Despierta de tu sueño, alma dominada de esa
maldita vergüenza, escucha la voz de tu Dios que hoy te llama aun como amigo y
te convida con el perdón; vomita ante el confesor el veneno de la culpa:
arranca de tu corazón esa cruel espina que no te deja un solo momento de sosiego,
de alegría y de tranquilidad: escarmienta en cabeza ajena; teme, teme o te suceda lo que a la desgraciada de este caso
(entre los muchísimos casos, que se pudieran citar).
Refiere
el Padre Caravantes, que una mujer principal era tan dedicada a
la virtud que su Obispo y todos la tenían por santa. Esta puso los ojos en un
criado suyo y consintió en un pensamiento deshonesto, y aunque entonces pecó
con el deseo, como no cometió el pecado por obra ni solicitó al criado
Pero no
se animó de confesarlo, aunque algunas veces se le acordaba y la remordía
la conciencia.
Le parecía como a algunas almas engañadas por el demonio
que Dios se lo había de perdonar sin confesarlo, o bien que lo haría a la hora
de la muerte. Llegó la hora de la muerte para esta
infeliz, y aunque en le dio Dios nuevos avisos para que se confesase de aquel
pecado, ella temerosa de perder el concepto de santa que gozaba, lo calló también
en la hora de la muerte como lo babia callado en vida, según ordinariamente
sucede. Murió, y el Obispo la sepultó en su
capilla; mas he aquí, que a la noche siguiente levantándose a maitines antes
que los demás entró en dicha capilla, y al entrar la vió llena toda de fuego
como si fuera un horno encendido. Con todo eso entró, y vió que sobre la sepultura
de aquella mujer estaba un cuerpo tendido, y debajo un gran fuego, y muchos demonios que
con instrumentos de hierro atizaban el fuego. El Obispo pasmado de lo que
miraba, reparó y conoció que era el cuerpo de la difunta mujer, y para más
asegurarse la conjuró de parte de Dios y de María Santísima para que dijere
quien era. Ella respondió que era su hija de confesión, y que por no haber
confesado un pecado de pensamiento deshonesto con un criado, se había condenado,
y por ello padecía las horribles penas del infierno. Si alguno después de leer es lo ejemplo con
tinúa callando sus pecados no podrá quejarse de que Dios no le ha dado
bastantes avisos.
Callar un sólo pecado mortal cruel espada
que atravesará eternamente su corazón acordándose con la facilidad con que pudo confesarse he ir al
cielo, y de los muchos medios que para eso tuvo, y que por haberlos despreciado
tiene que arder eternamente en el infierno.
“Tomado
de temas varios de la Biblioteca Cristiana”
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