I.
Estarás
expuesto a las tentaciones durante todo el curso de tu vida; las encontrarás en
todas partes, tengas la edad que tengas y cualquiera sea tu condición; deberás
siempre luchar contra los deseos de la carne. Humíllate,
pues, viéndote sujeto a tantas flaquezas; teme, y vela sobre ti incesantemente;
evita las ocasiones peligrosas, si puedes, o por lo menos prevelas y
apercíbete, para no ser sorprendido cuando te veas en ellas.
II.
¿Quieres
resistir valientemente a todas las tentaciones? Anda
en la presencia de Dios. Este pensamiento: Dios
me ve, impidió a San Martiniano sucumbir; producirá en ti el mismo efecto.
¡Dios me ve! Dios, que me castigará si lo ofendo, que me recompensará si salgo
victorioso de esta prueba. Jesucristo, que ha derramado toda su sangre
para salvarme, tiene puestos los ojos sobre mí, ¿y
vacilaré yo en privarme de un placer, por Él? Si meditas cualquiera de
estos pensamientos, no hay tentación que no puedas superar.
III.
Imita al Apóstol San Pablo: castiga tu cuerpo, redúcelo a servidumbre, y las
tentaciones de la carne se disiparán. Dite a ti mismo, a ejemplo de San
Martiniano: Quieres cometer un pecado que te condenará, considera si podrás
soportar el fuego del infierno, los azotes y el hambre. Es preciso que el
pensamiento del infierno trueque en amargura todos los placeres criminales del
mundo. Todo
lo que sonríe en el siglo presente, debe hacerse amargo mediante la
consideración del fuego eterno (San
Gregorio).
La perseverancia.
Orad por los que son
tentados.
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