I. Debes compadecer los sufrimientos del
prójimo, provengan de enfermedad o de pobreza. Esta compasión debe excitar en
ti el deseo de aliviarlos, y este deseo debe ser efectivo. ¡Cuántas ocasiones pierdes de hacer el bien
a los desgraciados! Nada hay que te haga más semejante a Dios como la caridad para con los
pobres. Si no estás en condición como para socorrerlos, ruega a Dios
que lo haga Él y agradécele el que te haya librado de las miserias que hacen
gemir a tu prójimo. Nunca se parece tanto el hombre a la Divinidad como
cuando hace el bien a sus semejantes; sé providencia para los desventurados,
imitando la misericordia de Dios (San Gregorio).
II. Ten compasión de los pecadores; por ricos y felices que
sean en apariencia, su suerte es mucho más digna de compasión que de envidia. Son tanto más dignos de lástima, cuanto que no
conocen su mal estado y no quieren ponerle remedio. Adviérteles, si lo puedes, hazles conocer
el lastimoso estado de su alma; ruega a Dios por ellos; apártalos de las
ocasiones peligrosas; emplea para esto, tu solvencia, tus riquezas: bien que
quiso dar su vida por ellos Jesucristo. No envidies a los malos, antes bien compadécelos (San Pedro Damián).
III. ¿Acaso tú mismo no
eres digno de compasión, a causa de tus miserias o de tus pecados?
Si es a causa de tus miserias, ten paciencia: Jesús vivió en el dolor, los
santos pasaron su vida en las lágrimas. Si tus pecados te hacen digno de
compasión, ten piedad de ti mismo; sal, lo más pronto posible, de ese funesto
estado.
Haced caridad. Orad por los afligidos.
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