I.
Esta santa amó a Dios desde que tuvo suficiente razón como para conocerlo.
Aislábase para orar; pasaba horas enteras ante el Santísimo Sacramento; su
Bienamado sin cesar estaba presente en su memoria. ¿Has
comenzado tú a amar a Dios? ¡Desde hace ya mucho tiempo lo conoces y muy poco
lo has amado!
II.
Ella
despreció todas las ventajas temporales que le aseguraban sus hermosas
cualidades, y desde que conoció la vanidad del mundo, apresuróse a dejarlo,
protestando que estaba dispuesta a soportar todos los suplicios antes que
permanecer en él.
Mira tú las grandezas, las riquezas y los placeres con los ojos de la
fe, y no tendrás sino desprecio por lo que el mundo adora. Pon
los ojos en el cielo, allí es donde debes poner todas tus esperanzas.
He
aprendido a pisar la tierra y no a adorarla, no me es lícito poner en las cosas
inanimadas las esperanzas de mi vida (San
Clemente de Alejandría).
III.
La oración continua de esta santa era la fuente de todas sus virtudes. Hacíala
amar a Dios únicamente y despreciar todo lo que no fuera Dios. Tú
no podrás formarte alta idea de Dios, porque no piensas en Él, porque no
conversas con Él. Gusta de la oración, ella te desasirá de la tierra y te unirá
por entero a Dios; haz una jaculatoria del lema de esta santa: ¡Sufrir o morir!
La
castidad, orad para obtenerla, si la has perdido.
Orad
por los que están afligidos.
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