I.
Cristiano, ¿en
qué haces consistir la verdadera gloria?
Si
tienes el espíritu del mundo, me responderás: “La
verdadera gloria consiste en las riquezas, en las dignidades, en los honores,
en el saber”. Para adquirir esta falsa reputación, expónense los bienes,
la salud, la vida, el alma. ¿Para
qué te servirá esta gloria después de la muerte?
¿Qué
importa a los condenados que los alaben donde ya no están, si son torturados
donde están?
(San
Agustín).
II.
La verdadera gloria procede de Dios; servir a un tan grande Señor es ya ser
rey. ¡Qué
dicha contar con la aprobación de Dios y de la corte celestial y esto por toda
una eternidad! Además, ¿qué
gloria humana puede compararse con la que los santos reciben aquí abajo durante
su vida y después de su muerte y con la que gozan en el cielo? Ambicioso,
he aquí algo con qué contentarte: el mundo no tiene sino un falso esplendor,
Jesucristo tiene para ti honores y recompensas sólidas y eternas; búscalos, si
amas la gloria.
Si
nos seducen las riquezas y los honores, que sean las verdaderas riquezas y los
verdaderos honores (San
Euquerio).
III.
Para
adquirir esta gloria es preciso despreciar la del mundo, es menester hacer
grandes cosas y soportar grandes sufrimientos por Jesucristo. He ahí los tres grados por donde se
ha de subir a la gloria. ¿Has
despreciado tú la gloria del mundo? ¿Qué cosa grande has emprendido por
Jesucristo? ¿Qué has sufrido? Comienza por
las cosas pequeñas: no te faltarán ocasiones, no faltes tú mismo en las
ocasiones.
Practicad
la humildad.
Orad
por el acrecentamiento de esta virtud.
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