PRIMERO.
Considera ¡oh pecador! que habiendo sido criado por Dios para amarle, te has
rebelado contra el con una ingratitud infernal, le has tratado cómo enemigo y
has despreciado su gracia y su amistad. Sabías
que el pecado le causaba un gran disgusto, y sin embargo lo has cometido. El
que peca ¿qué es lo qne hace? vuelve
a Dios la espalda, le falta al respeto, levanta la mano para darle una bofetada
y llena su corazon de amargura.
El que peca, por el mismo hecho, dice a
Dios; aléjate de mí; no quiero obedecerte; no quiero servirte; no quiero
reconocerte por mi Señor. No quiero reconocerte por mi Dios: mi Dios es este
placer, este interés, esta venganza. — He
ahí lo que; tú has dicho en tu corazón, cuando has preferido la criatura
a Dios. Santa María
Magdalena de Pazzis no podía
creer que un cristiano fuese capaz de cometer a sabiendas un solo
pecado mortal; — y yo, infeliz de mí, ¿cuántos no he cometido?
¡Dios mío! perdonadme y
tened piedad dé mí, os he ofendido ¡Bondad
infinita! ¡Ah! detesto mis pecados; os amo y me arrepiento de haberos
ultrajado tan injustamente, ¡oh Dios,
digno de un amor infinito!
SEGUNDO.
Considera que Dios te decía, cuando querías pecar:
hijo mío, yo soy tu Dios; yo te he sacado de la nada, te he rescatado al precio
de mi sangre, te he prohibido cometer este pecado, bajo pena de caer en tú desgracia.
—Y tú al pecar, decías a Dios: Señor! yo no quiero obedeceros, quiero darme
esta satisfacción, nada me importa caer en vuestro desagrado ni incurrir en
vuestra indignación. Dijiste: Non Serviam. (Jer. 2. 20.).
¡Oh
Dios mío! ¿Y es posible haya cabido en mi tanta villanía, y Vos no me hayáis
castigado como merecía? ¿Por qué no
habré muerto mil veces antes que ofenderos antes que cometer el primer pecado?
Perdón, Señor, perdón por lo pasado, que ya estoy resuelto a no desagradaros más;
por costoso que me sea, quiero amaros, oh bondad infinita. ¡Dadme la perseverancia,
dadme vuestro santo amor!
TERCERO.
Considera
por último que cuando los pecados han llegado a cierto número. Dios abandona al
pecador.
— Asi,
hermano mío, si todavía sois tentado a pecar, no digáis, ya: me confesará
después. — porque si Dios os hace morir entonces, o si os
abandona, ¿qué será de vos, por toda la
eternidad? ¡Tantos son los que se han
perdido dé este modo! También ellos esperaban el perdón; pero llegó la muerte y se han condenado. ¡Temed, pues, que os suceda lo mismo! No es digno de misericordia el que se
prevale de la bondad de Dios, para ofenderle.
Después de tantos pecados que Dios os ha
perdonado, tenéis justo motivo para temer que al primer pecado mortal que cometáis
no os perdone ya. Dadle gracias por haberos esperado, hasta ahora y formad una firme
resolución de morir antes que ofenderlo de nuevo. Decidle siempre en adelante: ¡Señor! bastante os he ofendido ya; la
vida que me resta no quiero emplearla más
en desagradaros: Oh no, Vos no lo merecéis; quiero emplearla sin reserva en
amaros, y en llorar las ofensas que os hice, de las qne me arrepiento de todo corazon.
¡Jesús mío! quiero amaros, dadme la
fuerza que me falta.
— ¡María, mi tierna Madre, prestadme
vuestra asistencia! Amén.
“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”
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