En este humilde ejemplo se descubre hasta donde llega la ternura que tiene esta buena Madre (María Santísima) a sus hijos en la hora de la muerte. Hallábase un párroco de cierto país asistiendo a un hombre rico, que moría en una casa muy aderezada, y asistido de muchos criados, parientes y amigos.
Vio el cura que habia alrededor de la casa muchos demonios en forma de perros, esperando hacer presa de aquella alma, como de hecho la hicieron arrojándola a los infiernos por haber muerto en pecado mortal. Sucedió que en este intermedio envió a llamar al párroco, una pobre mujer, que estando al fin de su vida deseaba los santos sacramentos. El párroco no pudiendo dejar de asistir a aquella necesitada alma del rico, le envió otro sacerdote, el cual tomó el globo con el Santísimo Sacramento, y fué.
He
aquí que llega al aposento de aquella buena mujer, y no ve en él criados, no cortejos,
no muebles preciosos, porque la enferma era pobre, y tal vez estaba sobre una
poca paja. Pero ¡que ve! ve en este aposento una grande luz, y mira que junto a
la cama de la moribunda estaba la Madre de Dios María
que la estaba consolando y con un pañuelo en las manos la estaba enjugando el sudor
de la muerte. Viendo el sacerdote allí a la Reina del cielo, no se atrevía a
entrar; pero se determinó porque aquella divina Señora le hizo señas para que
entrara. Apenas estuvo dentro, le dió María Santísima
aquel pobre pero dichoso asiento, para que sentándose en él oyese la
confesión de su devota; la cual confesó y comulgó con mucha devoción, y después
espiró dulcemente en los brazos de María,
yendo su alma a gozar de su compañía por la eternidad a la gloria.
“LAS
GLORIAS DE MARÍA”
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