EJEMPLO.
Doña Catalina de Sandoval,
una de las más estimadas señoras de España, en la primera flor de sus años estuvo
mucho tiempo dudosa, sobre qué estado de vida babia de seguir, y debajo de qué bandera
debía militar. Por
una parte el demonio la proponía las raras prendas, de que era dotada, de hermosura
y donaire, las comodidades de sus riquezas, lo dulce de los placeres, y la gloria
de las honras que podía gozar en el mundo. Por otra parte, Cristo la
sugería la belleza, pero ardua, de las virtudes, el amor de la pobreza, la
mortificación de los sentidos, el desprecio de la gloria vana. Dudosa entre
estas dos escuadras de objetos contrarios, no acertaba a resolverse; pero entretanto,
dejándose llevar del torrente del mundo, sin resolución de seguir la bandera de
Lucifer, con las obras huía de la de Cristo, hasta que poco a poco se dejó
dominar del amor del mundo. La vanidad era el elemento en que vivía, y el aire
que respiraba. Vestir galas, inventar nuevas modas, y trazas de mostrarse hermosa,
gustar de trajes pomposos y de ostentación, asistir a todas las fiestas
públicas, y dejarse ver con gusto de los ojos de todos.
Las muchas prendas naturales, que tenía,
movieron a muchos caballeros de grande esfera a pedirla por esposa: más ella
altiva, por sus mismas prerrogativas, ponía altísimo el punto, y respondía soberbiamente,
que no había de admitir a sus desposorios, sino una Testa coronada, o de sangre
real.
Uno, entre otros, que tenía, mayor ansia de granjearla,
prometió un gran regalo a una doncella, que la servía de camarera, si tenía
ánimo y traza para persuadir a Doña Catalina, que le admitiese por marido. La
doncella se valió de todos los artificios imaginables para introducir en la
gracia de la dama aquel caballero; pero siempre en vano. No obstante, no perdió
el ánimo; y una mañana, entrando en la cámara de su señora a darla los buenos días,
y haciendo que viese la luz, con abrir la ventana, la dijo: ¡Oh señora, qué bravo sueño he tenido esta
noche! Me parecía que estaba viendo unas magníficas fiestas a las bodas de
Ud. Señoría con Don (nombrándole al
caballero) y proseguía a decirle alabanzas, y ponderar sus prendas. Aquí Doña Catalina gravemente indignada, la arrojó de su
presencia con ásperas palabras, amenazándola con más que palabras, replicando: ¿No te tengo dicho, que ninguna persona del
mundo podrá lograr mi amor, si no es rey, o de real sangre? Dicho esto, puso
una ropa ligera, y levantándose de la cama, se puso a pasear por la sala,
revolviendo soberbiamente en su ánimo, que para ella no bastaban muchas riquezas,
que eran menester honores reales. Cuando en el mismo punto de ensoberbecerse, levantó
por buena suerte los ojos a un crucifijo, que tenía en la sala; y al mirarle la
cabeza coronada de espinas, y leer el título: Jesús Nazarenus Rex Judaeorum,
se sintió interiormente llamada a tomar aquel soberano Rey por Esposo, y que la
decían: Veis aquí al Rey que andas
buscando, y te desea y ama más que ningún otro. Paróse á mirar con ojos
piadosos al crucifijo, y su corona de espinas, aquel Corazón herido, aquellas
Manos llagadas, y todos los miembros llenos de cardenales. Y repitiendo el
mirarle, oyó una voz, que resonó en las orejas del cuerpo, más hizo eco grande
en el corazón, y la dijo. Tú me conseguirás así. Entonces, o fuese reverencia,
o espanto, que atemorizó a Doña Catalina, ella quedó asombrada de aquellas
palabras, que no sabía de donde salieron; cuando vió, que el Señor, acercándosele
amorosamente, añadió: Yo soy, no quieras
temer. Por donde avivándose y cobrando aliento, se puso de rodillas; y
volviendo al Salvador, le dijo: Señor mío,
bien sabéis cuanto he huido de vos, y seguido las banderas del mundo; ya desde
este punto me rindo toda a vuestra cruz: os acepto por mi Esposo, así como lo queréis,
coronado de espinas, y lleno de heridas y llagas por mi bien. Despídeme de
todo amor del mundo: y os entrego a
vos únicamente mi corazon, rogándoos, que
no le dejéis jamás salir de vuestra mano,
de suerte, que de aquí adelante sea todo totalmente vuestro. Sea testigo de esta mi resolución y perpetua donación, la
Reina del cielo, mi Señora, con
toda la corte celestial. Entonces extendió
Jesucristo el brazo derecho hacia Catalina, como para abrazarla y tomarla por su
purísima esposa, diciéndola: Este brazo, en que está mi sumo poder y
fortaleza, te le doy, para que tú, confortada y fortificada con él, puedas con
valor ejecutar mi voluntad, y vencer a tus enemigos, manteniéndome la palabra
que me has dado.
Así esta grande alma,
volviendo las espaldas a Lucifer, se
dió al punto a seguir a su Esposo coronado
de espinas. Y porque no es decente, que
coronada de espinas la cabeza, los miembros sean delicados, como dice san Bernardo.
Las riquezas, los honores, los placeres
que antes le sugería y ofrecía el demonio, fueron después aborrecidos de su
espíritu más que la muerte. Al contrario, la pobreza, las mortificaciones, los
desprecios, a que la llamaba Cristo, eran todas sus delicias endulzadas con
extraordinarios consuelos del Espíritu Santo: hasta que viviendo vida religiosa
algún tiempo en el siglo, pasó a vivir como santa en la religión, súbdita muy
estimada de santa Teresa; y para continua memoria de haber escogido
por Esposo a Jesucristo, se llamó Catalina de Jesús:
“Debemos negarnos a nosotros mismos, e imitar a Cristo por la cruz.” Tomás de Kempis
“VERDADES
ETERNAS”
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