I.
Dios
quiere salvarte, pero no lo hará sin tu cooperación.
No
persigas, pues, otro objetivo que el de agradarle y cumplir su santa voluntad.
Nada hagas contrario a sus mandamientos, ni a los de su Iglesia.
¿De
qué te serviría haber pasado como honesto en este mundo, haberte conquistado el
favor y la estima de todos los hombres, si eres objeto del desprecio y del
aborrecimiento de Dios?
II.
Condúcete
según las luces que Dios te da, nunca obres en contra de lo que tu conciencia y
tu razón te dicten; es el primer director a quien debes obedecer.
Escucha
también las inspiraciones particulares del Espíritu Santo; no las resistas
nunca si quieres conservar la paz en tu interior.
Si
Dios y tu conciencia dan testimonio de tu inocencia, deja a los insensatos que
digan lo que quieran. (San
Gregorio).
III.
No
tengas una virtud excesivamente rígida, sobre todo si tu condición te obliga a
vivir en el mundo. La
afabilidad, la dulzura, la bondad, no son incompatibles con la virtud aún más
perfecta; se puede ser un santo y un hombre amable a la vez. Ten
cuidado; lo que tú llamas austeridad no es a menudo sino secreta vanidad y
dureza de corazón, contrarios al espíritu de mansedumbre que Jesucristo nos
recomienda.
La
pureza de intención
Orad
por el acrecentamiento de la caridad.
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