En 1866 Don Bosco, a causa de la
extraordinaria extensión de sus obras, había emitido una importante lotería.
Un día, llególe de Roma una carta bien
singular. La marquesa V*** le hacía un pedido y un ofrecimiento cuya sustancia
es como sigue:
“Feliz, cuanto se puede ser en la tierra,
vivo, sin embargo, con una angustia terrible: el pensamiento de la muerte me
causa indecible inquietud, y mi fe no es bastante a sobreponerse a ese
involuntario terror. A medida que os escribo, un movimiento convulsivo se apodera
de todo mí ser. Pronta estoy a cualquier sacrificio para obtener que esta
penosa idea cese de atormentarme y he aquí por qué me dirijo a vos. El tiempo
apremia: padezco una enfermedad inexorable y que puede quizás muy pronto
quitarme la vida. Aseguradme, os suplico, que la Santísima Virgen, vuestra
bondadosa María Auxiliadora, me concederá la gracia de no temer la muerte y de
verla llegar con toda serenidad, y yo por mi parte os prometo que, siendo ya
Cooperadora de vuestras Obras, seré vuestra servidora y la servidora de
vuestros hijos. Mi voluntad y todos mi bienes de fortuna y cuanto me resta de
mi vida os pertenecerán; pondré él empeño posible en ser respecto a vos un
instrumentó fiel de la Divina Providencia, pero ¡por piedad! que María
Auxiliadora me libre del terrible espanto que me causa la muerte”.
Don Bosco le contestó a vuelta de correo:
“Os
aseguro que María Auxiliadora os concede la
gracia deseada: moriréis tranquilamente y sin advertirlo. Cumplid vuestra
promesa y la Santísima Virgen no faltará a la suya”.
Pasaron algunos años. La marquesa V***,
libre de aquellas angustias, llenó con admirable abnegación su compromiso:
parecía no vivir sino para los huérfanos de Don Bosco.
Un día a fines del año 1871, la marquesa
dice a su marido, excelente cristiano.
—Tiempo
hace que no he hecho una confesión general; sí te parece me dispondré a ello en
los últimos, días del año,
—Excelente cosa; seguid vuestra inspiración.
El último día de diciembre la marquesa había
terminado su confesión general. Al día siguiente, celebración del año nuevo
después de la santa comunión, hallándose reunida en el almuerzo toda la
familia, rebosaba de singular contento.
De repente manda a un criado:
—Abrid los postigos.
—Señora marquesa, están abiertos.
—Abridlos ¡que entre luz!
Nueva respetuosa observación del doméstico.
Todos estaban atentos a esta extraña
indicación, cuando la marquesa como iluminada por repentina luz, con
indefinible acento exclama:
—
¡Ángel! (éste era el nombre del marido) ¡Ángel! Me muero... Y con una alegría
celestial que transformaba su semblante, repitió — ¡Ángel, yo muero, yo
muero!... y se durmió en el Señor.
María Auxiliadora
cumplía su promesa.
Don Bosco recibió esta noticia en el colegio
de Varazze, donde se hallaba indispuesto. El marqués terminaba así su carta:
“YO
NO LLORO ESTA MUERTE COMO UNA DESGRACIA, SINO QUE BENDIGO A MARÍA AUXILIADORA COMO AUTORA DE UN INSIGNE FAVOR”
“SAN JUAN BOSCO”
Por el Dr. Don Carlos D´Espiney. – Año 1949
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.