¿De
qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si es a costa suya, y perdiéndose a
sí mismo? (Lucas 9, 25)
I.
Las palabras del santo Evangelio, que hemos citado al comienzo, bastan por sí
solas, según San
Francisco Javier, para hacer que mejore su vida el alma que las medite. Piensa,
pues, en ello: es preciso que te salves, he aquí tu única preocupación; para ello
estás en este mundo, y no para adquirir riquezas, honores, o procurarte los
gozos de la vida. Sin embargo, no pensamos en eso y, día y noche, pensamos en
amontonar bienes perecederos.
II.
Es menester trabajar en nuestra salvación de manera seria y eficaz. ¿Qué
haces para esto? ¡Desdichado! ¡Sacrificas tu salud para adquirir ciencia,
honores, riquezas, y apenas si piensas en santificarte! Dime, por favor:
¿para
qué servirán, en la hora de la muerte, esas riquezas, esa alta reputación, esa
ciencia? Has perdido todo si pierdes tu alma.
Allí
donde se pierde el alma, no hay ganancia posible
(San
Cipriano).
III.
Es
menester que sin tardar trabajes en tu salvación, pues el que difiere su
conversión para el día de mañana corre gran riesgo de perderse. Distribuye tu
tiempo de modo que el mundo no absorba toda tu vida. Comienza desde ahora a
determinar lo que debes dar a Dios, llora el tiempo que sacrificaste a tus
placeres, prepárate a dar cuenta de él. Demos
a Dios algunos instantes de nuestra vida, no sea que la vanidad y las
inquietudes miserables la consuman enteramente (San
Pedro Crisólogo).
El
cuidado de nuestra salvación.
Orad
por los que tienen cura de almas.
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