miércoles, 23 de mayo de 2018

RETIROS del Padre “SAN PEDRO JULIÁN EYMARD” – RETIRO PRIMERO DE SIETE DÍAS. (Para mujeres) Día tercero.





DÍA TERCERO.
ADVERTENCIAS.

Lee otra vez las del día primero.


PRIMERA MEDITACIÓN


Jesús me llama a su séquito.

   Jesús es el Unigénito de Dios, la sabiduría, el substancial amor del Padre celestial, la gloria y felicidad de los ángeles, el vencedor de Satanás, el. Rey de cielos y tierra. — Y este bondadoso Jesús se digna amar una criatura humana, hacerla prodigio de su gracia, objeto privilegiado de su (ternura, esposa de su corazón. — Y he aquí que este Dios de bondad baja a la tierra, se hace hombre para ser hermano de su criatura predilecta, para vivir con ella y comunicarle por su santa humanidad todas las riquezas de su divinidad.

   ¿Quién será esa afortunada criatura? ¿Quién tendrá tal dicha y tal gloria? —Escucha, alma mía: Jesús llama a alguien y le nombra; eres tú misma. ¡Oh Dios mío! ¿Es posible que Vos me conozcáis? ¿que yo tenga tan grande dicha? — ¡Ven¡ ¡oh privilegiada criatura mía! Yo soy tu creador y tu último fin. Ven, amadísima hija mía: Yo soy tu Salvador, que vengo a libertarte de la esclavitud del pecado, de la tiranía del demonio, de tu condenación al inferno y la eterna desventura que tus pecados te habían merecido. Ven, hermana y esposa de mi corazón: quiero reinar en ti y hacerte reinar conmigo; quiero darte participación en todos mis bienes, en mi ciencia divina, mi sangre, mi gloria y mi divinidad. —Pídeme cuantas dádivas quieras, y te las concederé. –– Para ti he creado el mundo, para ti he creado los cielos con toda su magnificencia; para ti he decretado desde toda la eternidad mi unión a la naturaleza humana mediante la Encarnación; para ti he subido al Calvario; para tí he fundado mi Iglesia, a fin de que por ella, como por una tierna madre perpetuamente viva, pueda yo venir hasta ti.

   “He aquí mis dones. — ¿Qué me retribuirás tú, en cambio? Yo soy un Dios celador; oye y pesa las condiciones del contrato que quiero celebrar contigo; son las de un esposo soberano.”

   “El esposo da su nombre a la esposa; yo te doy el mío en señal de mis derechos sobre ti, y te ennoblezco con su gloria, pero tú perderás tu nombre propio.”

   “Entre esposos son comunes todos los bienes: disfruta, pues, de mis bienes, pero yo quiero los tuyos.”

   “La esposa sigue la condición de su esposo: tal es su deber y su gloria; yo soy pobre en esta vida pasajera; necesario será, pues, compartir mi pobreza.”

   “Mi gracia y mi amor deben ser tu única riqueza. Humilde soy y humillado en medio del mundo: preciso es que seas humilde y humillada a la par de mí. —Objeto soy de desprecio y persecuciones para el mundo: otro tanto habrá de sucederte. —Yo padezco: preciso es que tú estés crucificada conmigo y que lleves en ti los estigmas de mis divinas llagas: mi vida es cruz continuada, y por la cruz vivo y reino en el alma que quiere ser mía. — La someto a pruebas antes de darle testimonio de mi amor. — Parezco abandonarla, dejarla entregada a sus miserias, en lucha con todos los demonios del infierno antes de darle el galardón de la victoria. —La humillo hasta en medio de la abundancia de mis gracias; la crucifico en la intensidad de mi amor.”

   “Tales son, hija mía, mis condiciones; no temas la prueba, yo le sostendré; no te asustes de los sacrificios, harán tu gozo y tu dicha; aprecia el peso inmenso de mi gloria; mide la longitud de mi eterno reinado, comprende el misterio de mi amor, el precio de tu alianza, y decide... Te espero.”

   ¡Oh Dios mío de mi corazón! Gracias os doy eternas por haberme elegido y llamado a Vos. Acepto incondicionalmente ese divino contrato; os seguiré por doquiera; sólo Vos reinaréis en mi corazón y en vida.

   (Renuévese aquí el voto de castidad, si se ha hecho.)


SEGUNDA MEDITACIÓN

Seguir a Jesús con María.

   Jesús tiene siempre consigo a su divina Madre: no se separan. —María es el lazo que nos une a Jesús. — María es la vida de Jesús revestida de un ambiente maternal propicio a mi flaqueza e, imperfección. —Quien dice María, dice la gracia de Jesús. —Quien dice María, dice el espíritu de Jesús formado en mí por la bondad y ternura de su divina Madre. — En una palabra; María es mi celestial maestra, mi Madre, según la gracia para educarme y formarme en el espíritu, en la santidad y el amor de Jesús. Debo, pues, seguir a María y amarla como un hijo sigue y ama a su madre. Y para ello debo vivir de su amor a Jesús. Ahora bien: tres caracteres tiene el amor de María a Jesús.


