I.
Todos debemos tender a la perfección, cada cual en su estado. Tú, que estás en
el mundo, observa por lo menos los mandamientos de Dios y de la Iglesia, no
cometas nunca pecado mortal alguno y practica buenas obras: he ahí lo que Dios
te pide; si lo haces, te salvarás. ¿Hay
acaso algún mandamiento de Dios que no puedas cumplir? Tu avaricia y tus pasiones exigen
de ti cosas mucho más difíciles, y tú las obedeces.
Es el demonio
quien manda, ¡y se le escucha! (Tertuliano).
II.
Para
ser perfecto, no hay que contentarse con guardar los mandamientos, también hay
que seguir los consejos que Jesucristo ha dado en el Evangelio: vivir en la
pobreza, en la castidad y en la obediencia; éstos son tres votos que nos
desapegan del mundo y de nosotros mismos para unirnos estrechamente al Señor.
¿Tú,
a quien Dios ha concedido la gracia de llamar a su casa, con cuánta fidelidad
cumples lo que le has prometido tan solemnemente?
III.
Las
almas que quieren llegar a la cumbre de la perfección no sólo siguen los
mandamientos y los consejos evangélicos; son también fieles a las inspiraciones
secretas por las cuales Dios les manifiesta su voluntad. Dios tiene grandes
proyectos sobre ti: escucha lo que te dice en el fondo del corazón, no resistas
las gracias particulares que te concede. No
basta evitar el mal, es preciso también hacer el bien.
Aquél que conoce el bien y no lo
practica, comete pecado (Santiago).
El deseo de la
perfección.
Orad por la Orden de
los Celestinos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.