El cuarto artificio de que se sirve nuestro enemigo para
engañarnos, cuando reconoce que caminamos derechamente a la virtud, es inspirarnos
diversos deseos buenos, a fin de que dejando los ejercicios de la virtud que nos
son propios y convenientes, nos empeñemos insensiblemente en el vicio.
Por ejemplo: si una persona enferma sufre su mal con
paciencia, este enemigo de nuestra salud, temiendo que de esta manera podrá adquirir
el hábito de esta virtud, le propone otras muchas obras buenas que pudiera
ejercitar en otro estado, y la induce con sagacidad a que se persuada y crea
que si tuviese salud serviría mejor a Dios, y sería más útil para sí y para el prójimo.
Apenas ha excitado en ella los vanos deseos de recobrar la salud, los
enciende y aumenta en su corazon de tal suerte, que viene a inquietarse y afligirse,
porque no puede conseguir lo que quiere: y como al paso que sus deseos se van
aumentando crece su inquietud y desasosiego, viene el demonio a conseguir su
intento; porque, finalmente, la induce a que lleve con impaciencia su
enfermedad, mirándola como impedimento de las buenas obras que desea ejecutar,
con pretexto de adelantarse en la virtud.
Después
de tenerla en este estado, con la misma destreza le quita de la memoria el fin
del servicio de Dios y de la bondad de las obras, y la deja con solo el deseo de
verse libre de la enfermedad; y porque no le sucede conforme quiere, se
perturba de modo que viene a ponerse impaciente de todo punto; y asi de la
virtud que deseaba practicar, viene a caer insensiblemente en el vicio
contrario.
El modo de preservarte de este engaño es que, cuando te hallares en
algún trabajo, atiendas con mucha advertencia a no dar entrada en tu corazón a
semejantes deseos; porque por no poderlos ejecutar en aquella ocasión,
probablemente te han de inquietar. Conviene, hija mía, que en estos casos te
persuadas con un verdadero sentimiento de humildad y resignación, que cuando Dios
te sacase del estado penoso en que te halles, todos los buenos deseos que concibes
ahora no tendrían entonces por tu natural inestabilidad el efecto que tú te figuras;
o que a lo
menos imagines y pienses que el Señor por una secreta disposición de su
providencia, o en castigo de tus pecados, no quiere que tengas la complacencia
y gusto de hacer aquella buena obra, sino que te sujetes y rindas a su voluntad,
y te humilles debajo de su suave y poderosa mano.
Asimismo, hija mía, cuando te vieres obligada, o por orden de tu padre
espiritual, o por alguna otra causa a interrumpir tus devociones ordinarias, o a
abstenerte por algún tiempo de la santa Comunión, no te dejes abatir y dominar
de la melancolía y tristeza, sino renuncia interiormente a tu propia voluntad,
y conformándote con la de Dios, te dirás a ti misma: Si Dios, que conoce el
fondo de mi alma, no viese en mí ingratitudes y defectos, yo no sería privada
ahora de la santa Comunión: sea su nombre eternamente bendito y alabado, pues
se digna de descubrirme por este medio mi indignidad. Yo creo firmemente, Señor,
que en todas las aflicciones que Vos me enviáis, no queréis ni deseáis de mí otra
cosa sino que, sufriéndolas con paciencia, y con deseos de agradaros, os ofrezca
un corazón siempre rendido a vuestra voluntad, y siempre pronto a recibiros, a
fin de que, entrando Vos en él, podáis llenarlo de consolaciones espirituales, y
defenderlo contra todas las fuerzas del infierno que os lo procuran robar.
Haced, o Criador y Salvador mío, haced de mi lo que sea más agradable a
vuestros ojos. Sea vuestra divina voluntad ahora y siempre mi apoyo, mi manjar
y sustento. La única gracia que os pido es, que mi alma purificada de todo lo
que desagrada a vuestros ojos, y adornada de todas las virtudes, se vea en
estado que pueda no solamente recibiros, sino también ejecutar todo lo que fuere
de vuestro divino beneplácito el ordenarme.
Si
guardares estos preceptos, puedes estar cierta y segura que los buenos deseos que
tuvieras, y no puedes poner en obra, ya procedan puramente de la naturaleza, ya
vengan del demonio a fin de hacerte aborrecible y odiosa a la virtud, o ya te los
inspire Dios para hacer prueba de tu resignación en su divina voluntad; siempre
te serán ocasión y motivo para hacer algún progreso en el camino de la
perfección, y para servir al Señor en el modo que le es más agradable; y en esto, hija mía,
consiste la verdadera devoción.
Advierte
también, que cuando para curarte de alguna dolencia, o librarte de alguna incomodidad,
usares de aquellos remedios inocentes y lícitos de que suelen servirse los
Santos y siervos de Dios, no lo hagas con deseo y demasiada voluntad de que las
cosas sucedan según tu inclinación y gusto; mas úsalos porque Dios quiere que
los usemos en nuestras dolencias, y porque no sabemos si por estos medios, o por otros mejores,
su divina Majestad ha resuelto librarnos de nuestros males.
Si no te gobernares de esta
manera, todo te sucederá muy mal; porque será muy posible que no consigas lo
que deseas apasionadamente, y entonces caerás con facilidad en el vicio de la
impaciencia, o cuando no caigas, tu paciencia será siempre acompañada de muchas
imperfecciones que la harán menos agradable a Dios, y disminuirán mucho tu
merecimiento.
Finalmente, quiero
descubrirte un secreto artificio de nuestro amor propio que suele siempre
encubrirnos y ocultarnos nuestros defectos aunque sean muy visibles.
Por ejemplo: cuando un enfermo se aflige con exceso de
su dolencia, disimula esta imperfección con el celo de algún bien aparente,
diciendo que su inquietud no es verdaderamente impaciencia, sino un justo sentimiento de que su
enfermedad sea el castigo de sus pecados, o de que incomode o fatigue a los que
le asisten.
Lo
mismo sucede a un ambicioso que se aflige y se inquieta porque no ha podido obtener
el honor o la dignidad a que aspiraba; pues no atribuye su inquietud a su vanidad,
sino a otros motivos de que en otras ocasiones no recibía alguna pena o disgusto.
Asimismo un enfermo suele mostrar mucha compasión de los que le sirven;
pero apenas se halla libre de sus males, no se duele ni se compadece de ellos
cuando les ve sufrir las mismas incomodidades con otros enfermos. De donde se
reconoce con evidencia, que su impaciencia no nace de la pena y molestia que
ocasiona a los demás, sino de un secreto horror con que mira las cosas que son
contrarias a su voluntad.
Si quieres, pues, hija mía,
no caer en estos y en otros errores, es necesario que te determines a sufrir
con paciencia, como te he dicho, todas las cruces, penalidades y trabajos que
te sucedieren en este mundo.
“COMBATE
ESPIRITUAL” Año 1865
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.