LA
ESTRELLA DEL TEPEYAC.
“Non
fécit táliter omni natióni.
No
hizo esto con todas las naciones.”
Yo te he visto en esa
tilma
de Juan Diego,
retratada;
con pinceles
celestiales,
vi tu Imagen delineada;
y recuerdo la hermosura
de tu rostro, tu
candor;
tu mirar, nó, no es al
cielo,
porque abajo están tus
hijos;
y en la tierra que
elegiste,
siempre están tus ojos
fijos:
esa tierra que ha
luchado
con heroísmo, por tu
amor.
En tu manto las
estrellas,
te proclaman soberana;
a tus plantas es la
Luna
que el Señor te dio
cual peana,
y luciente te circunda
de esplendor el Astro
Rey.
Un arcángel te tributa
su rendido vasallaje;
¿Es quizás el que te
ofrece
de la tierra su
homenaje?
¿Es talvez el que a la
tierra
da tus gracias y favor?
Hubo un día, ya cuatro
siglos,
descendiste a una
colina;
ahí a un indio le has
hablado
y entre rosas
purpurinas
tu sonrisa le dejaste
en su mísero sayal.
Tu sonrisa, Virgen
Santa,
y el mirar de dulces
ojos;
que alentaron en las
penas,
y trocaron los abrojos
en las rosas que te
diera
en antaño el Tepeyac.
Desde entonces, todo un
pueblo
se prosterna en tus
altares;
y es tu nombre
bendecido
más allá de vastos
mares,
donde saben que eres
Reina,
que eres Madre de
bondad.
Hoy la Iglesia, cual
Patrona
de la América te llama;
y en tus sienes
deponiendo
real corona, te
proclama
como el Arca salvadora
de la pobre humanidad.
¡Ah! no olvides que
eres Madre,
y que tienes a tus
plantas,
la nación que gime e
implora
de tus manos
sacrosantas,
tus auxilios
maternales,
tu valiosa protección.
¡Ah! no olvides que
eres Reina,
y que el cetro está en
tu mano
¡Oh María de Guadalupe!
Salva al pueblo
mexicano,
A su Iglesia
perseguida,
¡Salva, Oh Madre, a tu
nación!
Tomado
del Faro de la Costa
(Boletín Salesiano Argentino)
Año
1931.
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