   Es un amor supremo. María no ama sino a Jesús. A si misma se ama solamente en Jesús, y al prójimo solamente por Jesús: he ahí mi norma.

   Es un amor puro; puro de toda imperfección, de interés, de amor propio: María no busca más que a Jesús. — Puro de toda mira referente a sí misma. María vive sólo para Jesús. — Puro de todo deseo, de toda voluntad propia, de todo sentimiento personal: María no quiere otra cosa sino inmolarse al amor y gloria de Jesús. — ¡Oh cuán diferente es mi amor, cuán diferente del amor de María!

   Es amor generoso, — amor incondicional. María se consagra a seguir a Jesús por doquiera, a compartir todas sus privaciones, todos sus sacrificios. Pronta está a huir a Egipto con el Niño Dios en medio de un pueblo idólatra, inhospitalario y cruel. Quiere compartir su pobreza y sus trabajos. — Para aparecer en la misión divina de su Hijo, escoge tan sólo aquellas circunstancias en que Jesús es humillado, calumniado, perseguido, y no se muestra entonces más que para padecer con El. — Su amor la hará subir con Jesús al Calvario, para sentir allí de rechazo el ímpetu de sus dolores. Su amor la hará triunfar de la muerte, para sobrevivir a la muerte de Jesús y continuar languideciendo en la tierra cerca de veinticinco años ausente del Amado de su alma.

   ¡Oh, sí, María! Permaneced con vuestros hijos del Calvario. Jesús los ha dejado. ¿Qué sería de ellos sin madre? Necesitamos de vuestra presencia para oíros hablar de nuestro Padre, para aprender a conocerle y amarle, para hacer que florezcan en nosotros su espíritu, sus virtudes y su vida.

(Renueva la consagración a María.)


TERCERA MEDITACIÓN

(Se puede hacer esta meditación en varias veces)

Vida de Jesús y de María en mí.

   Si quiero alcanzar la gloria celestial, debo vivir de la vida de Jesús. Sólo a este su único hijo corona Dios Padre en los escogidos: Jesús debe ser, pues, la norma de mi vida.

   Medita, alma mía, los principios a que obedece la vida interior y exterior de Jesús: he ahí para ti la vida de Dios, la vida eterna. Vida de su espíritu.

   I. Los pensamientos de Jesús están del todo en Dios y son completamente de Dios, como de quien nunca perdía de vista a Dios; su alma veía en todas las criaturas a Dios, su sabiduría, su bondad y su poder. De aquí aquella facilidad de conversar con su Padre, de mantenerse unido a Él en medio de las ocupaciones más propensas a distraer el ánimo, y más variadas; en pasar con toda prontitud de la acción a la contemplación.

   Asi vivió María: pensaba en Jesús: a Jesús se referían todos sus pensamientos; meditaba continuamente las divinas palabras de Jesús, y éstas le eran luz verdad y vida.

   Imita, alma mía, a la Virgen Santísima; piensa en Jesús, en su espíritu, en su gracia, en sus virtudes, en su amor. Y para ello vivé en Jesús, trabaja para lograr que sea en ti habitual su recuerdo y familiar su presencia: y entonces todos tus pensamientos serán razonables, santos y fecundos: el Espíritu Santo ha dicho: “Quien se adhiere al Señores con Él un mismo espíritu.”

   Principio de los juicios de Jesús. — El juicio del Padre era la regla del juicio del Dijo. “Juzgo, decía, según oigo.”  Jesús conocía el juicio de Dios su Padre sobre cada cosa, cada persona y cada acontecimiento; formaba acerca de todo un juicio prudente, justo y equitativo.

   María juzgaba de todas las cosas según Jesús, le pedía consejo en todo; y he ahí por qué es la Reina de la sabiduría.

   ¿De dónde proceden, alma mía, tus falsos juicios y tus errores sino de que no has consultado, como tu Madre María Santísima, a Jesús? Si antes de juzgar te hubieses preguntado “¿Qué piensa Jesús dé esto? ¿Cómo lo juzgaba?” habrías guardado siempre la verdad y la caridad en tus juicios.

   II. Principio de la –– vida del corazón de Jesús. — El amor se conforma al pensamiento; ama el corazón lo que el entendimiento estima. Así Jesús, unido al Padre por su entendimiento, lo estaba también por su corazón. Vivía del amor de su Padre, todo lo hacía por amor; todo lo sacrificaba al amor de Dios. Procurar su gloria, reparar las injurias hechas a su divina Majestad, hacer que todas las criaturas le conozcan, le sirvan y le amen: ese era el fuego que vivificaba y consumía al corazón de Jesús, ese el pábulo de su vida. —No se dejaba llevar de la naturaleza ni de las repugnancias de ésta. — Amar a su Padre y hacerle amar: en esto se compendia Jesús.

