I. No te imagines que podrás agradar a todo el
mundo; ni nuestro Señor lo ha logrado. ¿Acaso no se murmura todos los días contra Dios? El que va a viajar
quiere un día sereno y el hortelano lluvioso; Dios no puede contentar a todo el
mundo: ¿cómo lo podrías tú? Haz tu
deber y deja que hablen. Las cosas que
se digan de ti no harán daño a tu felicidad, si tienes suficiente entereza de
espíritu como para menospreciarlas.
II. A menudo censurarán tus acciones aun las más
santas y alabarán las más imperfectas. Si eres humilde, se te calificará de cobarde; tu virtud será tenida por
hipocresía. El pródigo pasará por generoso y el hipócrita por virtuoso. ¡Fíate ahora del juicio de los hombres, que alaban el vicio y
desacreditan la virtud! ¿Es por ventura razonable que te alegres con los elogios de
los necios y te aflijas por sus desaires?
III. No cometas pecado alguno, por pequeño que sea, ni omitas ninguna buena
obra por agradar a los hombres. Si ellos son razonables, quedarán encantados
viendo que eres fiel a Dios; si no lo son, su estima debe serte indiferente. Es
más fácil agradar a Dios que a los hombres, porque Dios es inmutable y los
hombres son inconstantes.
Cuán dichosos seríamos, si
hiciéramos tanto caso de los mandamientos de Dios como hacemos de las burlas de
los hombres (San Paulino).
El desprecio al respeto
humano.
Orad por vuestros
superiores eclesiásticos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.