I.
La virtud de la prudencia consiste en dirigir nuestras acciones hacia el fin
que nos proponemos alcanzar. Este fin debe ser Dios, nuestro soberano bien;
toda nuestra vida debemos trabajar para gozar de este bien supremo. Al
verte consagrar todo tu tiempo a la búsqueda de los bienes de la tierra,
¿diríase acaso que Dios es tu fin supremo? Es
lo último en que piensas.
Los
negocios más importantes deben ocupar el primer lugar (San Euquerio).
II.
Hay
que emplear los medios más seguros para alcanzar este fin; así lo exige la
verdadera prudencia. Los medios para llegar a Dios son: la observancia de los
mandamientos, la frecuencia de los sacramentos, sobre todo de la Confesión y de
la Eucaristía, la práctica de las virtudes y de las buenas obras. ¿Cómo
te sirves de estos medios?
Sin emplearlos bien, es imposible que llegues a tu fin. Quieres ir al
cielo y no tomas su camino; ¿dónde
está, pues, tu prudencia?
III.
La verdadera prudencia exige que se sacrifique un bien de poca importancia para
obtener un bien considerable. Por
lo tanto, rehúsa a tu cuerpo las satisfacciones pasajeras de aquí abajo, a fin
de que tu cuerpo y tu alma puedan gozar de una felicidad eterna. ¿Acaso
no haces todo lo contrario? Envíame,
oh Dios mío, tu divina sabiduría, a fin de que ella me acompañe, trabaje
conmigo y me haga conocer la locura de la sabiduría humana.
La prudencia.
Orad por la conversión
de los infieles.
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