   Tal era también la vida del dulcísimo corazón de María: —amar a Jesús, vivir por Jesús, padecer por Él, hacer que todos los corazones le amen y conozcan; consagrarle todos los movimientos del propio corazón: tal era el amor de María.

   Ahora, pues, alma mía, ¿cuál es el principio que anima la vida de tu corazón? ¿Vive en ti Jesús?

   Examina tus pensamientos habituales: si están en Jesús o son para Jesús, es que le amas.

   ¿Cuáles son tus deseos espontáneos, suaves y fuertes a un tiempo? — Si son para el servicio y gloria de Jesús, le amas con soberano amor.

   ¿Cuáles son tus temores y tus tristezas? —Si proceden sólo de haber ofendido a Jesús, de haber perdido el amor de Jesús, le amas mucho.

   ¿Adónde se dirigen las primeras impresiones de tu corazón, tus primeras alegrías? —Si es hacia Jesús, le amas divinamente: que donde está tu tesoro allí estará tu corazón.
   ¿Quién te da fuerza en los combates? ¿Quién te excita a los sacrificios? ¿Quién te consuela en la tristeza? ¿Quién te calma en la agitación? ¿Quién posee el secreto de tus penas? ¿Es Jesús? — ¿A quién te vuelves desde luego en la ingratitud y abandono de las criaturas? — ¿Es al amor de Jesús, únicamente al amor de Jesús? Pues consuélate y alégrate entonces; amas sobrenaturalmente  Jesús y Él es el centro de la vida de tu corazón.

   III. Principio interior de las acciones de Jesús. — Jesús no hacía nada por mero impulso privado; obraba siempre según un principio divino: el espíritu de Dios era el alma de su alma. Por eso decía: “Nada hago de mí mismo... Mas el Padre, que está en mí, él hace las obras... Que el Hijo no puede hacer por sí cosa alguna fuera de lo que viere hacer al Padre.”

   María asimismo no obraba sino según el espíritu de Jesús, por imitación de los actos de Jesús, uniendo a las acciones de Jesús las suyas; y así resultaban perfectas todas.

   Para vivir una vida interior y parecida a la de Jesús y María, no te contentes ¡oh alma! con hacer tus acciones en estado de gracia; obra principalmente por el espíritu de la gracia; y para ello observarás las siguientes reglas.

   Jamás anticiparte al impulso de la gracia en ti, sino prepararse y conformarte a él. Suspender, reprimir, mortificar la actividad, natural hasta que Dios declare, digámoslo así, su decisión y te aplique actualmente a lo que quiere que hagas o digas, tanto respecto a las mismas cosas que han de decirse o hacerse, como respecto al tiempo y a la manera en que haya de efectuarse. En los deberes que son de tu gusto, saborear únicamente la voluntad de Dios que lo ordena, manteniéndote pronta a interrumpirlos o a dejarlos, si Dios te llamase a otras tareas que te fuesen repugnantes. — En una palabra, portarse como quien sirve de instrumento a la operación de Dios, y permanecer determinada tú a su beneplácito. —

   He ahí el secreto de la vida de Dios. —El cuidado de obrar por la gracia y permanecer unidos a ella es lo que hace de nuestras acciones, aun las más menudas, como otras tantas acciones divinas, pues son más de Dios que nuestras. Entonces un suspiro, una palabra, un levantar el corazón a Dios, resultarán a menudo más meritorios que cuanto de más grande y difícil inspiraría un fervor mezclado de voluntad propia.

   No pierdas nunca de vista ¡oh alma mía! Estos grandes principios cristianos. Sean la norma de toda tu vida; y ellos serán la medida de tus méritos y la prueba de la vida de Jesús en ti.

DIRECTORIO

Examen, particular: acerca del defecto dominante.

   Tengo un defecto dominante, que es la raíz de todas mis faltas, y el mayor obstáculo para mi adelantamiento espiritual. — ¿Cuál es ese obstáculo?

    Sus señas. — Es aquel que me hace cometer más pecados, especialmente los pecados de afecto. — Es el que excita en mí los deseos más violentos y tenaces, que me inclina a la alegría o a grande tristeza; aquel que la gracia me reprende más; que se ajusta a mi manera de sentir, pensar y obrar naturalmente; aquel que constituye el fondo de mi ca rácter.
   ¿Qué medios he adoptado para combatirlo? ¿Me han dado buen éxito?

   Lectura espiritual. —Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, libro II, capítulos VII y VIII.


VÍA CRUCIS

   Ver en cada Estación a Jesús dándonos el modelo de alguna virtud particular; de humildad, por ejemplo. — Así: 1° Estación. — Jesús es condenado a muerte como blasfemo sedicioso y malhechor. — Y acepta con calma y paz toda la humillación de semejante condena; no se justifica; limitase a confesar la verdad; no apela para ante otro tribunal; no amenaza...

   2° Estación. — Jesús con la cruz a cuestas. —Aquella cruz es humillante, infame; la recibe con amor, la lleva valerosamente, la abraza. — Amor, de las cruces humillantes, ocultas, etc.


“LA DIVINA EUCARISTÍA”

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