la inteligencia, hay que formar el corazón y elevarlo hasta
Dios. Si no podemos por nosotros mismos cumplir este deber de caridad
para con el prójimo,
¿no podríamos acaso hacerla cumplir por medio de otros, favoreciendo las
escuelas en las que los niños son formados en la religión y en la piedad?
¿Hemos confiado, por lo menos, a nuestros hijos a personas capaces de
desarrollar en ellos el germen de piedad que nosotros hemos debido sembrar en
su corazón? No
confiaríamos nuestros caballos a un conductor inexperto, y se entregan los
hijos al primero que venga. (San
Juan Crisóstomo).
Velad por la buena
educación de los hijos
Orad por las órdenes
docentes.
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